Vacunas: el escándalo
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Editorial

Vacunas: el escándalo

 


Jamás en la historia política del país se había vivido un episodio tan ruin y vulgar como es el caso de las vacunas para paliar contagios y muertes por Covid-19. Desde el inicio de esta semana, notas periodísticas y redes sociales dieron cuenta de la demagogia, el doble discurso y la ruindad en el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador o llamado de la 4T, en la compra simulada de las vacunas; las fanfarrias del canciller Marcelo Ebrard al recibir el ridículo cargamento de 3 mil 500 dosis del biológico; la prioridad en la vacunación de la plaga denominada “Servidores de la Nación” y el favoritismo encubierto para dicho beneficio, entre otros claroscuros. Hay mar de fondo en el asunto, cuando se dice que las dosis que han llegado no aparecen en ningún contrato de compra, sino que fueron donaciones de la empresa Pfizer BioNTech, situación que entró en un nivel de opacidad y discrecionalidad al mantener el gobierno federal en reserva, por cinco años, el supuesto contrato.

El affaire de las vacunas se dio, justo cuando el presidente anunció haber dado positivo al mal, luego de meses de minimizar esta gravísima enfermedad que ha diezmado al mundo y en México ha cobrado la vida de más de 150 mil mexicanos y en su legendaria negativa a usar cubre-bocas. Todo ello ha puesto al país en alerta. Y no es fortuito. Aquellos mandatarios que se envalentonaron y despreciaron los efectos de la pandemia, como Boris Johnson en Gran Bretaña; Jair Bolsonaro de Brasil; Donald Trump en los Estados Unidos y México, con López Obrador, son los que peores resultados han presentado en contagios y muertes. Al nuestro ya se le califica como el tercer país con más muertes en el mundo. Y el razonamiento de analistas y periodistas es simple: el tema de la pandemia se soslayó con fines políticos y no se escucharon ni las voces de expertos ni las presiones de la sociedad para enderezar el rumbo torcido.

Hoy, los mexicanos estamos en una encrucijada. La pandemia parece estar fuera de control, gracias a la confluencia de diversos factores: la reducción del presupuesto en Salud, desde el inicio de esta administración; la desaparición de dependencias y fideicomisos y, particularmente, el desatendido tema de la inseguridad. La delincuencia criminal está monopolizando la distribución de oxígeno; los hospitales están saturados; los mexicanos se siguen muriendo en sus casas, sin atención médica, sin el auxilio de aquellos que siguen pregonando que la salud es un derecho universal y no un privilegio. 

Un ejemplo para México

El pasado 20 de enero, fue un día histórico: en una de las potencias mundiales, los Estados Unidos de América, terminó la era beligerante, arrogante y racista de Donald Trump e inició la de un político moderado, venido de abajo y fogueado en una impecable carrera política: Joe Biden. En una toma de posesión inédita, por la emergencia sanitaria y las amenazas de los grupos extremistas, llamó la atención su discurso. La unidad, la reconciliación y el fin de las diferencias para hacerle frente a los retos del país, caló hondo en la opinión pública mundial. Jamás mencionó al pasado, ni citó a su antecesor. Simplemente llamó a concitar la confianza del pueblo norteamericano y gobernar para todos por igual: para quienes le dieron su voto y para aquellos que no. Sin agraviar a nadie; sin descalificar ni denostar, su mensaje fue conciliador, incluyente, reflexivo y lleno de esperanzas. Algunos de sus primeros decretos ejecutivos fueron el combate a la pandemia, cancelar el muro fronterizo con México, reinsertar a Estados Unidos en el Convenio de París, para el cambio climático y retornar a la Organización Mundial de la Salud. 

La relación México/Estados Unidos ha sido amplia e históricamente estudiada. Política bilateral, migración, comercio, narcotráfico, lavado de dinero, asistencia y cooperación en diversos rubros. No obstante, el tardío reconocimiento al triunfo del demócrata, sentó un pésimo precedente en la política de vecindad. Había una fijación de este gobierno con el ex presidente Trump. Ambos compartieron, “una visión muy similar sobre la manera de gobernar, marcada en ambos casos por un desprecio de las instituciones establecidas… así como de la prensa independiente”, apuntó en un artículo periodístico el ex embajador de Estados Unidos en México, entre 1998 y 2002, Jeffrey Davidow. 

Ciertamente, la relación entre ambos países ha sido compleja y difícil. “Probablemente en ningún lugar del mundo dos vecinos se entiendan tan poco”, reconoció Alan Riding en su obra: “Vecinos distantes. Un retrato de los mexicanos”, publicada hace más de una década. Sin embargo, las cosas han cambiado. Vivimos en otra época. Tal vez más difícil. Aunque del nuestro ya se dieron los primeros pasos, ojalá que el arribo del presidente número 46 de la Unión Americana, ayude al gobierno de la 4T a replantear una relación cimentada en el respeto mutuo, la confianza y la cooperación. Millones de mexicanos que viven allá o en el país, lo habrán de reconocer y aplaudir.  


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