De Tlatelolco a Ayotzinapa: verdad, versiones, mentiras
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De Tlatelolco a Ayotzinapa: verdad, versiones, mentiras

 


Estamos con Peniley y con Loret

Buckinghamshire, UK.- A los oídos y mentalidades débiles les suena bonito eso de “crimen de Estado”, especialmente a quienes no vivieron (que son la mayoría) el año de 1968, cuando un gran Movimiento surgió de las dos  grandes instituciones de educación superior en nuestro país: la Universidad Nacional Autónoma de México y el Instituto Politécnico Nacional. No sobra recordar que el acontecimiento social más importante del último tercio del siglo XX fue interrumpido un 2 de octubre, hace 54 años con una matanza de seres humanos, una masacre, esa sí, organizada y ejecutada por el Estado.

En ese crimen participaron con torpeza y malevolencia, desde el jefe del Departamento del Distrito Federal, Alfonso Corona del Rosal, hasta los secretarios de Gobernación y de la defensa Nacional: Luis Echeverría y Marcelino García Barragán. No sólo ellos, había ejecutores intermedios y de abajo: miembros del Estado Mayor Presidencial disfrazados de “Batallón Olimpia” y los infaltables granaderos o policía antimotines, bajo el mando de Luis Cueto Ramírez y Raúl Mendiolea Cerecero, jefe y subjefe de la policía capitalina.

No quedaban ahí las cosas. Por encima de todo ese conglomerado gubernamental estaba el mandante supremo, Gustavo Díaz Ordaz, presidente de la República, que ante la inminencia de los juegos olímpicos, con su rudeza imaginó un complot contra las instituciones y escuchó a sus pitonisas, que tan mal lo aconsejaron.

¿Por qué Tlatelolco sí fue un crimen de Estado? Porque las órdenes de  asesinato partieron de los órganos del poder y estaban pretendidamente sustentadas en dos artículos del Código Penal Federal: el 145 y el 145-Bis, que tipificaban el “delito de disolución social”, mismos que validaban las acciones de policías y ejército.

¿Qué estaba haciendo el batallón de paracaidistas en San Ildefonso la noche del 29 de julio, el 18 de septiembre en Ciudad Universitaria y el 2 de octubre en Santiago Tlatelolco? Estaban obedeciendo instrucciones del poder. Cumplían con el marco legal que otorgaba licencia para matar. No tenían por qué estar ese 2 de octubre, su lugar era el cuartel, pero atendieron el complot gubernamental contra los estudiantes, en esa pinza que los atenazó en la Plaza y en el edificio Chihuahua.

Ayotzinapa es claramente distinto. De un ignoto plantel (normal rural, dicen) partieron 43 alumnos, empujados por  la torcida instrucción y pervertida ideologización de sus mentores, para supuestamente participar en la marcha del 2 de octubre de 2014. Los que indujeron a la muerte siguen tan campantes. El  trágico destino de los 43 ya es conocido y sobre ello se han construido versiones, que no verdades, añadiendo muchísimas mentiras por parte del Estado (si es que el gobierno federal y sus integrantes fueren tal entidad soberana).

La versión de Alejandro Encinas, contorsionista verbal del oficialismo, se agrega al laberinto sin hilo de salida que construyó, esto sí, el Estado, empeñado en hacer del Estado mismo un ente criminal. No tiene salida, ni pies ni cabeza. Es el manejo demagógico y mentiroso de un lamentable suceso, en un país de violencia, de anarquía, de desgobierno y en camino franco de tiranía.

Hay una brutal diferencia: el 1° de septiembre de 1969, se dijo esto en el Congreso de la Unión: “asumo íntegramente la responsabilidad: personal, ética, social, jurídica, política, histórica, por las decisiones del gobierno en relación con los sucesos del año pasado”. Así es, Díaz Ordaz fue culpable, pero tuvo el valor para reconocerlo y confesarlo ante el mundo.

Hoy en día, en el circo tempranero del Palacio Virreinal, con pobre oratoria, enredos verbales y muchas mentiras, se intenta exonerar a culpables y obtener para el populacho, como sanguinaria ofrenda, muchos chivos expiatorios que satisfagan la voracidad política y desmesura del gobierno federal. La cruda síntesis es que no hay honor, sólo hay horror en la descomposición institucional de nuestro México.

¡¡BOMBA!! Yucateco al fin, Carlos Loret de Mola hizo estallar una bomba en el centro del poder de México: el hackeo a la información confidencial de la Secretaría de la Defensa Nacional y el lado oculto del poder palaciego. ¡¡¡Muy bien!!