Muchas personas estamos cansadas y no sabemos por qué. Con frecuencia nos levantamos con la sensación de no habernos acostado. Desde el momento en que abrimos los ojos sentimos que las preocupaciones se acumulan en la boca del estómago, como si cruzáramos un río turbulento, y sin importar qué tan bueno sea el día, esa sensación permanece soterrada.
Lo peor es que ni siquiera nos damos cuenta de que vivimos con la ansiedad escondida bajo una cara y actitud tranquilas. Muchas personas de cualquier edad y origen la padecen y se adaptan a ella.
Si pudiéramos ver la cantidad de energía que se escapa con la ansiedad, aunque esté disimulada, le daríamos mayor importancia, pues nos drena, como si fuéramos una batería que se desgasta de manera lenta. Entre más tiempo pasemos con ella, recuperarse es más difícil. Con el tiempo, nos puede llevar al punto de estar exhaustos o de padecer ataques de pánico que parecen surgir de la nada.
El tema es que la ansiedad se puede convertir en un hábito. En especial en momentos como estos, después los meses en los que el mundo ha vivido retos y cambios tan radicales. Esta condición provoca que el cuerpo se inunde de hormonas de estrés, principal razón por la que nos sentimos cansados.
La ansiedad surge cuando nos preocupamos por el futuro. Cuando nos obsesionamos a tal punto con que algo salga bien, un proyecto, un resultado, un diagnóstico, que una y otra vez repasamos en la mente los posibles peores escenarios.
Para caer en la trampa de la ansiedad, basta un pensamiento negativo que dispare una emoción que contraiga el cuerpo, pues es casi seguro que a ella seguirá otro pensamiento que causará una nueva emoción desgastante. Sea real o no lo que pensemos, en la cabeza reclamamos, culpamos, discutimos y ensayamos nuestras defensas para salir airosos o sucumbir a las peores catástrofes. De ahí proviene el agotamiento a las once de la mañana.
Los temores, las comparaciones e inseguridades son el principal arsenal de la ansiedad. Lo curioso es que son pensamientos tan habituales que pasan desapercibidos. Nos acostumbramos a la ansiedad a tal grado que ésta maneja nuestras vidas, ya que adquiere todo el poder.
La ansiedad soterrada puede disparar conductas adictivas a, por ejemplo, el alcohol, la comida, el sexo, las drogas, las compras y demás. Si bien las adicciones nos dan un descanso, éste es muy breve. El problema real es la adicción a los pensamientos y las emociones preocupantes.
Los expertos nombraron el tipo de ansiedad que permanece día tras día, noche tras noche, por un mínimo de seis meses como “Desorden de Ansiedad Generalizada” (dag). El dag comienza con pensamientos y emociones incontrolables que, acto seguido, se expresan en el cuerpo con insomnio, fatiga, irritabilidad, palpitaciones o inhabilidad para relajarse.
Tener ansiedad no es algo que se deba esconder, al contrario. Si bien se presenta en distintos grados, lo importante es reconocerla, hablarla, escribirla, para buscar salidas. La manera de deshacerse de este mal hábito no es reprimirlo o ignorarlo, sino dejar de invertirle tiempo, cachar cuando el pensamiento negativo toma el mando, sentirlo, honrarlo y localizar el lugar donde se manifiesta. Al darle nuestra atención su poder disminuye y podemos dejarlo ir.
Buda, al referirse a la meditación, decía que la respiración era como la balsa para atravesar el río. Así que llevar la conciencia hacia una inhalación lenta y una exhalación aún más lenta de lo normal es la manera de subirnos a ella. Una vez que lleguemos al centro de nosotros, lugar donde siempre se encuentra la quietud y la calma, podemos soltar la balsa para permanecer en esa quietud que es nuestra naturaleza.