Gira sin obras
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Editorial

Gira sin obras

 


El domingo pasado, concluyó por territorio oaxaqueño, la gira número 28 del presidente Andrés Manuel López Obrador. Vino, entre otros motivos, a supervisar los trabajos del Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec, además de la construcción de las carreteras al Istmo, la Costa y la ampliación de la vía La Ventosa-Acayucan. El objetivo ha sido prácticamente el mismo de las anteriores giras, con la salvedad tal vez de las primeras, para supervisar la construcción de los caminos rurales o, en los tiempos duros de la pandemia, para checar el funcionamiento del sistema de salud. Sin embargo, a poco más de tres años de gestión del gobierno federal, vemos que los resultados en dichas obras, son pobres y limitados.

¿Cómo aplaudir que una obra que lleva al menos 20 años, como es la carretera al Istmo, tenga un avance menor al 60 por ciento? ¿Acaso habrá que echar las campanas al vuelo para que, mientras en otras entidades el Centro o Norte del país, se inauguran obras de infraestructura millonarias, que iniciaron apenas hace tres años, las nuestras siguen esperando terminarse?  Hace al menos un mes, trascendió el descarrilamiento de un tren en la ruta del Interoceánico. La construcción del rompeolas en Salinas del Marqués, tampoco llega al 60 por ciento. Se ha convertido en la manzana de la discordia de sindicatos y confederaciones de transportistas. Sindicatos mafiosos les llamó el mismo presidente, que encarecen el suministro de materiales pétreos y otros. Los avances, pues, son poco significativos. Al paso que vamos, el gobernador terminará su gestión sin que se le haya dado la oportunidad de inaugurar al menos una de las vías carreteras.

No están errados pues, quienes piensan que Oaxaca sigue viajando en el furgón de cola de la modernidad; que sigue como el patito feo de la Federación y que el adeudo histórico de ésta con los oaxaqueños, tardará mucho en saldarse. Lo que sí escuchamos en cada gira son mensajes y promesas. Lejos de hacer un llamado a la unidad, las arengas a la polarización son constantes. En 1911, como lo escribió en sus Memorias, ya en el exilio, el general Porfirio Díaz decía: “México se despeña en un abismo. Ha regresado a la barbarie; una y otra vez los bandos y las facciones”. Y más de un siglo después seguimos en las mismas. Tiene razón el escritor italiano Umberto Eco: “Nuestra propensión a las delicias del odio es tan natural que a los caudillos del pueblo les resulta fácil cultivarlo”. Y lo palpamos cada día.

 

Agresiones impunes

 

Ha sentado muy mal precedente ante la sociedad oaxaqueña, la agresión impune de habitantes y vecinos de comunidades que, de la mano de sus titiriteros, llegan a la capital y agreden con palos o machetes a la ciudadanía indefensa. Y lo mismo ocurre con empleados y empleadas del gobierno estatal, que laboran en Ciudad Administrativa o Ciudad Judicial. Que son, además, víctimas de humillaciones y amenazas. Quienes han ganado fama por estas acciones cobardes, son los vecinos de Santo Domingo Teojomulco. Entre la multitud lanzan proyectiles a diestra y siniestra. Usan para ello, hondas y resorteras. Y aún se hacen los graciosos. Rompen cristales y generan tensión en las víctimas potenciales de una pedrada en la cabeza o en el ojo. Y en las calles, rodean y amenazan por igual a hombres o mujeres; niños o ancianos.

Hace dos años, al menos, cerraron los accesos a Ciudad Judicial. Impidieron la salida de los trabajadores. Cuando un grupo de mujeres trató de salir por el drenaje de dicho complejo administrativo, los rijosos quemaron el pasto seco para asfixiarlas. Lo peor: ni autoridad ministerial les fincó responsabilidades, ni de derechos humanos documentó los abusos. Hace dos semanas volvieron por sus fueros. Cometieron las mismas atrocidades. Pero el mal ejemplo cunde y la impunidad también. Cuando la autoridad es omisa, por miedo a aplicar la ley, cada quien hace lo que le place. La semana anterior, garrote en mano y acosando cual si fueran animales, a empleados y empleadas de Ciudad Administrativa, estuvieron vecinos de San Cristóbal Amatlán.

La pregunta es: ¿hasta cuándo los trabajadores del gobierno estatal, sindicalizados y de confianza, tendrán garantías para desempeñar su labor? La cuestión se repite de manera constante, en el edificio del Congreso del Estado. Varios delitos se configuran. Inclusive, privación ilegal de la libertad, lesiones, amenazas e injurias. Pero nadie mueve un dedo. Ni el gobierno estatal, utilizando la fuerza pública o los legisladores aprobando leyes ni la Defensoría de los Derechos Humanos, acreditando violaciones a las garantías individuales. Todos hacen mutis, creyendo ingenuamente o para no meterse ruido, que esta agresión a la integridad de modestos empleados, es, también, libertad de expresión. Ojalá que el sindicato de burócratas responda, al menos, por los trabajadores de base. Porque lo que compete a los de confianza, no duden que seguirán a merced de turbas violentas y cobardes.