Manteros de Xochimilco, 200 en la época de oro; quedan 3
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Arte y Cultura

Manteros de Xochimilco, 200 en la época de oro; quedan 3

Don José Luis Cruz Martínez, artesano del telar de chicote o de pedal; clave en los más de 530 años de vida del barrio


Fotos: Lisbeth Mejía Reyes // El mantelero es uno de los aproximadamente tres que sobreviven en la ciudad.
Fotos: Lisbeth Mejía Reyes // El mantelero es uno de los aproximadamente tres que sobreviven en la ciudad.

Aquí nacieron él y su familia paterna, y aunque ahora radica en otra parte, José Luis Cruz Martínez mantiene su vínculo con Santo Tomás Xochimilco, el barrio donde ha habitado y aún reside gran parte de su familia, y en el que él es uno de los últimos “manteleros” o artesanos del telar de chicote o de pedal.

Junto al arroyo que antes transportaba el agua de las lluvias y que en los últimos solamente lleva las aguas negras a través de la tubería, José Luis preserva uno de los oficios que ha caracterizado a este barrio fundacional de la ciudad de Oaxaca.

A sus 72 años de edad, el artesano es uno de los aproximadamente tres que sobreviven en esta parte Oaxaca de Juárez, una ciudad próxima a cumplir 492 años con este rango.

La tradición textil comenzó con su padre, pero José Luis también explica que su abuelo elaboraba adobes, otro de los oficios que fueron fundamentales para la conformación de este barrio de casi 538 años. También hubo muchos artesanos de hoja de lata.

Sus abuelos Feliciano y María Ramos, dice José Luis, fueron dueños de varios terrenos en Xochimilco, un barrio en el que ahora observa el diario pasar de extranjeros que habitan ahí, pero en departamentos rentados.

En su natal Xochimilco, el oficio textilero tuvo una “época de oro”, dice José Luis, sobre los casi 200 artesanos que en su momento trabajaban en pequeños o grandes talleres, ya sea por cuenta propia o bajo las órdenes de un patrón.

 

El oficio textilero se extendió y tuvo su mayor esplendor en Xochimilco.

 

Como estas memorias, a su mente vuelven aquellos años de preparatoria en los que él y sus compañeros iban a estudiar al barrio de San Matías Jalatlaco.

La única prepa era la que está aquí en (Eduardo) Vasconcelos… Olía muy feo porque tiraban toda el agua de los cueros al río de Jalatlaco, me acuerdo de las curtidurías y la última curtiduría la tuvo uno de mis amigos, que era de su papá… Pero ya se acabó”.

Conocedor de todos los barrios que en su momento también tuvieron sus respectivos oficios o labores, reconoce que en el de Los Siete Príncipes hubo talleres pequeños de mantelería y uno “muy grande de don Herminio Acevedo, con unos 50 telares”. Incluso, considera que el oficio comenzó en ese barrio, pero se extendió y tuvo su mayor esplendor en Xochimilco.

También rememora el establecimiento que existió junto al Paseo Juárez El Llano: “era la famosa Casa Brena y ahora es el hotel grandote del ex gobernador (Alejandro Murat)”, donde se conjugaban los oficios de los telares, la hojalatería, cuchillería y otros.

Pero murió don Guillermo Brena y se acabó. Es que ya los hijos no quieren esto”, suelta resignado el también padre de dos hijos, quien cree que en su familia el oficio textilero morirá con él.

Aunque estudió y ejerció la contabilidad, José Luis compaginó su trabajo como burócrata con el de “mantelero” o artesano. Pero al jubilarse, hace dos décadas, decidió poner unos telares y seguir con lo que aprendió de su padre cuando niño. “Desde que tenía unos cinco o seis años ya comenzaba a ayudar, no a tejer sino a otras cosas, a ayudar a mi papá y mi mamá, a hacer puntadas, canillas, cabezuelas, que ya no se ocupan hoy”.

 

Ahora, su taller es el más grande y de los pocos que sobreviven con seis telares y en el que se emplean él y tres ayudantes.

 

Hijo de Luis Ramos y Elodia Martínez, don José Luis recuerda que su padre sabía del oficio desde sus 15 años y aunque trabajó para otra persona, con el paso de los años puso sus propios telares, en los que aprendió él.

Mientras relata que aquí los “manteleros” o tejedores eran conocidos con apodos como “El machetero”, “El cuino”, “El tío Vaca y el Tío Toro”, José Luis reconoce que todos eran muy buenos en el oficio. Asimismo, que en esa “época de oro” existieron al menos cinco talleres grandes con una veintena de empleados en cada uno, dice que de estos ya no existe ninguno. Además de unos 35 talleres más pequeños.

Ahora, su taller es el más grande y de los pocos que sobreviven, con seis telares y en el que se emplean él y tres ayudantes. “¡Ya los jóvenes de ahora no quieren dedicarse a esto!”, suelta un tanto resignado al reconocer el inminente destino de este oficio en Xochimilco. Aunque también recuerda que, si bien antaño “sobraba la gente que quería tejer”, la mayoría de los tejedores murieron por cirrosis, debido al alcoholismo.

Aunado a la muerte de los tejedores, la pérdida del oficio también fue por el “despertar” de los empleados, que carecían de prestaciones y poco a poco fueron exigiendo sus derechos laborales.

Pero estos no son los únicos cambios que observa el artesano, quien asegura que seguirá en el oficio hasta el último de sus días. Así como la pérdida de algunas de las tradiciones, y aunque todavía lo considera mayormente tranquilo, varios de sus habitantes que vivieron en vecindades se tuvieron que ir a otros lugares ante el aumento en el precio de la vivienda y la proliferación de negocios como los restaurantes que perturban la tranquilidad y la convivencia.


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