Karina García Domínguez sabe que el polvo que somos tiene vida y cultura. Es un componente colorido y dinámico, que se desprende constantemente de nuestro cuerpo para nutrir la tierra que nos nutre. En su jardín, en su taller, en sus mitos y en sus sueños, el polvo no es inerte y lo que parece abandono es, en realidad, entrega.
Tiene presente que cuando todo objeto que resguarda nuestra historia se desintegre, en el polvo vivirá nuestra memoria, y con la sensibilidad de su plástica explora una comunicación que trasciende el tiempo al hacer de la tierra inspiración, materia prima, origen y destino.
No es un propósito descabellado si consideramos que el polvo que da “sustancia a la vida en nuestro planeta es consecuencia de la muerte de las estrellas. A través del trazo que busca inyectar voluntad en la materia sobre la que trabaja, Karina constantemente abre ventanas hacia ese momento perpetuo, delicado, trágico y maravilloso, del devenir vivo.

El polvo que habita la cerámica de Karina García Domínguez y pigmenta sus lienzos es, sin duda alguna, aquel que ha dado cuerpo a su pasado, aquel que entierra su presente y en el que se eleva etérea la esperanza de su futuro; es el polvo que somos y en el que estamos, para el cual yacer en tierra no es inercia sino actividad de arraigo. Para su trabajo, el cuerpo es un momento del polvo y sus gestos bien pueden no ser de aquel sino de éste.
En la imaginación y las obras de Karina García Domínguez, la mancha y el trazo no son resultado de un proceso creativo convulso sino descargas pictóricas que establecen el punto de partida de un viaje intimo hacia la historia del polvo que somos, un derrotero que puede inspirar pasiones políticas o nacionalistas, pero que llevado hasta las últimas consecuencias acaba por hermanarnos con el todo.