Pandemia: A un año
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Editorial

Pandemia: A un año

 


Este mes de marzo se cumple un año del inicio de la emergencia sanitaria por la pandemia de Covid-19. Fue en la segunda quincena de este mes, pero de 2020, cuando los alumnos de los diversos niveles educativos tuvieron que dejar sus clases presenciales y llevarse a casa las materias de sus planes de estudio. Es decir, empezar un nuevo modo de estudiar; una nueva modalidad ligada a la tecnología que fue un reto para alumnos, padres de familia y maestros. Fue también un parteaguas en el comercio formal y el turismo. Inició el lamentable suplicio de miles de trabajadores que fueron despedidos o enviados a sus casas para resguardarse de la pandemia, igualmente, el infierno de pequeñas y medianas empresas, cuyos propietarios tuvieron que cerrar, ante el embate del pago de impuestos, renta, pago de seguridad social, sin tener los mínimos ingresos. 

Del golpe al turismo ya hemos comentado en este espacio editorial. Ha sido brutal e inmisericorde. Justo a menos de un mes de haberse presentado el último fin de semana largo, que fue en los primeros días de febrero, la industria sin chimeneas entró en un impasse de crisis. Desde ese entonces a la fecha no se ha podido recuperar y sigue en las mismas. En la Semana Santa, no fue posible ninguna recuperación pues hasta los balnearios naturales y sitios de recreo, no precisamente los destinos de playa tradicionales, se mantuvieron cerrados, ante el temor de contagios. El mes de julio, el de mayor afluencia de visitantes, fue peor. La cancelación de nuestra fiesta más emblemática fue la peor señal de que las cosas venían peor. Fue el golpe más severo a la economía, al empleo, a la seguridad alimentaria. Jamás habíamos resentido una crisis económica, social, afectiva y emocional como la que hemos vivido desde marzo de 2020.

Y las cosas no han ido mejor. Hace unos días comentamos que el gobernador Alejandro Murat había mencionado que las fiestas tradicionales quedaban descartadas hasta que el semáforo epidemiológico estuviera en verde, además de que Oaxaca seguía en amarillo, lo que implica que somos de los estados del país en donde la pandemia sigue haciendo estragos. En efecto, pues, no hay luz al final del túnel. Sin duda alguna, uno de los rubros más lacerados en este año de pandemia ha sido el turismo. No se ve la menor recuperación económica. Golpe tras golpe, pero no se advierte mejora.

La protesta perpetua

El fin de semana pasado, en la madrugada, un oficial de Vialidad atropelló en la Avenida Símbolos Patrios a un repartidor de comida, miembro de una de las empresas de reparto. Hubo dos personas heridas y, evidentemente, daños materiales de consideración. Para evitar especulaciones, la Secretaría de Seguridad Pública (SSP), informó que el elemento y presunto responsable había sido ya puesto a disposición de las instancias internas, para deslindar responsabilidades. Sin embargo, fiel a la tradición oaxaqueña, de un incidente particular, la ciudadanía es la que paga los platos rotos. Los bloqueos han sido parte del reclamo de justicia de los repartidores que durante la pandemia han sido un instrumento eficaz para evitar contagios, a raíz de su papel en el reparto de comida, medicinas y otros. Ello no lo libera de que muchos de ellos, por llegar a tiempo o hacer más viajes, conducen de manera temeraria y peligrosa.

En la semana, no han faltado las infalibles protestas de los triquis, sobre todo, miembros del Movimiento Unificador de la Lucha Triqui Independiente (MULTI), que han exigido mesas de diálogo y la pacificación de la zona de Juxtlahuaca, pero a modo, es decir, que no haya vigilancia de la Guardia Nacional ni de la Policía Estatal. En pocas palabras, que la matazón siga entre ellos, mientras las supuestas víctimas se asuman desplazadas para que puedan recibir medidas cautelares y dedicarse, como lo han hecho sus hermanos de raza, a lucrar con las mismas e invadir espacios públicos. Los dirigentes, Macario Merino y otros, pretenden seguir en protestas con un interés perverso y convenenciero. Ya todo mundo los conoce. La etnia triqui es violenta por naturaleza y pretende vivir, no de su trabajo y en su tierra, sino como eternos trashumantes y alargando la mano.

No pudo faltar en la semana la protesta de miembros de la Coordinadora Estudiantil Normalista del Estado de Oaxaca (CENEO), la cual, desde su bastión de radicalismo, el Centro Regional de Educación Normal (CRENO), arrancó con el secuestro de autobuses urbanos, vehículos utilitarios a los que saquean y hasta transporte turístico. El móvil fue exigir clases presenciales. Sin embargo, todo mundo sabe que no será posible hasta que el Consejo General de Salud lo disponga. Suena paradójico que ahora pidan su presencia en clases, pero cuando tienen clases normales no asisten, empecinados como siempre en protestar por un sinfín de demandas, atracar en casetas de cobro o realizar actos vandálicos.


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