A balazos, sólo así
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A balazos, sólo así

 


Más de cuatro años recibiendo abrumadoramente la frase “abrazos no balazos”, no sólo como slogan de una campaña estéril y mentirosa, sino como una supuesta “estrategia” para  “combatir las causas” de uno los males que aquejan a México: la narcodelincuencia; frase en la que nadie ha creído porque la violencia de las bandas del crimen organizado no se sustenta en la conciliación y los brazos abiertos; no se sustenta en visitas encubiertas a Badiraguato para saludar cariñosamente a la señora madre del “Chapo” Guzmán. Tampoco en hacer una detención en octubre de 2019 y luego, por miedo y afectos, soltar al reo.

La Drug Enforcement Agency (DEA) ha hecho su trabajo, aunque se niegue oficialmente. Sus sistemas, equipo, tácticas y procedimientos de detección son muy avanzados, han sido experimentados en otros lugares como Colombia. Detectores y rastreadores que ubican, milimétricamente, el sitio donde el objetivo se ubica, sus redes de defensa, su armamento, sus rutas de escape y sus escondites alternos. El gobierno de México lo niega por un orgullo mál entendido, omitiendo que los Estados Unidos de América son el socio, son el vecino afectado por la producción y tráfico de estupefacientes, del fentanilo, cuyos letales efectos están haciendo que el gobierno de Joe Biden los considere “armas de destrucción masiva” y en riesgo de que se considere como terrorismo la actividad y trasiego de enervantes, cuestión que haría de nuestro territorio víctima de la injerencia directa de cuerpos de seguridad del vecino país, en incursiones frente a las cuales el discurso ridículo y burdo de “soberanía” quedaría absolutamente en entredicho.

La captura de Ovidio “Ratón”  hace cuatro días fue  una masacre en la que fallecen soldados, policía, delincuentes y que produce además un estado de sitio y de casus belli en Culiacán, Mazatlán, Los Mochis y poblaciones y carreteras en torno a lo que también ha sido una de las fértiles zonas agrícolas de México, allá donde los odiados gobiernos “neoliberales” construyeron presas de almacenamiento para el agua, indispensable en los distritos de riego financiados atinadamente con recursos del Banco Mundial y del Banco Interamericano de Desarrollo.

Joe Biden llega a México. Su afabilidad y cortesía aceptan aterrizar en el aeródromo restaurado, en ese de Santa Lucía donde nunca López Obrador ha abordado o descendido de una aeronave, esa base militar convertida a capricho en el “más grande y moderno aeropuerto del mundo”, denotando con ello que el interesado no trasciende las terminales camioneras pueblerinas de Tabasco y alrededores. La agenda de Biden es clara: fentanilo, que significa cártel de Sinaloa, cártel Jalisco Nueva Generación. Significa emprender una feroz guerra en México, con las instrucciones de la Casa Blanca y con la supervisión de sus cuerpos de inteligencia. La cabeza de Ovidio es el platillo con el que se paga esta visita: una captura a cambio de un aterrizaje. Un presidente humillado y derrotado que le falló a la abuela de Ovidio, a la mamá del Chapo, a quien le prometió tramitar visa para visitar al indiciado en Nueva York. Ya no habrá esas subrepticias visitas a la tierra prometida de Badiraguato. La realidad dobló al mensaje demagógico.

También en frontera, Ciudad Juárez, la violencia en una cárcel de pésima seguridad, fue escenario de un motín y escape de un peligroso líder delincuencial, eliminado pocos días después de su fuga. Pero la secuela de muerte y terror ahí está, como en Zacatecas, Jalisco, Guanajuato o Guerrero.

Testimonios de un país ingobernable, de un gobierno fallido que va acumulando derrotas y humillaciones porque se ha engañado en querer gobernar con mañaneras y preferir “macanazos” beisboleros en horas de trabajo. Los abrazos proclamados son la falsa puerta hacia el desastre. Biden y Trudeau aterrizan diplomáticamente para advertir, con guante blanco, que a un tratado comercial benéfico no se lo traiciona con populismo y demagogia. Dixit.