Érase una nación. Hoy es un pueblito caciquil
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Érase una nación. Hoy es un pueblito caciquil

 


Érase un enorme país, tenía más de cuatro millones de kilómetros cuadrados de superficie, era la nación más grande del Continente Americano y tenía posesiones desde Oregón hasta Panamá, unidas por un mismo idioma, por una misma religión, por casi una unidad de costumbres. No sólo eso, sus dominios políticos y administrativos se extendían hasta las grandes e importantes islas en el extremo oriente, en el Pacífico norte: las Filipinas.

Su actividad económica tenía influencia mundial y fomentaba el comercio internacional por ambos océanos que lo rodeaban: galeones, carabelas, fragatas que transitaban por el Mar de las Antillas y cruzaban todo el Atlántico. Naos que surcaban la gigantesca ruta del Pacífico para comerciar con Catay y Cipango (China y Japón). Su riqueza minera, textil, artesanal y agrícola abastecía a la Cristiandad europea y se recibían importaciones de bienes y productos de muy alta calidad y hacían de ese reino uno de los más grandes en el mundo.

Era tal su poder y su potencial marítimo que poseía la Armada de Barlovento, una flota de guerra que hacía frente a piratas y corsarios que la envidia de los anglos y neerlandeses se veía eficazmente combatida y rechazada. Esa Armada registró grandes triunfos en batallas contra franceses, ingleses y holandeses.

En fin, era la Nueva España, el soberbio Virreinato que superaba a muchos reinos y naciones del Viejo Continente, de Asia y de África. No era y nunca fue “colonia”, eran la corona española extendida en ultramar, con provincias y reinos que, si bien tributaban, mantenían gran independencia en sus formas de administrar los bienes de las grandes unidades agrícolas, pecuarias y la minería.

Su grandeza le permitió erigir ciudades monumentales, algunas superiores a las europeas: aquí estaban México, Guadalajara, La Puebla de los Ángeles, Valladolid (Morelia), Antequera (Oaxaca), Mérida, Guanajuato, San Luis Potosí. Sus entidades políticas eran reinos (México, Michoacán, Nueva Galicia, el Reino Nuevo de León) y las provincias (luego intendencias de México, Puebla, Veracruz, Oaxaca, Mérida o Yucatán, Valladolid, Guadalajara, Zacatecas, Guanajuato, San Luis Potosí, la Antigua California y la Nueva California.

En 1551 se establecía una de las primeras universidades del continente, la Real y Pontificia Universidad de México y en paralelo los grandes Colegios de San Ildefonso, San Pedro y San Pablo, Santa Cruz de Tlatelolco, el Real Seminario de Minería, orgullo de la técnica y la ciencia creativas, desarrolladas en México. La Universidad contaba con los mismos privilegios de la Universidad de Salamanca, la más importante de España y una de las mejores de Europa. Eran instituciones donde se formaban los profesionales en la industria y las humanidades. No en balde Balbuena había publicado ya en 1604 su obra señera: Grandeza mexicana y Cervantes estampó en el Quijote, pasajes de la vida mexicana que superaba ya a la metrópoli en muchas ramas del saber y de las artes.

Pero brotaron en España las reformas borbónicas durante el despotismo ilustrado de Carlos III (1716-1788), con influencia de la enciclopedia y de la revolución francesa, destructoras de la cultura y de las ideas de grandeza, para ir tomando forma un liberalismo que minó sus instituciones y debilitó no sólo su territorio ya en las guerras napoleónicas, sino en las posesiones americanas, desde la Alta California hasta la Patagonia.

Esa grandeza de los pueblos y naciones hispanoamericanas fue disminuida, desarticulada, dividida y combatida a partir de 1810, cayendo en la pobreza. Luego en nuestro México, en 1847-48 perdimos más de la mitad del suelo patrio y en 1867 se “restauró” una república menguada. La siguiente tragedia ocurrió en 1910, cuyos despojos necesitaron décadas de lenta y prolongada recuperación, hasta que en 1996 vimos la luz de la democracia.

Íbamos bien. Pero la laxitud gubernamental, la corrupción y la dejadez de quienes jugaban a estadistas, nos trajo en 2018 la enorme tragedia de convertir lo que fue una gran Nación, en un “pueblito grandote”, en un municipio pueblerino comandado por un cacique que, como los destructores Hitler, Mussolini, Stalin, Perón, Mao, Castro, Chávez, Maduro, Ortega, organiza marchas para exaltar el culto a la personalidad y establecer un dominio de “popularidá” o “popularidat” que sólo nos trae división y encono desde una sede gubernamental que destila vitriolo. Dixit.