En el Parián 12 personas se convierten en 350 o 400 una vez al año. Una vez al año en este pueblo fantasma buscan ser lo que fue hace 70 años, uno de los lugares más prósperos del estado, un lugar del que se debía tomar una fotografía si se quería mostrar lo que significaba para México el progreso de la primera mitad del siglo XX.
El lugar lo creó el ferrocarril. El santo del pueblo es San Antonio de Padua pero el patrono es Porfirio Díaz, el presidente que consolidó después de décadas de intentos, que Oaxaca fuera un lugar tocado por las vías del tren en el siglo XIX. Con ese avance en Oaxaca se inventó el tiempo, uno podía responder entonces cuánto tiempo tardaría en llegar a la Ciudad de México desde la Verde Antequera, 14 horas.
“14 horas, eso cambió a Oaxaca, lo integró a la República”, dice Miguel Ángel Ortega, un hombre que se confunde con la historia del pueblo porque gran parte la memoria colectiva de él permanece en los relatos que cotidianamente hace de lo que este pueblo fue, de cómo se “amaba y se vivía en los trenes”, de cómo por aquí pasaban industriales extranjeros interesados en invertir en la explotación de las minas de oro y plata que circundan El Parián, de cómo en 1951, con la Guerra Fría en Ciernes, la Guerra de Corea provocó la demanda de un mineral que se encontraba en las cercanías de Santiago Huauclilla y se embarcaba en esta tierra, el manganeso. Diario salían de esta estación 100 toneladas.
Don Miguel era el jefe de estación del Parián, posición en la que sustituyó a su jefe, y recuerda el júbilo que se vivía entre esa actividad industrial. “Los sábados bajaban los mineros, se prendían los tocadiscos de acumulador, era gozar la mexicana alegría de los fines de semana y ahí iban los lunes de regreso, un poco maltrechos”. Esta tierra, a base de las visitas, de campesinos, de empresarios, de vendedoras de artesanías, de viajeros de la ciudad, se hizo una parada de un movimiento comercial extraordinario, había una refresquera, curtidurías, palenques de mezcal, la Casa Muro y la Casa Cué, entonces ya en manos de la familia Reyes, había también baños rusos. Cada día había un viaje especial de la ciudad de Oaxaca a El Parián. La tripulación pernoctaba aquí y proseguía hasta el siguiente día. Había incluso una rueda que permitía al ferrocarril dar la vuelta para volver a la capital oaxaqueña.
Para esos años, los primeros de 1950, empezaría el declive de esta ruta ferroviaria, se inauguró en 1952 la carretera Internacional y “eso le restó toda la importancia comercial a este lugar, se crea un tianguis comercial en Llano Verde y se va perdiendo la importancia”, nos cuenta don Miguel.
Pueblo fantasma
Nunca se está del todo en el presente cuando se viaja al Parián. La vida pasada está siempre ahí, no solo por los edificios que se construyeron para el uso de la estación del tren, desde los vagones donde descansaban, amaban y procreaban, los viajantes reparadores de vías, hasta las casas donde se refugiaban después de la jornada los ocho integrantes de la cuadrilla de planta, el guardavía, un mayordomo y seis reparadores. También está un sifón que pertenecía al contenedor de donde se obtenía el agua necesaria para enfriar los trenes, un letrero que marca el número 309, la distancia que separa este pueblo de Tehuacán y, por supuesto, el edificio de la estación que espera ansioso un proyecto de restauración con el que pueda revivir la historia de este lugar.
En el Parián está también de pie la tienda de abarrotes La Luz del Señor, que se ha mantenido abierta desde hace 200 años. Su propietaria actual va y viene de la ciudad de Oaxaca, que junto con Puebla y la Ciudad de México se ha vuelto el destino de residencia de la mayoría de los pobladores de esta comunidad.
Celestino Rivas Rivera fue elegido como presidente del comité de fiestas por segundo año consecutivo y es otro de los migrantes que mantienen su presencia en la comunidad. Él inició trabajando en Ferrocarriles Nacionales como reparador de vías en 1983, cuando el pueblo ya no era una parada obligada. Su trabajo se acabó en 1998, entonces hubo dos tipos de lugares, los que “fueron rentables siguieron trabajando con la iniciativa privada y donde ya no le quisieron meter como esta zona”. En ese año conoció una frase que escucharon muchos hombres que por décadas trabajaron para empresas del Estado que se disolvían “para los de 25 años de servicio jubilación y de 25 para atrás liquidación”. Con ese dinero trasladó su vida a la ciudad de Oaxaca donde, asegura, “es caro por el factor turístico pero en empleo es muy mal pagado”.
“Pasé ahí por donde era la fábrica de El Rey, vi un anuncio de se solicita personal, me enteré que era de la Policía Auxiliar, en ferrocarriles ya tenía 18 años trabajando, entonces ya no tenía la fuerza, la dignidad, en las empresas se maneja que quieren pura juventud, me tocó la fortuna de entrar y ahí ya llevo 16 años”.
-¿Cree que en algún momento pueda reactivarse la economía del Parián?
-Todos con quienes pueda platicar aquí tenemos esa idea y estamos buscando cómo lograrlo
La ruta de regreso
Llamar al Parián un pueblo fantasma resulta complicado cuando lo primero que se observa al llegar es un hotel que contó con una inversión de siete millones de pesos. Es el hotel San Antonio de Padua que fue costeado por el empresario Gerardo Gómez Tort y que fue planeado como un punto de desarrollo que, de acuerdo con don Miguel Ángel no ha dado los resultados esperados.
“Lo hicimos pensando en hacerlo un centro turístico, pero se desvirtuó eso, entregarlo a una agencia de turismo alternativo, que hay varias que quieren hacerlo, porque la inversión ya está hecha, se trata de traer visitantes todos los días al Parián, pero no guardarlos a ver televisión, sino sacarlos a caminar, visitar todos los lugares que formaron la estación, las guías que hacemos, que el museo comunitario esté abierto continuamente”. Viajar al pasado, reencontrar la vida que tuvo Oaxaca, apostar por el turismo de añoranza parece ser la luz que guíe la reactivación de este pueblo ferrocarrilero.