“Desde el crucero lo fui siguiendo”, dijo la señora con voz entrecortada mientras la policía se acercaba a la escena. Su mirada, cargada de rabia y desesperación, se perdía entre los murmullos de los vecinos que se apiñaban en la esquina.
En Las Moras, San Antonio de la Cal, la noche cayó con su manto oscuro sobre una colonia que, a pesar de la penumbra, permanecía en alerta. Las luces de los faroles parpadeaban y proyectaban sombras que parecían bailar al ritmo de la tensión en el aire.
En medio de ese ambiente, un triciclo azul, un objeto tan común como esencial para la afectada, fue robado por un hombre en evidente estado de drogadicción. Se supo que lo llevó a esconder en un centro comercial cercano.
Los vecinos, sin embargo, no estaban dispuestos a dejar pasar la afrenta. La víctima, a pesar de su angustia, no dudó en seguir al ladrón a través de las calles oscuras.
Su propósito de recuperar lo que le pertenecía se mantuvo firme en medio de la oscuridad. Las voces se alzaron en un clamor colectivo: “¡Que entregue el triciclo, que lo entregue, si no le partimos su madre!”.
El hombre, tambaleándose y apenas capaz de mantenerse en pie, era una sombra de lo que alguna vez pudo ser. Cuando la policía llegó, los vecinos rodeaban al ladrón, sus gritos se mezclaban con las amenazas que delineaban el límite de su paciencia. “No lo vamos a dejar hasta que entregue el triciclo”, insistían.
Bajo la presión de la multitud y el claro deterioro de su estado, el detenido fue colocado en la patrulla. La víctima fue llevada también a las oficinas del Ministerio Público para formalizar su denuncia. “Te encargo la niña”, pidió antes de subir a la patrulla, entregando su pequeña a una persona que la esperaría en casa.
Los vecinos advirtieron al detenido antes de que se alejara: “Si vuelves a entrar a la colonia, ahora sí te daremos tu golpiza”.
Así, la justicia por propia mano, es el latir constante de no encontrar la reparación del daño en los tribunales. Las viejas leyes no escritas aún resuenan en cada rincón de Las Moras.