En sus barrios y calles se respira un pasado lleno de tradiciones que luchan por mantenerse pese a los cambios de la urbanización y la actividad turística. Hay también historias que se han transmitido como leyendas o relatos que guardan su veracidad al haber sido contadas por quienes las vivieron.
El Marquesado es muestra de esa tradición oral y de la convivencia con quienes han partido de este mundo, pero que, según la tradición popular, llegan cada año para degustar de la ofrenda del altar de muertos o de ver su tumba arreglada y llena de flores.
Días de Muertos
Gerardo Felipe Castellanos Bolaños es cronista de El Marquesado, uno de los barrios fundacionales de la actual Oaxaca de Juárez, y cuenta cómo se han vivido los Días de Muertos para familias que, al igual que la suya, han habitado por varias generaciones este lugar. También comparte una de las historias que han caracterizado al asentamiento que hasta antes del 7 de diciembre de 1908 fue el pueblo de Santa María de El Marquesado, y que actualmente hay quienes llaman barrio del Ex Marquesado.
“Los Días de Muertos son días, en plural, porque son el 31 de octubre, el 1 y 2 de noviembre, pero somos tan fiesteros que celebramos la octava y los demás panteones celebramos en diferentes fechas después del 1”, cuenta el también escritor y cronista de la Generación 60 de la Universidad Benito Juárez sobre la tradición por la que ya empiezan los preparativos.
Preparar varios días antes el chocolate y el mole y ya en los días principales poner el altar con las frutas y demás cosechas de la temporada, los panes, la sal y el agua, el copal y las flores de cempasúchil y borla son la esencia de una tradición que el cronista observa con cambios debido a la urbanización, la difusión mediática y la actividad turística.
El 31 de octubre está dedicado a los angelitos, el 1 de noviembre a los fieles difuntos (personas que murieron sin ser bautizadas) y el 2, a los difuntos adultos, explica el cronista acerca de la tradición que también reconoce como una donde se mantienen los elementos prehispánicos pese a la imposición de la religión católica con la colonización.
La confesión del muerto

De la tradición oral, Castellanos comparte la historia de “La confesión del muerto”, que “se conoce porque el sacerdote que hizo esta confesión lo contó a su familia, su familia lo contó a sus vecinos y así es como llega a nosotros”. Es un hecho verídico si consideramos que un cura, un sacerdote, está diciendo la verdad, aclara sobre lo ocurrido al padre Alfredo Montes Pacheco, que estuvo aproximadamente en el año 1953 como sacerdote en el templo de Santa María del Marquesado.
La historia incluye a un sereno, persona que junto con otros tenía la responsabilidad de iluminar los faroles de aceite en las calles de la ciudad y, en su caso, prestar auxilio a quien lo solicitara. Para ello llevaban una escalera, mechas y una lanza que servía para encender o apagar aquel antecedente del alumbrado público.
Pero en una ocasión, el sereno fue llamado por una señora que vivía cerca del templo de Santo Domingo y cuyo marido casi no se encontraba en el hogar porque viajaba frecuentemente.
“El sereno se ve emocionado tanto que olvida su lanza y entra a su encuentro para ver qué se ofrecía, en eso llega el marido y con su misma lanza le atraviesa de la espalda al corazón. Pero no lo mató, lo hirió, así herido camina hacia lo que conocemos como la Plaza de la Danza, al templo de San José, al callejón del Calvario, donde cayó boca abajo… La creencia popular dice que cuando un herido cae boca abajo no va a descansar en paz, se le cierran las puertas del cielo y va a vivir penando”.

La creencia era que muertos como aquel estarían así al menos 100 años y por eso se les veía penando en las ruinas tras algún terremoto. Pero sólo podían observarlo algunas personas como las que estaban próximas a morir o que cumplían a cabalidad los ritos y prácticas católicas.
El padre Montes, que desconocía la historia de ese sereno, fue llamado en una madrugada con el sonido de las campanas del templo y de alguien que tocó la puerta. Era un hombre, aunque no pudo ver el rostro de quien le pedía una confesión, pero no para él, sino para un herido en el callejón del Calvario, al cual lo conduciría. Con el candil apagado de repente, el padre lo siguió y al llegar al sitio encontró al desafortunado herido. Pidió al mensajero alejarse para no escuchar la confesión, pero tan pronto absolvió al herido y lo llamó, este no estaba más.
Se cree que a esa alma en pena se le abrieron las puertas del cielo en aquel momento, pero el padre sólo pudo ver el farol y al mensajero. Al tomar el objeto y alumbrar al hombre que confesó se dio cuenta de que era el mismo que lo fue a traer a la iglesia. Aterrado, el padre regresa rumbo a la parroquia, pero se sigue hacia la casa de su hermana y desde ahí escucha cómo las campanas volvieron a sonar por sí solas y tras el repique se oyó el paso de la carreta de la muerte.
¿Qué son los Lunes del Panteón?

Los Lunes del Panteón es una extensión de la celebración de Día de Muertos, donde la familia se reúne para visitar las tumbas de sus seres queridos y convivir con ellos; aunado a esto se organiza una verbena popular, comparsa y una fiesta.
Esta conmemoración surgió durante el siglo pasado, alrededor de 1920, para honrar a los seres queridos ya fallecidos cada lunes del mes de noviembre posterior al Día de Muertos. En Oaxaca, participan cuatro demarcaciones capitalinas: El barrio del Ex marquesado, San Martín Mexicápam, San Juan Chapultepec y el barrio de Xochimilco.
Desde entonces el domingo previo acuden a realizar la limpieza y adorno de las tumbas de los cementerios para que se encuentren listos para recibir a las ánimas y a los feligreses.