Como hemos dicho reiteradas veces, el “sistema mundo” en el que vivimos fue diseñado y creado a la medida de las necesidades de los dueños del dinero, los adoradores del Becerro de Oro. Los estados nación, las constituciones, la democracia, los tres poderes, los tres niveles de gobierno, los partidos políticos, los políticos, todos juntos, están perfectamente diseñados para que los dueños del dinero puedan operar con total libertad, fraternidad e igualdad (entre ellos); y sus megabancos, sus megaempresas trasnacionales y el crimen organizado por ellos, para que operen en favor de sus necrófilos intereses y en contra de los ingenuos, ignorantes y crédulos pueblos que explotan en todo “el mundo libre”.
Los ingenuos ciudadanos que buscan el bien común, la justicia y el progreso de sus naciones, creen que el sistema que los oprime, puede ser cambiado por los políticos, los partidos políticos y las elecciones. Ingenuamente piensan que, organizándose con las reglas del sistema, pueden cambiar el sistema.
A partir del golpe de Estado que los mercaderes le dieron a la monarquía francesa, se creó una Asamblea en París, que debía establecer las bases del nuevo orden. A la derecha se sentaban los que aspiraban a un cambio moderado, a la izquierda, los que aspiraban a un cambio más radical. Los de la derecha estaban por favorecer la voracidad sin límites sobre los ciudadanos. Los de la izquierda pretendían moderar la voracidad y ser un poco solidarios con los más débiles. Pero, ambos grupos, estaban totalmente de acuerdo en imponer el nuevo orden. Son las dos caras de la misma moneda. La derecha y la izquierda, a final de cuentas, sostienen el sistema.
Las novedades de Europa siempre llegaban tarde a sus colonias. En el continente Abyanahuac, los criollos, a principios del siglo XIX, iniciaron las luchas por independizarse de la corona española y de los gachupines, que la representaban en las colonias hispanoamericanas. Los criollos durante tres siglos fueron súbditos coloniales de segunda, eran hijos de españoles, pero nacidos en el virreinato, el poder político, religioso, militar y económico solo les pertenecía a los gachupines, que eran, los hijos de españoles nacidos en España, y que por tal, representaban la extensión de la monarquía en las tierras invadidas.
A lo largo de los tres siglos, la ideología criolla se fue alimentando con ambición, incapacidad, envidia y corrupción. Los criollos siempre fueron segundones, se les formó un trauma de incapacidad, ineptitud y desmedida traición, que hasta la fecha es su personalidad. En efecto, el problema histórico del criollismo es su exagerada tendencia a la traición. El criollo se traiciona hasta a sí mismo. No tiene la fuerza y la entereza del gachupín. No es de Abyanahuac, porque la desprecia, para el criollo su Madre Patria no está aquí. Pero tampoco es “de allá”, porque en la supuesta Madre Patria, su gente le llama “indiano”, porque, ya es muy diferente a ellos, pero el criollo, no se identifica con los anahuacas ni con el Anáhuac. El criollo es un paria explotador y depredador, no ama al pueblo ni a la tierra, que históricamente la ha dado todo cuanto tiene. Él es, el que vive en el laberinto de la soledad.
Después de pelear durante once años, los criollos contra los gachupines, hacen las paces y crean su país de ellos y únicamente para ellos, excluyendo a los mestizos, anahuacas y negros. Pero en 1828, los criollos traicionan a sus aliados, los gachupines, y los expulsan de México, para quedarse con el pastel. Durante todo el siglo XIX, en medio de invasiones y la pérdida de más de la mitad del territorio, los criollos se traicionan a sí mismos, al dividirse en dos grupos antagónicos a muerte. Masones escoces contra masones yorkinos, conservadores contra liberales, centralistas contra federalistas, monárquicos contra republicanos, prianistas contra morenistas.
Criollos de derecha y criollos de izquierda, ambos grupos son herederos del sistema colonial y los defienden y lo sostienen, consciente o inconscientemente. Su ideología es eurocéntrica, hispanista o agringada, son malinchistas, son de tendencias racistas y sumamente clasistas, sin importar que sean marxistas. No conocen, ni les interesa, y desprecian a la Civilización del Anáhuac. Hablan de Sócrates, de Descartes o de Marx, pero no saben qué es la Toltecáyotl, ni les importa.
No conocen y menos tienen posibilidad de sensibilizarse con el llamado “México profundo”. Algunos criollos de izquierda sienten empatía por los pobres y los explotados, pero no les interesa conocer la civilización que los genera, ni los valores y los principios ancestrales que les identifican. Les preocupan sus carencias materiales, pero no entienden sus necesidades culturales, comunitarias ni espirituales. Los criollos viven en su laberinto de soledad. Educayotl, AC.
