De Limantour a Arturo “N”
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De Limantour a Arturo “N”

 


En cualquier gobierno nacional, el ministerio de Hacienda es el cerebro, guía y orientador de la economía: su éxito o fracaso depende justamente de la política hacendaria. Hoy, en México, la Hacienda pública está destrozada, en manos ineptas, naufragando en un populismo devastador, una vocación perversa que sólo acierta al empobrecimiento de la nación.

Después de la Independencia y hasta la Reforma, la Hacienda pública fue notoriamente precaria: baja recaudación, pocos negocios, nula inversión local o extranjera, agricultura de subsistencia y todo por las diferencias políticas, asonadas, cuartelazos, revoluciones, invasiones; en suma, la falta de confianza y de guía para el impulso que llegaría hasta después de la Revolución de Tuxtepec.

Desde 1821 ha habido 108 titulares de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público; de esa larga lista, muy pocos han sido realmente prominentes, creadores y transformadores del crecimiento y la estabilidad de México. Sin duda Matías Romero durante el juarismo y luego en el Porfiriato, se cuenta entre los precursores de una Hacienda moderna. Pero José Yves Limantour, que ocupó el cargo de 1892 a 1911, con el presidente Porfirio Díaz, es sin duda el más destacado del siglo XIX y principios del siglo XX. A él se debe el florecimiento económico de México en esa etapa, significada por una atinada política monetaria, presupuestal, fiscal y comercial. Algo que sólo la ignorancia o el encono insisten en desconocer. El tesoro público que dejó Limantour en 1911 al gobierno sucesor revolucionario, equivalía a 63 millones de pesos oro, suma incalculable entonces que fue dilapidada durante el gobierno maderista, aunque duela decirlo: un gobierno pobre.

El período revolucionario fue funesto para la Hacienda pública. Es irrelevante mencionar quiénes ocuparon la cartera. Pero es hasta el período de Obregón (1920-1924) en que Adolfo de la Huerta, como secretario de Hacienda y luego sustituido por Alberto J. Pani, se inicia un proyecto hacendario serio, que continuaría durante el Maximato con Luis Montes de Oca. Poco a poco se vislumbraba sacar de la pobreza al Estado mexicano. El erario nacional se recupera entre 1935 y 1946, con Eduardo Suárez, que despachó para Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho, le tocó el beneficio de la economía de guerra.

Es a la llegada de Antonio Carrillo Flores en 1952 (con Ruiz Cortines), cuando comienza una recuperación ya notoria que consolidaría Antonio Ortiz Mena entre 1958 y 1970, con Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz, el “Desarrollo Estabilizador”, que hoy añora la cuarta transformación, sin percatarse que era otro México, otras condiciones socio-económicas y sobre todo, una política liberal, favorable a la inversión pública y privada, que sostuvo el crecimiento y mantuvo un tipo de cambio fuerte por 22 años. El asunto decayó terriblemente cuando Luis Echeverría, quiso dirigir las finanzas desde la presidencia, algo que se quiere reproducir hoy y que está dando al traste con lo que se había ganado. Se está aniquilando nuestro potencial y futuro económico.

Después de los años malos de Echeverría y López Portillo, han destacado algunos titulares de Hacienda, como Jesús Silva-Herzog Flores, que afrontó la crisis de la deuda entre 1982-1986, seguido del hábil Gustavo Petricioli, que articuló una alianza con Carlos Salinas de Gortari entonces secretario de Programación y Presupuesto, permitiendo arribar en 1994 al Tratado de Libre Comercio con Canadá y Estados Unido, remendado hoy como TMEC. Muchos más pasaron por la llamada “Casa Limantour”, sin daños colaterales, salvo el “error de diciembre” de 1994.

Es en 2018 cuando la Hacienda mexicana empezó a naufragar en un mar de pésimas decisiones. Un Ejecutivo omnipotente que no deja actuar a un secretario sin enjundia, nada profesional, sin personalidad, sometido temerosamente a designios que sólo afectan las finanzas públicas y haciendo más pobre al país. Queda agregarle –como se usa ahora– una simple “N” por apellido.