No es el Día de Muertos, porque siempre están con nosotros
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No es el Día de Muertos, porque siempre están con nosotros

 


Los objetivos de la corona castellana y el Vaticano en el siglo XVI, con respecto a la invasión del Anáhuac, fueron: depredar la riqueza y llevarla a la paupérrima Europa, y destruir, desde sus cimientos, a la civilización del Anáhuac que era mucho más adelantada que la europea de ese tiempo.

La destrucción total de la Ciudad de Tenochtitlán, la más grande y mejor urbanizada del mundo en ese momento, confirma lo dicho. Pero, la iglesia católica tomó como estrategia, que aquello, que no se pudiera destruir de la espiritualidad de los invadidos, por su profunda raíz y fortaleza, lo incorporaran al proceso de colonización como un elemento hispánico.

Los casos más sobresalientes de esta estrategia fueron las dos ceremonias ancestrales más importantes de los anahuacas. De esta manera, el dos de noviembre lo convirtieron en “el día de los muertos” y el 12 de diciembre en “el día de la Virgen de Guadalupe”. En esta ocasión nos referiremos a la primera fecha, el dos de noviembre.

Las dos civilizaciones ancestrales que vincularon a la muerte como parte fundamental de su sabiduría, fueron Egipto y Anáhuac. Los anahuacas descubrieron que todo el mundo visible estaba constituido por pequeñísimos filamentos de energía con conciencia, que tenían la vocación de unirse y estructurase como toroides y de manera fractal, formado partículas subatómicas, átomos y moléculas, hasta llegar a galaxias.

Descubrieron que el mundo está constituido de energía, incluyendo los seres humanos, y como la energía no se crea ni se destruye, solo se transforma, la energía de la conciencia del ser humano no se acaba o destruye, solo se transforma. De esta manera, lograron crear un vínculo energético, con aquellos que han dejado la organización energética orgánica. Lo que implica desarrollar toda una cultura con aquellos que han partido, pero que no han desaparecido. Esto no es único en el Anáhuac, muchas culturas ancestrales del planeta lo practican. Lo que resulta realmente retrogrado, primitivo e irresponsable, es pensar que la conciencia de los seres humanos desaparezca.

Para nuestros Viejos Abuelos, los difuntos son todas aquellas personas que están vinculadas directamente con la vida y la existencia de uno, es decir, aquellos difuntos como los padres, abuelos, tatarabuelos, hermanos, amigos y seres queridos. Ellos, a pesar de que han dejado esta realidad energética de seres orgánicos, siguen con nosotros. Nos acompañan, nos enseñan, aconsejan y nos apapachan. Siempre están con nosotros. No es que, solo vengan un día al año. Siempre nos acompañan. Depende de la sensibilidad y capacidad de percepción energética, estas “conciencias energéticas” se perciben de diferentes maneras, desde las más directas, hasta las más sutiles. Como resulta en los sueños, en los presentimientos y en los recuerdos. De esta manera podemos decir que, solo el olvido es la muerte. En efecto, cuando hemos perdido nuestro contacto con lo esencial, con lo vital de nuestra milenaria cultura Madre, cuando tomamos y digerimos totalmente la filosofía y visión del mundo ajeno, el del colonizador, entonces la muerte es el fin de todo, lo cual nos conduce a la nada o al Halloween.

Por otra parte, los ancestros forman un “conglomerado energético” (por decirlo de alguna forma), que se constituye por un sinfín de conciencias de seres humanos que han vivido mucho antes que nosotros y que, mantienen los más esenciales valores y propósitos de nuestro ser comunal, nuestro proyecto milenario de vida. Que mantienen los cimientos de nuestro “rostro propio y de nuestro corazón verdadero”. Eso en lo que todos formamos uno, eso que nos viene de lo profundo de las entrañas de esta amada tierra nuestra.

En el lenguaje occidentalizado resulta muy difícil expresar esto, pero la sabiduría, energía, coraje, capacidad de resiliencia que tenemos los anahuacas, viene de esta energía que llamamos metafóricamente, Los Viejos Abuelos, los ancestros, los huehues o los antepasados.

Necesitamos recuperar descolonizadamente estas dos milenarias tradiciones del Anáhuac. Debemos de resignificarlas y hacerlas “propias-nuestras”. Nosotros ahora, los hijos de los hijos de los Viejos Abuelos, nosotros los anahuacas que hemos sido desmemoriados, que nos han dejado amnésicos, catatónicos, -nosotros humildemente-, con nuestra voluntad de ser y trascender, en nuestros espacios personales, en nuestros espacios comunitarios, debemos de luchar para que nuestros hermanos despierten y vivan con profunda devoción estas sagradas ceremonias, que nos hacen más consientes, más fuertes y, sobre todo, más dignos. Educayotl AC.

Descolonizar es dignificar. www.toltecayotl.org