Fotos: Adrián Gaytán
La Noche de Rábanos surgió de la manera más simple: las amas de casa necesitadas de preparar la comida “de vigilia”, cuando en Oaxaca, por su lejanía ni siquiera se soñaba con productos fresquecitos del mar, solo pescado -tal vez robalo, quizá bacalao noruego, pero para casi todo el mundo, la modesta “lisa”, platillo también para los viernes de cuaresma junto con el humilde “topote”.
El Cronista de la Ciudad, Everardo Ramírez Bohórquez, cuenta que “aderezo indispensable de la ensalada eran los rábanos con su vivo color, mas otros varios productos de la Trinidad de las Huertas y Cuatro Caminos”.
En la Plaza de Cántaros, lo que hoy es Alameda de León, por la tarde del 23 de diciembre se instalaban los vendedores de todo para que “las abuelas fueran a escoger allí, sitio de encuentro con amistades y comadres, cuando no abundaban ocasiones para canjear noticias y los sabrosos comentarios de esta gran casa de vecindad que era nuestra capital”.
Fue así como se fincó la costumbre y se convirtió en paseo. Más tarde despertó la imaginación de los hortelanos que quisieron representar con rábanos más grandes y de más caprichos formas, diversas figuras, que lo mismo intentaban ser un ángel que un diablillo, un animalito doméstico o un vestigio.