HEREJÍAS ECONÓMICAS: El Amor al Dinero
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HEREJÍAS ECONÓMICAS: El Amor al Dinero

 


“Porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (Timoteo, 6:10). Avaricia: pecado por antonomasia y leitmotiv del sistema capitalista. Pecado hecho virtud por una alquimia económica, tal como hace más de doscientos años lo anunció un gentil hombre de Rotterdam, Bernard de Mandeville, quien en su pedagógica y polémica Fábula de las Abejas (1714) explicó cómo los vicios privados son el origen de los beneficios públicos. El amor al dinero mueve a los hombres al comercio produciendo crecimiento económico. La mano invisible de un dios irónico o el engaño escabroso de un genio malvado.

Defecto humano, más bien, cuyas consecuencias rebasan las cavilaciones apologéticas del mismo Adam Smith, padre de la economía moderna, quien con más tacto vio en el “interés privado” el incentivo primigenio sobre el que se erigen los mercados. “No es por la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero que podemos contar con nuestra cena, sino por su propio interés”, escribió el ilustre economista británico. 

Pero la avaricia no es solo interés propio, sino amor desaforado: fuego implacable que consume las almas y la inteligencia de los hombres que se rinden a sus encantos áureos. El mismo Adam Smith, quien aparte de economista era profesor de filosofía moral, entendía bien que los hombres pueden incurrir en falta tanto por defecto como por exceso. De allí que la prudente práctica del ahorro se vuelva un vicio cuando el amor al dinero justifica a sus poseedores a caer en excesos de atentar contra sus semejantes mediante el robo o el fraude, o contra sí mismos al negarse el pan a fin de mantener intactas sus terribles fortunas. 

¿Y a qué viene toda esta perorata? Dos eventos de corte económico acontecidos esta semana justifican estas reflexiones. Por un lado, las acusaciones de enriquecimiento ilícito que sobre dos figuras de la 4T se vertieron en medios nacionales, el fiscal Gertz Manero y el exfiscal Santiago Nieto. El segundo evento fue la presentación del World Inequality Report 2022, informe en el que se constata que la concentración de la riqueza se ha empeorado en nuestro país: el 10 por ciento de las personas más ricas tienen 30 veces más ingresos que el 50 por ciento de los más pobres. 

¿Avaricia? En el caso de los fiscales las evidencias son todavía oscuras. Sin embargo, las sumas involucradas, la mención de cientos de autos de lujo y propiedades millonarias, el hecho mismo de que las acusaciones recaigan sobre los encargados de combatir la corrupción, no dejan lugar para actitudes complacientes ni “carpetazos” políticos. Si de verdad la 4T es algo más que un discurso moralista vacío, se presenta la oportunidad inigualables de llegar hasta el fondo de las acusaciones y, de ser culpables, dar ejemplo de honradez y justicia –virtudes de las que se ufana el Presidente– aplicando todo el peso de la ley sobre los infractores a quienes, al menos uno, personalmente, me cuesta dar el beneficio de la duda. 

En el caso del reporte elaborado por el Laboratorio de las Desigualdades Mundiales, la avaricia toma un nuevo cariz social a la luz de la pobreza imperante. No es la riqueza sino su concentración desaforada en un contexto de penuria generalizada lo que incomoda. Y ya no cabe apelar, como Mandeville o Smith, a la función social del amor al dinero, pues en las últimas décadas la concentración de la riqueza ha coexistido con un mediocre crecimiento económico. Los vicios privados ya no tienen beneficios públicos. Y no obstante nuestros modelos sociales de conducta se reducen cada vez más al éxito empresarial, el consumo ostentoso, la aristocracia de los millonarios. La avaricia no sólo es tolerada, sino que debe ser imitada según una noción del ser humano y el mundo todavía en boga.

Avaricia en el mercado y avaricia en el gobierno. El amor al dinero cuyos dolores sólo se curan, se ocultan más bien, como en la más mundana resaca: manteniendo un permanente flujo de tóxicos en el sistema. Nunca la sentencia bíblica fue tan verdadera, pues nunca el dinero tuvo un papel tan preponderante como en la actualidad. No quiero sonar moralista, pero me es imposible entender por qué un ser humano necesita diez, cien o mil millones de dólares o pesos. Qué dolores no deben acosar al tacaño que vive con terror a perder una fortuna que es, más bien, una condena. Sólo comparables deben ser los terrores de quienes viven en el vilo de la indigencia, inseguros de si mañana tendrán algo que comer. Tras ambos extremos se encuentra la avaricia, un vicio privado que se asoma en cada fractura social, desde la corrupción de quienes deberían ser guardianes del bien público, hasta el cinismo de quienes son incapaces de agachar la mirada para ver cómo los dolores de la avaricia se reparten entre ricos y pobres.

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