La democracia, soberanía, voluntad popular cooptada
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Opinión

La democracia, soberanía, voluntad popular cooptada

 


Los mexicanos estamos sujetos, después de cien años de una revolución, que encapsuló la voluntad popular en el postulado constitucional de que la misma era la depositaria de la soberanía nacional, que se ejerció de manera hegemónica durante setenta años, tanto en los cargos de elección como de designación en lo federal, las entidades y sus municipios, frente a una oposición en ciernes o creada por el propio presidente y sus órganos políticos de operación, para demostrar que nuestro país es un gobierno democrático de derecho y que sus servidores públicos se rigen por ese principio constitucional, para servirle al pueblo.

Ese escenario fue necesario, en principio, para consolidar un sistema de instituciones que se pervirtió más allá de lo que los sectores de la población aceptaban como ingrediente necesario en la política, en el cual los cargos públicos los repartían el presidente en turno, los gobernadores de manera escalonada, con respeto a la jerarquía preponderante que se aglutinaba en un partido, que se fue transformando para ser finalmente el Revolucionario Institucional el instrumento operativo para mantener la sucesión del poder; sin embargo, ahondó sus diferencias y fractura a partir de la elección de López Portillo y en el presente sus efectos lo redujeron con la elección del presidente Andrés Manuel López Obrador, un exmiembro del mismo, en cuanto a su largo periodo de hegemonía, que ahora asume Morena.

La alternancia en el cargo de presidente de la república y de partido ha funcionado formalmente en tres periodos de gobierno que incluyen el vigente. A pesar de ello, la figura del fiel de la balanza en las políticas públicas y en la sucesión sigue persistiendo como característica de los que llegan a ese cargo aunque sean de corrientes políticas diversas, para hacer realidad la regla de que el poder los vuelve posesivos y dueños de la voluntad del pueblo, pero en todos ellos, a pesar de sus promesas y acciones de cambios en la forma de gobernar, permean la corrupción, la impunidad de los amigos o políticos, empresarios, líderes que le son afines, lo único que cambian son la forma y segmentos sociales a los que se aplica la ley despiadadamente para arriar bandera o se hace con justicia a los que se someten; todo ello ha trascendido en todas la épocas a lo económico, social y político. Como ejemplo la austeridad republicana convertida en franciscana.

Estamos habituados a los actos de repetición bien aprendidos del periodo hegemónico porque en la obra la Tragicomedia Mexicana, de José Agustín, la vida en México de 1970 a 1982, narra algunos sucesos de esa época respecto a la sucesión del presidente Luis Echeverría, quien pretendía reelegirse pero encontró una fuerte resistencia política por parte de don Jesús Reyes Heroles que afirmó que “Aquellos aturdidos que pretenden la reelección lastiman a la revolución, niegan nuestras instituciones y ofenden al revolucionario Luis Echeverría, dando lugar a un mal mayor que el que desean hacer aquellos que siniestramente lo propalan”.

Echeverría captó el mensaje y no tuvo más remedio, dice el autor, que desistir de reelegirse y se concretó a emular al viejo Adolfo Ruiz Cortines a fin de “tapar al tapado” e innovar de pasada la gran tradición priista del dedazo.

Impulsó a diversos miembros de su gabinete a muestrearse preponderando, las figuras de Mario Moya Palencia y Hugo Cervantes del Río, secretarios de Gobernación y de La Presidencia respectivamente a los que se agregaron, Leandro Robirosa Wade, Augusto Gómez Villanueva, José López Portillo, Carlos Gálvez Betancourt, Luis Enrique Bracamontes y Porfirio Muñoz Ledo, titulares de Secretarías, lo cual causó sorpresa cuando Jacobo Zabludosky comunicó que el secretario de Recursos Hidráulicos dio la lista de precandidatos; cuestión que de inmediato avaló el presidente Echeverría.

El presidente recomendó, analícenlos, estúdienlos, hay democracia en México, así empezó el espectáculo y ver cómo los grupos de cada aspirante se hacían pedazos, porque los seudo destapaditos se la tomaron en serio, se movieron lo más que pudieron, López Portillo aseguró que, por su parte, no quería formar equipo alguno. Emulando a Lázaro Cárdenas, Echeverría, para afirmar la democracia en México, propuso un plan básico de gobierno que el futuro presidente tendría que ejecutar, Jesús Reyes Heroles, líder del PRI, encargado de prepararlo, pensó que la oportunidad era magnífica para atajar el dedazo presidencial y hacer real la prédica de una verdadera democracia.

La realidad democrática se hizo presente cuando el presidente del PRI en la asamblea de ese partido recibió un mensaje de EcheverrÍa en el que le indicaba que se trasladara a los Pinos; ahí, ante los representantes de los sectores del ese partido CTM, CNC y CNOP, el presidente le dijo, López Portillo era el candidato por el que se pronunciaban.

Semejante a este proceso hoy el presidente López Obrador ha puesto en juego la misma práctica; hay una lista de presuntos candidatos Morenistas, en la que sobresalen Ebrad, Sheinbaum, Monreal, Adán Augusto López Hernández y algún exgobernador, hasta ahora priista, que al estilo del pasado, le posibilite que continúe su Maximato, sin reelegirse, para ello los posibles anuncian que continuarán consolidando la cuarta transformación, equivalente al plan nacional de Echeverría.

Todo ello bajo el postulado de que se acaba el dedazo, como principio de la democracia mexicana que para tapar al tapado.

El López Portillo, tapado de hoy incluido como posible candidato, parece ser Adán Augusto López Hernández, frente a la alta preferencia que tiene Marcelo Ebrad por su relación con los Estados Unidos, ligado al resultado de las consultas sobre la problemática del Tratado con dicha nación y Canadá.

La forma cambia el fondo es el mismo, la voluntad presidencial es la representación de la del pueblo, soberanía y su representación democrática, el fiel de la balanza.

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