Morelos.
En 40 segundos del 19 de septiembre pasado se fueron 16 años de trabajo de Rubén en Estados Unidos. Su esposa Francisca rompe en llanto cada vez que mira la casa que hoy se reduce a cuatro postes de cemento que se sostienen en medio de la zona boscosa de la sierra en Morelos. Rubén, Francisca y sus cuatro hijas lo perdieron todo.
“Nos dedicamos al campo, cuando yo me junté con él no teníamos nada, por eso se fue a Estados Unidos, porque aquí no hay de otra”, cuenta Francisca, una mujer bajita, menuda, de cabello largo y con manchas de tierra en la cara y la ropa. Desde el día de terremoto, no ha parado de remover escombros, tampoco hay agua para asearse.
“Me mandaba dinero para construir, pero era poquito. En aquel tiempo eran 800 pesos al mes y de ahí tenía que sacar para comer y vestir”, explica.
Rubén Castillo cruzó la frontera de manera ilegal, “como todos los hacemos”, dice. Se instaló en Queens, Nueva York, donde más paisanos trabajaban en la construcción o los restaurantes. Castillo comenzó como cocinero y cuando decidió volver a México, ya era el chef de un restaurante de comida china. “Volví para ver mi casa y a mi esposa. Las necesitaba”.
La casa de esta familia es hoy escombro. También la de Santiago Gutiérrez, habitante de Santa Cruz en Alpanocan, Morelos. Como Rubén, también construyó su casa de tres habitaciones, luego de seis años como albañil, igualmente en Nueva York. “Un poco de por aquí, un poco del norte, todos sabemos que aquí no hay dinero y toda la vida somos campesinos pobres. Aquí uno se va al día”.
Los barrios de San Felipe y Alpanocan están al sur de Hueyapan y a 20 kilómetros de Axochiapan, el municipio que fue epicentro del sismo. Y resultaron severamente afectados. Según datos del gobierno estatal, 20 mil viviendas en el estado quedaron colapsadas, aunque ese número podría elevarse. Las autoridades aún trabajan para censar el nivel de los daños, especialmente en zonas serranas, como el lugar donde viven Francisca y su familia.
“De autoridades yo no he visto nada, supuestamente tenemos un diputado, que es Javier Montes, que es nuestro paisano, y no lo he visto. A la presidenta del municipio, que es Ana Bertha, tampoco la hemos visto, no se ha parado por aquí”, acusa Francisca.
Pero la ausencia de autoridades no es reciente. “Si nos ayudaran a salir adelante, no tendríamos que irnos al norte”, comenta Rubén. En esas zonas, limítrofes con el estado de Puebla, 85 por ciento de los habitantes vive del campo; la mayoría cosecha aguacate, durazno y maíz. El ingreso mensual por familia no supera los 5 mil pesos, según datos de Coneval.
“En general estamos acostumbrados a la pobreza, pero no estábamos preparados para esto”, añade Francisca, mientras barre la tierra de los cuartos de su casa que se vinieron abajo. “Aquí era donde dormíamos, aquí estaba una cama, aquí otra, aquí mi ropero. Mi estufa estaba de aquel lado y aquí una mesita”, explica, al señalar con sus manos el espacio que hoy está vacío. Su casa ya es recuerdo.
Aquel día, cuenta, fui por las niñas a la escuela, desde que veníamos caminando tenía un presentimiento, como algo en mi pecho. Me puse a hacer la comida y escuché un ruidito, como cuando encienden un carro. En ese momento empezó todo, como pude cargué a mis niñas. Nos quedamos afuera y comenzó a caerse todo. Solo recuerdo que me puse a llorar hasta que llegó mi esposo del campo.
Desde ese entonces Francisca improvisa. Colgó un plástico en uno de los postes que quedaron y lo ató al suelo. Debajo puso una de las camas que logró sacar de los escombros. Ahí duermen sus cuatro hijas. En tanto que ella y su esposo en el suelo. “Por lo menos aquí no nos puede pasar nada, si vuelve a temblar, podemos quitar el plástico de encima”, expresa con una risa nerviosa.
A Santiago Gutiérrez el sismo del 19 de septiembre lo dejó sin casa y sin ánimos. “Imagínese todo lo que tendré que trabajar para levantarla de nuevo, ya no tengo la misma fuerza e ir al otro lado ya no es fácil”, comenta, mientras levanta los tablones que cayeron en el corral de los borregos, uno de ellos murió. “Se siente el miedo, todos creímos que sería el fin. Yo estaba en el campo y cuando vine a comer, ya vi todo el tiradero y a mi borreguito muerto”.
***
El fin de semana pasado por fin llegó la ayuda. Desde el sábado por la mañana, la familia de Francisca y Santiago comenzó a recibir despensas, ropa, cobijas de cientos de manos, todas de personas desconocidas.
Daphne Villamil tiene 30 años, es comerciante y miembro del grupo Empresarias y más, una red de mujeres artesanas en Tepoztlán, Morelos. El sábado, muy temprano, junto a otras mujeres viajaron hasta la casa de Francisca.
“Nos empezamos a organizar. Un amigo con una camioneta, mi hermana y yo con el centro de acopio. Esta gente lo perdió todo”, reflexiona Daphne, al bajar bolsas de ropa de una de las camioneta de redilas en las que viajaron al menos 15 mujeres para ayudar.
“Vinimos para dar lo que podemos: nuestras manos, nuestro tiempo, ajenos al gobierno o partidos. En esos no creemos nada”.
Buena parte de las manos que llegaron a estas comunidades son de jóvenes y familias que, en autos particulares, llevaron lo poco o mucho que tenían. Otros más llegaron con cascos, palas y picos para remover escombros.
“Prefiero entregar lo que tengo de mis manos, con mi corazón, lo poco que sea, pero sin intermediarios, porque no sé cuál es la dinámica de esos centros. Ayer supe que estaban desviando tráilers completos del norte de Nayarit. Me tocó ver cómo todo lo estaban guardando en una bodega para ponerle la etiqueta de un gobernador”, asegura Daphne.
Por lo pronto a Francisca y su familia no les queda más que esperar y trabajar duro para comprar tabiques y cemento. Dice que además de los temblores, teme que alguien pueda robarle lo poco que queda. “Pero vamos a salir adelante”, confía.