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Toda la socarronería que abrevó López Obrador en el laboratorio político que montó en Oaxaca en el 2006 con las huestes magisteriales, la está reciclando en Guadalajara. Los más agudos analistas ven que en Jalisco, AMLO está poniendo en juego sus estrategias políticas para domar al primer gobernador que se le pone enfrente. No hay que olvidar que el tapatío Enrique Alfaro está entre la decena de gobernadores más contestatarios ante los yerros del presidente en el manejo de la emergencia sanitaria del Covid 19 y otros temas del Federalismo. En estas confrontaciones se asoma también el tamaño de la guerra que viene por las elecciones del 2021. 

La violencia en las calles de Guadalajara y el modus operandi de los activistas radicales y sus consignas, nos remontan a la dramática experiencia que padeció la capital oaxaqueña en el 2006. Usan hasta los mismos estribillos: “vivo se lo llevaron, muerto lo entregaron”. Muy similar a los gritos de los “maestros” del cartel 22: “vivo se lo llevaron, vivo lo queremos” en aquellas multitudinarias marchas para reclamar a sus activistas capturados entre las fogatas de las siniestras barricadas.

Recordemos que en política nada es casual. La escalada de violencia contra el gobernador de Jalisco, arrecia precisamente cuando el presidente reinicia sus giras de campaña electoral. El pretexto fue la protesta por la muerte de un joven asesinado por policías después de su aprehensión en un municipio de Jalisco. Lo raro es que la reacción vino muchos días después. Nadie puede decir que los viajes de AMLO por el sureste del país sean para dar alguna atención a los damnificados del fuerte temporal o para rediseñar sus equivocas tácticas de combatir la Pandemia y que tanto le han recriminado precisamente Alfaro y una decena de gobernadores.   

Todo indica que el choque contagiará las próximas elecciones. Así parece cuando Enrique Alfaro y su sostenedor Dante Delgado, político muy conocido en Oaxaca, han denunciado que la violencia en Guadalajara se armó desde las “sótanos del poder” presidencial. 

SAÑUDO 

Además de la preocupación que le causa la posibilidad de que en las próximas elecciones Morena pudiera perder su mayoría en el Congreso de la Unión, López Obrador tiene otra profunda obcecación: su rencor. 

En el 2006 estuvo a punto de hacer rodar la cabeza del gobernador Ulises Ruiz. Para este fin hizo alianzas con Gabino Cué y lo más negro de la fauna política chapulinera ¿Saben porque?

Fue Ulises Ruiz como presidente del PRI en Oaxaca el que impidió que un hermano de AMLO ganará la gubernatura de Tabasco por el PRD. Reclutó a un buen número de maestros de la sección 22 y los envió a Tabasco a contrarrestar la campaña que, obviamente, ganó el PRI. Esto explica el profundo encono de López Obrador contra Ulises a quien estuvo a punto de tumbar de la gubernatura. 

ASÍ FUE…

Para refrescar un poco la memoria de cuando URO estuvo a punto de pasar a la historia como un gobernador derrocado, he aquí lo que escribí el once de octubre del 2006. 

RABIOSOS 

Los ambiciosos políticos gritan: Que renuncie Ulises o que venga la represión policíaca. Ambas banderas las necesita López Obrador para impulsar su lucha poselectoral. 

Los maestros de la UTE, los más extremistas del PRD, insistían en no abrir las escuelas. Oaxaca ardía literalmente.

La línea de Gobernación estaba dada: que el Senado declare la desaparición de poderes en Oaxaca. Esto avivaba los apetitos de venganza de AMLO y de Elba Esther Gordillo. Esta dama también quería cobrar a Ulises una cuenta pendiente. No le perdona que haya enviado a otros maestros (sirven para todo estos sicarios) a plantarse frente a su casa en la CdMx. Una caterva de políticos locales enemigos jurados de URO también aplaudían. 

Yunquistas puros del PAN con los del PRD estaban listos para aprobar la caída del URO en el Senado. Los cabilderos más insistentes fueron legisladores oaxaqueños como Salomón Jara, Humberto López y uno que otro priista.  

Tirios y troyanos de la política chapulinera se unieron para ver caer a Ulises. Su argumento: insostenible el desorden y los incendios del cartel 22 y la APPO. 

La fantástica dupla del demonio (de Tasmania) con el abad (Carlos Abascal titular de la Segob) alcanzaron las cifras, digo los acuerdos, para calmar la revuelta. La APPO en plantón frente al Senado y fieles a la línea de AMLO advertían: “si no hay solución pronta, también caerá Calderón después de Ulises”.   

¿Pero que creen? Flavio “el demonio de Tasmania” aceptó el cuánto más cuánto. Así se diluyó la venganza de los políticos resentidos y Gabino Cué ya no pudo alzar la mano a López Obrador en el palacio de Oaxaca donde tenían planeado instalarlo como “presidente legítimo”. 

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