Mono Gramático: Una fastidiosa equivocación
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Mono Gramático: Una fastidiosa equivocación

 


Me imagino, porque no podría ser en otro lugar, en otro sitio más que en la fantasía, en nuestros sueños, en nuestros delirios de grandeza realizar todo aquello que uno guarda dentro de sí mismo. La realidad es tan insoportable que no me queda más que desplazarme constantemente al refugio sagrado de la invención. Las palabras ordinarias de todos los días: hay que hacer esto, hay que hacer aquello, hay que ir allá, tienes que pagar, necesitamos leche, se acabaron las tortillas, no hay agua. Si abrimos el periódico, si escuchamos la radio, si vemos allá afuera, los perros de la calle languidecen y comen plástico, los perros de la calle aúllan. El radio: bla bla bla, el periódico, bla bla bla. La inflación mundial y ómicron. ¿Cómo no sentir pánico ante la malditez de nuestro futuro? En Oaxaca parece no haber ningún futuro prometedor para nadie, menos aún para los jóvenes. Salir, ¿hacia dónde? Sin un centavo en la bolsa…¿hacia dónde ir?

Después de las becas, después de un contrato en Cultura, después de trabajar en librerías, ¿después qué vendrá? En Oaxaca la creatividad, la invención, el furor imaginario no se remuneran. De promesas, eso es de lo que creen que viven los creadores. A veces se cree, e incluso se ha rumoreado por toda la ciudad que son los aplausos, las palmas entrechocadas una con la otra, lo que da de comer a los artistas. Y por artistas nos referimos a aquellos que crean vida, no viles copias de la realidad.  Alguna vez, en otro tiempo, hubo una ayuda a los creadores: pusieron una máquina de café para contribuir a su desempeño. Entonces surgieron los creadores de medio tiempo, la mitad se metió a las oficinas de gobierno donde los pusieron a rellenar papeles porque los políticos de hoy, de ayer, del futuro, no saben y no sabrán lo que las palabras guardan dentro. Ellos, los ambiciosos de poder imponen a los creadores a rellenar oficios, rellenar papeletas, a hacerles creer que el arte, que nuestra imaginación, que nuestros deseos no valen nada.

El adulto y el dinero. El adulto y el trabajo. El adulto pintándose de adulto. Nunca nadie nos enseña a ser adultos. Creemos que ser adultos es tener un trabajo, una casa y dinero. Las apariencias, lo superfluo. Ser adulto requiere abrirse los sesos, abrirse el corazón. Ellos te dicen: “es la edad de la adultez, ya tienes dieciocho y nos debes. Páganos”. Tenemos una deuda, pagar impuestos de por vida. Pagar, pagar. Así funciona esto. Eso es lo que dicen. Así funciona. Pero qué carajo. No funciona nada. Todos trabajan y nadie obtiene más que el cansancio, el fastidio, el odio, el resentimiento. Ser adulto es un disfraz hoy en día. Renuncio a eso que nos imponen ser. ¿Tener hijos? ¿En un mundo donde el agua escasea? ¿Un mundo infectado de humanos? ¿Matrimonio? El negocio perfecto. ¿Un auto? El negocio perfecto. ¿Celular? Negocio perfecto. En la vida, ¿qué no es un negocio? Salgamos de aquí. Salgamos de esto. 

¿Ir hacia dónde? Podemos hacer lo que queramos, pero ¿qué queremos?, ¿qué carajo queremos? ¿Esto? ¿Y qué es esto? Equivocaciones. Fallamos tantas veces. Elegimos una y fallamos. Elegimos nuevamente y acertamos. Elegimos otra vez y fallamos. Y volvemos. Ahí estamos puntuales eligiendo. Agachamos la cabeza y con pudor, altivez o miedo elegimos. Hay otras personas que aciertan toda la vida y esas me producen náuseas o algo que no sé qué es. Quizá no creo en tanta perfección. Hay personas que saben a dónde van, ni tan siquiera miran hacia atrás. Yo miro todo el tiempo hacia atrás. No miro hacia adelante, porque adelante hay que elegir y hay que fallar y nunca sé si pueda acertar. Me pregunto constantemente en lo que yo deseo en la vida y si la vida me desea a mí. Probablemente todo haya sido una fastidiosa equivocación. 

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