Tradición, mercantilismo y exclusión
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Tradición, mercantilismo y exclusión

 


Lo que la mercadotecnia ahora llama “la máxima fiesta de los oaxaqueños” es el mayor gancho turístico del Estado. Seguido por Día de muertos, la temporada alrededor de los Lunes del Cerro representa una derrama económica incomparable para las actividades terciarias que se desarrollan en la entidad y todo ello derivado de las hordas de turistas que vienen a disfrutar todas las actividades que se realizan en torno a la Guelaguetza.

Y si bien resulta sumamente necesario que la actividad económica del estado permita que las familias tengan acceso a mayor bienestar, quizá sea momento de replantearse hasta dónde la gentrificación y las prácticas turísticas actuales son sostenibles.

Iniciando con la exclusión de las y los oaxaqueños para acceder a la Guelaguetza. La mercantilización de los Lunes del Cerro ha dejado fuera a la gran mayoría de las personas locales. Para esta edición, fue imposible que las y los oaxaqueños de a pie pudiesen conseguir boletos, ya sea por su alto costo, por la poca oferta a causa de la reservación para ciertos sectores turísticos o por la estrategia de distribución.

También, habría que replantear para quién son los beneficios económicos que trae estas fechas. El desplazamiento de los ingresos a los sectores medios y bajos es residual, y las comunidades que reciben estos beneficios también son muy acotadas. Aunque desde hace décadas existen sectores que subsisten el resto con los ingresos percibidos durante estas fechas, pero en vez de esperar la temporada de julio-agosto ¿por qué mejor no hacia la construcción de condiciones de vida menos dependientes de la estacionalidad y la complacencia? No olvidemos que esta dependencia fue precisamente el talón de Aquiles de la economía durante lo más crítico de la pandemia por la Covid-19 y que nos encontraremos a merced de esa clase de episodios mundiales de mantener una subordinación económica preponderante al turismo.

Las prácticas culturales que se desarrollaban desde y para la comunidad ya les son ajenas; los beneficios económicos son acotados y todo ahora puede ser apropiado para ponerle una etiqueta.

Todo este panorama ha permitido el desplazamiento de las comunidades, la comercialización rampante de las prácticas y productos culturales, así como la gentrificación de lo “oaxaqueño”.

El “Oaxaca está de moda” ha traído consecuencias -aunque previsibles- poco esperadas y no deseadas. Más que apostar por mantener o consolidar una vocación turística para el Estado, las políticas públicas necesitan cimentar la posibilidad de no depender de la moda, de lo pasajero o de la complacencia.

@GalateaSwanson


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