Lucha social, religión del sexenio
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Lucha social, religión del sexenio

 


A la distancia, tanto en Oaxaca como en México, podemos ver con claridad las diferentes etapas en que ha sido gobernada nuestra tierra. A partir de la Revolución tuvimos una etapa de generales en el poder, vinieron después los licenciados. Con Heladio Ramírez y José Murat tuvimos gobiernos porriles y entre Diódoro, Gabino, Alejandro Murat y Ulises Ruíz, gobiernos de juniors. Hoy nos inauguramos con un gobierno mesiánico que eleva casi al rango de religión la lucha social a la que —dicen ellos— pertenecen.
Entre generales y licenciados construyeron el Oaxaca actual, con muchos defectos y corrupción generalizada, pero se crearon instituciones con la intención de alejar a Oaxaca y al país de los caudillos para introducirnos en el camino de la democracia.

Los santurrones de hoy, empezando por el presidente de la república se están caracterizando por todo lo contrario, se han convertido en los demoledores de la incipiente democracia para tratar de llevarnos a un populismo autoritario. De los mesiánicos locales no sabemos qué esperar porque hasta el momento repiten a nivel local lo que se hace a nivel federal: debilitar o colonizar a las instituciones nacionales. El ataque al Instituto Electoral de Oaxaca, el intento de colonizar con militantes en lugar de académicos el ITVCO, la sumisión del poder legislativo y judicial o la designación de personajes absolutamente ineptos para puestos de alta responsabilidad es lo que nos han dado en este primer año de gobierno. Al considerarse ellos mismos como luchadores sociales asumen un papel redentor que los pone fuera de la realidad de inmediato. Viven en un mundo, su mundo, diferente, están atrapados en lo “que debería ser” y no lo que en realidad es. Esta clase de posturas soñadoras —idealistas se dicen ellos mismos— es correcta para un poeta o para un enamorado, pero no para un gobernante que tiene que enfrentar la realidad: violencia, drogas, migración, crisis económica, corrupción y muchas veces, con lo peor de la naturaleza humana expresada en los peores crímenes que podemos imaginar.

Nadie puede estar en desacuerdo con que habría que terminar con la desigualdad y las injusticias. Ni tampoco en que todos tuvieran una vivienda decorosa, un trabajo bien pagado y acceso a la salud. Nadie puede ir en contra de la justicia social, y ahí está la trampa. Al asumirse como luchadores sociales se apropian de virtudes religiosas y de la razón que no les pertenecen, pero les otorgan legitimidad para hacer y deshacer en nombre de la justicia.

El manejo oportunista del discurso crea una realidad que mucha gente terminará por creer, lo que es ventajosamente aprovechado para introducir sesgos ideológicos a su favor, como el hecho de equiparar su etapa en el gobierno a una mesiánica cuarta transformación después de asumir que ellos son los herederos legítimos de la Independencia, la Reforma y la Revolución; de Hidalgo, Madero y Cárdenas cuando en realidad apenas si son una copia distorsionada de Luis Echeverría.

El pasado 2 de octubre publicó el gobernador Salomón Jara en sus redes sociales un mensaje que incluye cuatro fotografías. El mensaje dice “En el marco del 2 de octubre y como reconocimiento a la gran lucha que han realizado compañeras y compañeros que provenimos de la lucha social, hoy con orgullo inauguramos el Salón Regeneración en Palacio de Gobierno, para honrar la memoria de quienes perdieron la vida con el sueño de tener un gobierno bueno y del pueblo”. Enseguida las fotos del evento en el que participa Flavio Sosa y de un muro tapizado con pequeñas fotografías o dibujos de quienes ellos consideran sus antecesores en la ahora casi religiosa lucha social.

El simbolismo es evidente. Ellos son los herederos legítimos de la lucha social, no hay más. Su interpretación de los hechos históricos es la correcta, por lo tanto, ellos no solo están en lo correcto, sino que ellos mismos son lo correcto, son el gobierno bueno del pueblo, por tanto, sus valores deben ser los nuestros y debemos comulgar con su pensamiento so pena de ser declarados conservadores.
El simbolismo, el discurso y la ponderación de la lucha social tienen un fin ya conocido por la ciencia política que es el control de la comunidad y la exclusión de quienes no se sometan. No les importa si funciona o no, lo importante es la ilusión que crean y la esperanza permanente que ofrecen porque la gente está ávida de encontrar significados y de entender al mundo. Por eso la herramienta proporcionada es una narrativa manipuladora.

Ya tenemos un nuevo Papa en su palacio en CDMX, ahora veremos la proliferación de cardenales, obispos y arzobispos de la nueva religión que se apoderan de todo el país. Nos dan una nueva liturgia, en palacio han puesto un nuevo altar, su superioridad moral es incuestionable y sus palabras serán dogmas de fe este sexenio. No hay religión sin diezmo ni pastor que no lo exija y lo cobre. Ese es el fin.
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