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Misoginia disfrazada de “crítica política”

Esta semana, las redes sociales se llenaron de especulaciones sobre la imagen de la presidenta Claudia Sheinbaum. Que si se hizo un “arreglito”, que si fue botox, que si un lifting. El centro de la conversación no fueron sus decisiones como mandataria, sino su rostro. Una vez más, el cuerpo de una mujer en el poder se convirtió en el campo de batalla de una violencia cotidiana y profundamente normalizada.

No es nuevo. A las mujeres que ocupan espacios públicos, y más aún los espacios de poder, no se les permite simplemente ser. Se espera que encajen en un molde imposible: jóvenes, delgadas, siempre bien peinadas, maquilladas, pero no demasiado, atractivas, pero no provocativas, fuertes, pero no “mandonas”. Y cuando no cumplen con ese molde, la crítica no tarda en llegar, disfrazada de análisis político.

Lo que vivimos no es una anécdota aislada. A Xóchitl Gálvez la han atacado por su cuerpo en términos gordofóbicos. A Luisa Alcalde la siguen persiguiendo por un video que grabó hace más de una década, como si fuera más relevante que su desempeño público. Cristina Fernández, Angela Merkel… Todas han sido reducidas alguna vez a su ropa, a su peinado, a su edad o a su escote.

¿Recuerdan cuando Merkel asistió en 2008 a la inauguración de la ópera de Oslo con un vestido escotado? Al día siguiente, los tabloides alemanes no hablaban de diplomacia, ni de arte, ni de política internacional: hablaban de su pecho. “Merkel saca escote” fue el titular. El mundo se escandalizaba no por lo que hacía, sino por cómo lucía.

En contraste, a los hombres en el poder se les juzga por sus acciones. Pero a las mujeres, además, se nos exige juventud, belleza, y perfección estética. Y si no cumplimos con ese estándar impuesto, somos blanco de burlas, críticas y ataques.

Veía recientemente un reel que evidenciaba la absurda diferencia de trato entre hombres y mujeres en los medios. A hombres deportistas y actores se les hacían preguntas típicamente dirigidas a mujeres: ¿qué marca era su traje?, ¿cómo cuidaban su cabello?, ¿si se depilaban? Las respuestas, por supuesto, rayaban en la incomodidad o el enojo. ¿Se imaginan si Claudia Sheinbaum respondiera así cada vez que le preguntan por su apariencia en lugar de sus políticas?

La Encuesta Nacional Sobre Discriminación (ENADIS 2022) lo confirma: el 30.8% de las mujeres mexicanas de 18 años o más han sido discriminadas por su forma de vestir o su arreglo personal. Es decir, ser mujer en el espacio público implica estar en constante evaluación. Y si no pasamos el examen de la belleza normativa, se nos castiga.

¿Qué nos queda entonces a las colectivas y al feminismo? Seguir señalando, seguir incomodando, seguir ocupando espacios. Porque cada vez que nos enfrentamos a esta violencia disfrazada de crítica, lo que está en juego no es solo un vestido o un peinado: es nuestra legitimidad en toma de decisiones, nuestra voz en el espacio público, y el derecho innegociable a que se nos juzgue por nuestras ideas, no por nuestra apariencia.

 

X: @Natali_Cruz_

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