Rock entre balidos, sonidos en el Mercado de Abasto
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Rock entre balidos, sonidos en el Mercado de Abasto

La modernidad se mezcla con olores, sabores y ruidos de un mercado tradicional entre lo rural y lo urbano


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“¡Bee!” “Bee!” “¡Oinc, oinc!”

El balido de los borregos y chivos recuerda la vida del campo o de algún hogar con traspatio, como aquel paisaje que con pastizales a las orillas del río Atoyac se alcanza a vislumbrar. Los cerdos, menos que los primeros, también gruñen sin saber de su destino. Las jaulas son lo único que conocen en este momento, en el que sus propietarios aprovechan para asar carnes en el anafre, calentar alguna bebida o las tortillas.

La música de rock que se escucha a unos metros en una bocina es ajena a la escena, la que de pronto se vuelve pequeña si se mira a los pies del Cerro del Fortín, el que a lo lejos se distingue por una blanca velaria y cientos de árboles reverdecidos por las lluvias.

Pero pronto, el paso de los camiones en la carretera recuerda que se está en la urbe y no en el campo. Que se está en medio de un gentío que ha acudido desde temprano a comprar los tomates, las cebollas, los nopales, la fruta de temporada y quizá algunas carnes o el quesillo y que se topa con la oferta de pomadas milagrosas, de tacos y de la lotería.

Del rock en inglés se pasa al español en voz de la Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio o a de las cumbias. Y de este al ruido de las motocicletas que se atraviesan entre los transeúntes, al de los colectivos venidos de Ocotlán o de Zaachila que se abren paso en las calles atiborradas de personas que van por lo necesario para la semana.

“Señora, ¿un rollo de ajos?”

“¿Quiere limón?”

“¡A 10, a 10, a 10; A 10 el foco!”

Con los morrales a cuestas, ayudadas por los diableros o alguna bolsa en mano decenas van recorriendo el tianguis de la central en la calle de Mercaderes, desde sus colindancias con el mercado de maderas hasta la avenida Margarita Maza, donde los policías y empleados de gobierno sigue con un tequio para cambiar de aspecto a la mayor zona comercial

Casi nadie pasa por el “baratillo” que comunica al tianguis con las riberas y lo que hasta el viernes era un basurero. 

La mayoría prefiere ir por las calabacitas, las piñas de 20 o 25 pesos, los nopales de a 10 pesos la bolsa, los manojos de chepil o alguna quesadilla para calmar el hambre.

“¡30 limones 15 pesos!

“¡Tremendo premio para hoy, son 105 mil en juego!” 

Uno de los varios vendedores de boletos para un sorteo camina por esta calle donde las familias van por el pescado, la canela, alguna olla de barro, los chiles, algunos rábanos y aguacates. Y en donde la delincuencia se trata de mantener a raya. En algún momento han pasado dos policías. La mayor parte de los uniformados de azul sigue pintando los cajones de estacionamientos o acompañando al secretario de seguridad.

“¡Ratero, si te agarramos te golpeamos!” es la advertencia que se lee en una de las lonas que cuelgan de un pasillo de este tianguis. Uno al que en la mañana de este sábado no dejan de llegar los compradores para hacerse de la despensa semanal.


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