Este día tiene sus raíces en la presentación del Niño Jesús en el templo y la purificación de la Virgen María, marcando los 40 días posteriores a la Navidad, según explica Roberto Álvarez Manzo, académico de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán de la UNAM.
La celebración incluía encender candelas, de ahí el nombre, y esta práctica fue introducida por los españoles en la Nueva España como parte de la catequización de los indígenas. Esta fusión de culturas dio lugar a una transformación significativa de la celebración.
Para los mexicas, febrero era el mes más seco del año, dedicado a las deidades Tláloc y Chalchiuhtlicue, asociadas al agua y la vida. Las ofrendas de mazorcas de maíz se realizaban para pedir lluvias y garantizar la supervivencia de los cultivos.
Con la llegada de los españoles, las velas de la celebración se fusionaron con las ofrendas indígenas, enfocándose en asegurar una buena cosecha. El maíz, como elemento esencial en las ofrendas, simbolizaba la vida y era parte fundamental de los regalos ofrecidos a las deidades en el inicio de la temporada de siembra.
En cuanto a la deliciosa tradición de comer tamales en este día, Álvarez Manzo señala que los tamales acompañan las ofrendas agrícolas a Tláloc y Chalchiuhtlicue, siendo el maíz el protagonista de estas ofrendas. A lo largo del tiempo, la oportunidad de compartir alimentos se generalizó, especialmente en la parte central de México, convirtiéndose en una celebración que une a la gente.