No fue de esos autores que se presumen “prolíficos”, pero con lo escrito fue más que suficiente para lograr un lugar en el arte y la literatura. El jalisciense Juan Rulfo sólo publicó Pedro Páramo, los diecisiete relatos de El llano en llamas y algún aislado fragmento narrativo. También se habló en su día de algunos otros textos ocultos o mentados sin convicción, como esa fantasmal novela —La cordillera— de la que se perdió el rastro.
Según otros, Oaxaca sedujo a don Juan, desde que visitó por primera vez el estado, en la década de 1940. A mediados de los años 50 lo recorrió extensamente. Durante el período en que realizó trabajos para la Comisión del Papaloapan, Juan Rulfo hizo importantes trabajos de difusión de la historia y culturas oaxaqueñas.
Hoy se conmemora el nacimiento de uno de los pilares más destacados de la literatura latinoamericana: Juan Rulfo, que cumpliría 108 años. Nacido el 16 de mayo de 1917 en Apulco, México, Rulfo dejó un legado literario que continúa inspirando a generaciones de lectores y escritores en todo el mundo.
Rulfo fue integrante numerario de la Academia Mexicana de la Lengua. El autor de Pedro Páramo y El llano en llamas nació en un poblado de Jalisco, el 16 de mayo de 1917. A partir de los 12 años, vivió en San Gabriel, un sitio en donde predominaba la superstición y el culto a los muertos, lo que influyó en él y en su obra.
De acuerdo a la Academia Mexicana de la Lengua, en 1953 publicó El Llano en llamas, libro que incluye ocho relatos inéditos. Sólo dos años más tarde salió a la luz Pedro Páramo, novela de la que ya había adelantado fragmentos en diferentes publicaciones.
Sobre su obra, mínima en extensión pero gigante en calidad, han opinado numerosos escritores, como Jorge Luis Borges, quien dijo en 1985 que “Pedro Páramo es una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aún de la literatura”; o Gabriel García Márquez que expresó en 1978: “Para mí los cuentos de Rulfo son tan importantes como su novela Pedro Páramo, que, lo repito, es para mí, si no la mejor, si no la más larga, si no la más importante, sí la más bella de las novelas que se han escrito jamás en lengua castellana. Yo nunca le pregunto a un escritor por qué no escribe más. Pero en el caso de Rulfo soy mucho más cuidadoso. Si yo hubiera escrito Pedro Páramo no me preocuparía ni volvería a escribir nunca en mi vida”, indicó.
De acuerdo con la Enciclopedia de la Literatura en México, Juan Rulfo publicó Pedro Páramo en marzo de 1955 bajo el sello del Fondo de Cultura Económica. La novela cuenta dos grandes líneas de acción, cada una con su respectivo protagonista: la línea y el destino de Juan Preciado y la de su padre, Pedro Páramo, íntimamente ligados a los del resto de los personajes.
El título es muy afortunado para una obra que narra los nudos fundamentales de un destino individual: el de un cacique que tiene de tal modo a una comarca en sus manos que cuando en venganza decide cruzarse de brazos, la región entera decae y acaba despoblándose, hasta convertir a Comala en un pueblo fantasma.
De esa forma, unidos a tal punto los destinos del poderoso y del pueblo, el título alude a la suerte final de ambos: la dura piedra y el desierto asfixiante. Cuando Rulfo escribió esta novela, amenazaba a las letras mexicanas la insistencia de que ya no podía escribirse nada valioso sobre el campo y sobre la Revolución mexicana;
Para Juan Carlos, hijo del escritor, sin embargo, Juan Rulfo sólo era su padre y no esa gloria de la literatura nacional. Recuerda que en la escuela primaria, cuando el resto de los chicos hablaban sobre los oficios de sus padres y abundaban los ingenieros o los arquitectos, él sentía casi como una confesión decir que el suyo era escritor.
Fue por esos años cuando Juan Carlos descubrió que el de su padre no era un oficio común, sino extraño. Asegura que en ocasiones escuchaba una cinta se reproducía la voz de su padre leyendo sus cuentos.
Una voz hipnótica y apacible que sigue escuchando cuando hojea sus libros. “En realidad no sé si lo he leído porque siempre estaba ahí. Me dormía escuchándolo leer Luvina. Ahora, cada vez que lo leo, nunca lo acabo. Lo leo despacio, a la misma velocidad que él lo hacía”.