Finanzas públicas, el retroceso
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Finanzas públicas, el retroceso

 


A Luis Echeverría (1970-1976) le bastaron pocos años para generar una de las crisis económicas más severas de México. Su idea de gobernar se basaba en decisiones personales y populistas, al considerar que el dinero recaudado por la Hacienda pública, debía repartirse conforme lo que llamaba “necesidades sentidas” y que en sus giras iba escuchando. Curiosamente era partidario de aplicar alguna parte del gasto público a través de fideicomisos, ya que con ellos se identificaba claramente el destino de los recursos. Echeverría mantuvo la participación del Banco Mundial y del Banco Interamericano de Desarrollo, en la preparación, evaluación y ejecución de grandes proyectos de infraestructura: presas para riego y generación eléctrica, autopistas, créditos para el campo, para exportaciones, para la industria, para la vivienda, entre muchas otras actividades que, gracias a la estricta vigilancia en licitaciones y ejercicio del financiamiento externo, esos proyectos pudieron continuar a pesar del propio presidente y a pesar de su sucesor López Portillo.

Pero Echeverría se malquistó con los empresarios y todo el sector privado. No sólo los criticaba, sino que les ponía obstáculos para la inversión y consideraba que era el gobierno quien debía hacerse cargo de la generación de empleos y riqueza, por eso también ordenaba a sus secretarios de Hacienda (Hugo B. Margáin, José López Portillo y Mario Ramón Beteta) contrataran deuda externa con bancos privados extranjeros, elevando el endeudamiento a niveles exorbitantes para la época (cerca de 30 mil millones de dólares, en 1976), y sin posibilidad de pago porque la recaudación impositiva iba a la baja, de tal modo que se imposibilitaban los pagos.

Simultáneamente, al dejar de invertir el sector privado, se dio una fuerte fuga de capitales, dejando las reservar internacionales de divisas en el Banco de México por debajo de los niveles aceptables para sostener a nuestra moneda, el peso, mismo que tuvo que ser devaluado en agosto de 1976 después de más de 22 años de estabilidad. Echeverría, en su ignorancia y también por su soberbia, había dicho en 1973 que “las finanzas se manejan desde Los Pinos”, cuando despidió a Margáin, que no estaba de acuerdo con las decisiones presidenciales en materia financiera. Desde luego, ese manejo era a todas luces erróneo. Echeverría le dejó a López Portillo un desastre que éste último se encargó de acrecentar hasta la brutal “crisis de la deuda”, que en 1982 nos dejaba fuera de los mercados, del crédito, sin liquidez y con una devaluación galopante que hasta la fecha es imparable.

El crédito interno o externo no es una mala práctica. Por el contrario, en todas las economías se ha empleado para equilibrar el gasto público con el ingreso. Hoy en día el gobierno federal tiene un enorme prejuicio por contratar financiamiento, afectando con ello programas gubernamentales que deberían estar en la lista de prioridades sociales y económicas. El nivel de recaudación está en descenso por la crisis sanitaria y por la recesión.

El gobierno está echando mano de fondos y fideicomisos, para resarcir el déficit que ya amenaza el incumplimiento de los programas sociales a fondo perdido y en proyectos, que no son consecuentes con el desarrollo y que precisamente se asemejan a las viejas pretensiones del populismo de Echeverría, quien por cierto acertó al facilitar el desarrollo de Cancún que potenció a la Riviera Maya, a diferencia del tren que sin duda no detonará ni impulsará comercio o turismo en ricas regiones de feracidad tropical, o en el regreso al uso de energías en desuso, como el carbón y petróleo, que también causarán déficit en las llamadas empresas productivas del Estado, Pemex y CFE.

Los ahorros privados empiezan a darse a la fuga, demandando el uso de dólares de la reserva en el Banco Central y con el tiempo puede sobrevenir otra devaluación. Subsiste la amenaza de que algunos legisladores del partido dominante, propongan el uso de las reservas internacionales y las Afores, sea por perversidad o por ignorancia brutal, con lo cual las finanzas públicas colapsarán como en 1976 y 1982. Pero al parecer no hay forma de contrarrestar tozudez y obcecación en el mando, sin que se cuente con un experto secretario de Hacienda, capaz de hacer ver lo erróneo de la política financiera actual.