El domingo 8 de junio, la Carretera Federal 175 rumbo a Ixtlán de Juárez fue testigo de una tragedia que, más allá del dolor, ha encendido una luz roja sobre la transparencia institucional en Oaxaca. Dos mujeres motociclistas, Maritza y Karla, perdieron la vida alteres involucradas en un choque con una camioneta conducida por María de Lourdes Santiago Cruz. La cual es actual delegada de la Procuraduría Federal del Consumidor (PROFECO) en Oaxaca.
A pesar de que múltiples versiones apuntaban a su responsabilidad en el fatal percance, la funcionaria federal fue puesta en libertad pocas horas después. Lo que levantó una oleada de críticas, rumores y exigencias de justicia.
El silencio oficial que alimenta la sospecha
Hasta el momento, ni la Policía Vial Estatal ni la Fiscalía General del Estado de Oaxaca han ofrecido una narrativa clara y oficial sobre el accidente. La falta de información oportuna, así como la opacidad en el proceso legal, han dado pie a todo tipo de versiones no verificadas. Desde la supuesta protección institucional hasta la alteración del peritaje a favor de la funcionaria.
Mientras algunos testigos y usuarios en redes aseguran que Santiago Cruz fue escoltada fuera del lugar del accidente por elementos estatales. Otras fuentes indican que permaneció en el sitio y se puso a disposición de la autoridad, dispuesta a colaborar. Como lo afirmó más tarde un comunicado oficial de la PROFECO.
Este tipo de contradicciones no solo son perjudiciales para el esclarecimiento del caso, sino que erosionan gravemente la confianza ciudadana en las instituciones encargadas de impartir justicia.
Cuando el poder está al volante
Lo que en principio podría ser tratado como un caso más de fatalidad en carretera, toma un cariz completamente distinto cuando entra en juego el perfil político de la persona involucrada. María de Lourdes Santiago Cruz no solo es funcionaria pública: también es ex esposa del actual Secretario de Cultura del Gobierno de Oaxaca, Flavio Sosa Villavicencio. Figura de peso en la política estatal.
En contextos como este, es fundamental que los procesos judiciales sean no solo imparciales, sino también escrupulosamente transparentes. Cuando los actores tienen vínculos con estructuras de poder, la ciudadanía merece más claridad. No menos, para evitar que el aparato legal sea percibido como herramienta de protección y no de justicia.
La exigencia de justicia: un grito que busca eco
Algunos familiares de las víctimas han levantado la voz ante lo que consideran un intento de encubrimiento. Han solicitado al gobernador Salomón Jara Cruz una investigación profunda. Sin privilegios ni manipulaciones.
“Queremos saber la verdad. No buscamos culpables a modo, sino justicia real”, expresaron familiares de Maritza y Karla, quienes pidieron mantener el anonimato por temor a represalias. Este dato no es menor: cuando exigir justicia se convierte en un riesgo, hay señales inequívocas de que algo no funciona bien.
¿Dónde está la responsabilidad institucional?
Resulta preocupante que, a varios días del accidente, no se haya hecho públicas las circunstancias exactas del siniestro que involucró a un funcionario público con relaciones de poder. Esta omisión, intencional o no, envía un mensaje peligroso: que la aplicación de la ley podría depender del nombre y los contactos de quien la infringe.
En un país donde la impunidad y el abuso de poder han sido denunciados con insistencia. La única salida digna es que los procedimientos legales sean tan claros como el dolor de las familias que perdieron a sus hijas.
Cuando el proceso es opaco, la justicia también lo es
Este caso debe servir como recordatorio urgente: cada vez que una figura vinculada al poder se ve involucrada en un hecho trágico, la transparencia no es un lujo, sino una obligación. La justicia no puede construirse sobre versiones contradictorias, investigaciones silenciosas o resultados convenientes.
Oaxaca —y México en general— no pueden seguir operando con un sistema legal de dos velocidades: uno para los ciudadanos comunes, otro para quienes están cerca del poder. La justicia debe ser pareja, incluso cuando —y sobre todo cuando— es incómoda para quienes gobiernan.
Finalmente, lo que está en juego no es solo el esclarecimiento de un accidente, sino el prestigio de las instituciones encargadas de buscar la verdad. Y cuando esa verdad se diluye, se abren las puertas a la sospecha, la indignación… y la impunidad.