Habitantes se autoimponen “toque de queda” tras asesinato de 4 bachilleres en Barrón
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Habitantes se autoimponen “toque de queda” tras asesinato de 4 bachilleres en Barrón

Estudiantes volverán a clases de manera virtual por temor a más ataques, algunos testigos vieron una camioneta rondando el telebachillerato semanas antes


Habitantes se autoimponen “toque de queda” tras asesinato de 4 bachilleres en Barrón | El Imparcial de Oaxaca
Hombres armados en una camioneta y en una motocicleta dispararon a las víctimas. Foto: Edith Domínguez, POPLab

Guanajuato.- El silencio en la comunidad de Barrón en Salamanca, Guanajuato, fue roto por el estruendo de los cohetes anunciando que los restos de Estefanía Rodríguez Enríquez y Pamela Rubí Banda Rangel eran entregados en sus viviendas. Fue así que algunos familiares y conocidos rompieron el “toque de queda” que se impusieron por el miedo que los paralizó tras la masacre del lunes 6 de junio, y salieron a recibir los cuerpos de las dos jóvenes el martes.

Estefanía y Pamela, ambas adolescentes de 17 años, fueron dos de las seis víctimas del ataque armado que quebrantó la paz en Barrón, en el que también murieron asesinados sus compañeros estudiantes del Telebachillerato Guadalupe Ramírez y José Guadalupe Banda, de 17, y Eleuterio Enríquez, de 16 años, así como María Juana Cano, una ama de casa de 65 años de edad.

En la casa de la señora Juana Cano Méndez sus hijos y nietos esperaban también sus restos, lo mismo que los familiares de los tres jóvenes estudiantes Guadalupe Ramírez Gutiérrez, José Guadalupe Banda Ramírez y Eleuterio Enriquez Navarro, todos asesinados mientras estaban juntos al salir de clases.

Algunas personas salieron en la tarde del martes a dar el pésame o a acompañar a sus amigos. Antes, las calles de la comunidad estaban solas, solo el viento soplaba. La comunidad se paralizó, no hubo jóvenes jugando en el campo de fútbol; las y los hombres trabajadores no fueron a laborar; las madres decidieron no enviar a sus hijos al jardín de niños, la primaria, secundaria y el bachillerato, por el miedo.

Entre las sombras de la tarde, algunas mujeres y hombres detrás de las rendijas de sus ventanas observaban a los fuereños y el ir y venir de los agentes de la Guardia Nacional, el Ejército y las patrullas de seguridad pública de Salamanca y otros municipios del operativo intermunicipal, esa seguridad ausente el día previo al ataque y los días anteriores.

Un hombre de 90 años detrás de la reja de piedra desde el patio de su casa observa y platica que el lunes salió a la tienda y al regresar escuchó los balazos, vio el correr de la gente. A su paso lento por la edad buscó ponerse a salvo pues ya no podía correr; luego supo que a la señora Juana, su vecina de toda la vida, la habían matado.

Como cada día minutos antes de las 18:00 horas, a sus 65 años María Juana Cano Méndez salió de su casa ubicada en la calle Benito Juárez y le avisó a su esposo que se dirigía a la iglesia de la comunidad para el rezo de la tarde.

Sus hijas, hijos, nueras y nietos se encontraban en el interior de la casa cuando escucharon varios estruendos; primero pensaron que era pirotecnia. Luego supieron que eran disparos, en un cuarto niños, mujeres y hombres se lanzaron al suelo y no se levantaron, mientras escuchaban cómo corrían jóvenes, mujeres y hombres en la calle.

Unos minutos antes, dos nietas de la señora Juana habían salido a una casa cercana, a la que en la balacera dos jóvenes estudiantes entraron corriendo y gritaron que había un ataque. Las jóvenes se quedaron paralizadas.

Juana sólo alcanzó a caminar unos 30 metros desde su casa hacia la calle Miguel Hidalgo cuando recibió al menos dos disparos, uno de ellos en la cabeza. Todavía intentó correr, contaron sus familiares, pero no llegó a la casa cercana. Su cuerpo quedó en la vía pública, el lugar está marcado con una cruz de cal.

Al hacerse el silencio después de los balazos, sus nueras, hijos y nietos salieron y al acercarse se dieron cuenta de que unas de las víctimas mortales había sido su madre y abuela. “Sólo iba a la iglesia”.

María Juana Cano Méndez tuvo 12 hijos y al menos 25 nietos -todos le sobreviven-; se dedicaba al hogar. Sus hijos siempre se han dedicado a sembrar en la comunidad. “Cuando la hacíamos enojar nos regañaba” relató su hijo, quien hoy sólo pide justicia; “que vayan tras los que hicieron eso… ella fue la única que salió a la calle… hoy le tocó a ella”. Además solicitaron les brinden seguridad.

En tiempos del programa social Progresa (fines de los noventa y principios del siglo XXI) Juana trabajó barriendo las calles de la comunidad.

JUVENTUD ACORRALADA

El estruendo de la pirotecnia retumbó en esta comunidad enmudecida e hizo que pocos habitantes salieran de sus casas, otros desde sus ventanas vieron entrar las dos carrozas, una blanca y otra gris. En ataúdes blancos llegaban a sus hogares los cuerpos de Pamela y Estefanía, jóvenes que 12 horas antes sonreían y dialogaban con sus compañeros y amigos.

El papá de Pamela Ruby se mostró evidentemente aturdido al recibir el cuerpo de su hija en el ataúd blanco. Casi no pudo hablar sobre lo que pasó el lunes a escasos 40 metros de su vivienda ubicada sobre la calle Miguel Hidalgo, donde a Pamela le fueron arrebatados sueños y metas.

En la calle Zaragoza, pocos familiares y amigos recibieron los restos de Estefanía, también de 17 años. Una de sus amigas se escapó de su casa para recibirla, dio el pésame y se retiró. Los cuerpos serían velados entre martes y el miércoles, aún no se sabía si el mismo miércoles o jueves serían llevados a su última morada.

Según lo relatado por habitantes de Barrón, los tres hombres estudiantes de bachillerato se encontraban en la esquina de la calle Benigno Juárez y Miguel Hidalgo platicando con sus compañeros. Guadalupe, José Guadalupe, Eleuterio, así como las dos mujeres, Pamela Ruby y Estefanía, junto con otros estudiantes, habían salido minutos antes (a las 18:00 horas) del telebachillerato.

Esta escuela funge como telesecundaria en el turno matutino; se ubica alrededor de 1.5 kilómetros a la orilla de la comunidad -pegada a los cerros-; los estudiantes caminaron por toda la calle Benito Juárez hasta llegar a la esquina con Miguel Hidalgo, lugar hasta donde instantes después, hombres armados en una camioneta y en una motocicleta dispararon y les arrebataron la vida.

Algunos corrieron unos metros. Tres estudiantes quedaron en la esquina de las dos calles; a 15 metros sobre la tierra de la calle Benito Juárez quedó el cuarto cuerpo y a otros 30 metros sobre la misma calle quedó el cuerpo del quinto estudiante.

Habitantes que solicitaron anonimato por miedo a represalias dicen que a todos los jóvenes los conocían y no entienden por qué los asesinaron y menos entienden por qué los agresores dejaron cartulinas con mensajes en los que se pretende involucrar a estos asesinatos con conflictos entre grupos delictivos.

Pero el miedo se ha quedado, lo expresan sus habitantes y se ve reflejado en las calles vacías, tiendas y negocios cerrados, las aulas solas. Algunos estudiantes de primaria, secundaria y bachillerato regresarán esta semana a clases, pero serán virtuales porque las madres no quieren exponer a sus hijos.

“Sería bueno que les dieran armas para poderse defender como Michoacán… compran armas, es que me fijo que los hombres malos agarran a una persona y hasta lo van a seguir, digo yo: si miro que vienen a matarme, si traigo arma, yo me doy la vuelta sobre quien sea o que me acaben, de perdida me llevo uno por delante, pero así cómo”, dice el familiar de uno de las víctimas, con la impotencia de lo vivido.

El miércoles ya no acudieron a Barrón las unidades del Ejército y Guardia Nacional, únicamente patrullas de la Policía Municipal. Los pobladores esperan un resguardo mayor para el jueves, día en que darán sepultura a sus fallecidos.


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