Movilidad a todo vapor
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Editorial

Movilidad a todo vapor

 


La pandemia de Covid-19 sigue haciendo estragos en nuestro estado. De eso no hay duda. Las cifras de contagios y decesos crecieron en las dos semanas que estuvo en funcionamiento el semáforo naranja, cuestión que siempre cuestionamos en este espacio editorial, justamente por la forma tan superficial en la que el gobierno federal ha tomado la realidad local. A partir del lunes 20, supuestamente retornamos a semáforo rojo, justificando con ello la cifra escalofriante de más de 8 mil contagios y más de 800 fallecimientos. Justo antes de entrar en dicho semáforo epidemiológico, el gobernador Alejandro Murat hizo un llamado a la población de dos regiones: el Istmo de Tehuantepec y la Cuenca del Papaloapan, que siguieron registrando cifras preocupantes, a considerar un confinamiento voluntario, a fin de contener contagios y decesos. De la primera región, como ya hemos comentado, Juchitán de Zaragoza se convirtió en una especie de eje de la pandemia, con una centena de muertos en menos de dos semanas.

Hasta ahí las cosas. Pero la capital oaxaqueña y los Valles Centrales, que han sido los focos de contagio más importantes en el estado, siguieron en semáforo naranja. Es decir, se alentó la movilidad humana y el reinicio de las actividades económicas provocando que, en mercados, plazas, colonias, el Centro Histórico, se vieran de nuevo filas enormes afuera de las sucursales bancarias, personas deambulando y el tráfico vehicular casi en la normalidad previa a la contingencia. La capital oaxaqueña pues, volvió a una situación no de emergencia sino de actividad comercial normal. Hay que ponderar que el gobierno de la ciudad tomó providencias, en torno al uso obligatorio de cubre-bocas y ciertas medidas sanitarias en todos los negocios que abrieron sus puertas.

Partimos de la premisa de que la presión de grupos empresariales y prestadores de servicios turísticos han estado a la orden del día. Que hay miles de oaxaqueños que viven al día y que, obligadamente tienen que trabajar para poder mantener a la familia; que esta pandemia ha dejado a miles de trabajadores en la calle, etc. Son, en el fondo, presiones severas al gobierno, pues sólo un sector tiene la posibilidad de quedarse en casa. Ello ha provocado pues, una movilidad inédita en la capital y municipios conurbados, como Santa Lucía del Camino o Santa Cruz Xoxocotlán. Esperamos que ello no propicie un rebrote y que las autoridades, que han sido laxas para la reapertura, vigilen la aplicación enérgica de medidas sanitarias.

Promesas incumplidas

Hace dos meses, justamente el 27 de mayo, un incendio provocado, según informó en su oportunidad la Fiscalía General del Estado, por una chispa de soldadura, destruyó más de ciento diez locales del Mercado de Abasto, el más popular de la capital oaxaqueña. Se trató de un siniestro inédito pues sólo días antes, el gobierno de la ciudad había decretado el cierre parcial de dicha zona, en virtud del incremento de contagios y muertes por la pandemia. Evidentemente hubo muchas resistencias. Sin embargo, conscientes del grave riesgo para mercaderes y clientes, aceptaron cerrar sólo una parte. Sin embargo, al caer la noche, locales comerciales de la zona siniestrada después, fueron objeto de saqueos y robos por parte de delincuentes identificados con los mismos dirigentes de dicha zona comercial, algunos de los cuales han construido verdaderos feudos con las cuotas y obligaciones pecuniarias que han impuesto a los locatarios.

Días después del incendio y de los recorridos del gobernador del Estado, Alejandro Murat y el presidente municipal de la capital, Oswaldo García Jarquín, como mencionamos ayer, para ofrecer cien millones de pesos para rehabilitación y modernización de dicho centro comercial popular, las obras nada más no avanzan. Tal como lo hemos publicado en nuestras páginas, sólo se ha avanzado en la remoción de escombros y la limpieza del lugar. Hasta la fecha se desconoce el plan de rehabilitación, el período estimado para llevarlo a cabo, los planos o el presupuesto para realizar una labor de tal envergadura, pues es de todos conocido que desde 1972 en que se inauguró, ese Mercado de Abasto no ha tenido un programa de remodelación a conciencia para hacerlo más funcional. Es más, uno de los problemas más apremiantes es hacer de dicha zona un lugar seguro, habida cuenta de los asesinatos e ilícitos que se han cometido ahí sólo en los últimos días.

Si bien es cierto que la crisis generada por la pandemia ha tenido efectos colaterales en la obra pública y todo lo que ello conlleva, el tema del citado mercado no debe echarse en saco roto. Se ha empeñado la palabra del gobierno y debe cumplirse. Con qué cara podemos decirle al gobierno federal que las promesas y palabra empeñada no se cumplen, si aquí mismo hay apatía y lentitud para realizar una obra para la que, se sabe, desde hace tiempo ya se etiquetó el presupuesto. Nada justifica el abandono o el olvido para esas familias oaxaqueña que perdieron sus modos de vida y de trabajo, por un descuido del que hasta hoy, no hay responsables.


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