Desfile de delegaciones: una fiesta AGRIDULCE
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Desfile de delegaciones: una fiesta AGRIDULCE

Los listones negros en la corona de la piña y de las melenas negras eran la señal de luto por Solís Ocampo y por Kary León Gaytán


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Para miles se trataba de la fiesta, la alegría, el momento para vestirse de huipiles y guayaberas. Y mostrar así el orgullo por la cultura originaria, la propia o de la que se han apropiado. Genuino o no, el orgullo es aceptado en momentos como este en que las autoridades hablan de las “16 etnias y el pueblo afromexicano”, entre los cuales se mezclan ataviadas de la indumentaria que han hecho su uniforme.

Pero para ellas, las de los huipiles de Usila, de Ojitlán, de Valle Nacional o de Jalapa de Díaz era un momento agridulce y de nostalgia. Con 98 años de edad, dejó de existir hace unos días la profesora Paulina Solís Ocampo, la autora de la coreografía que las ha posicionado en la oficialmente definida como la “máxima fiesta de las y los oaxaqueños”.

Los listones negros en la corona de la piña y de las melenas negras eran la señal de luto por Solís Ocampo y por Kary León Gaytán, otra de las suyas que no podrá bailar en el Lunes del Cerro. Kary perdió la vida días después, el 13, tras un siniestro vial. Ella también era docente.

Pero aún con la tristeza la fiesta tenía que seguir. Y siguió.

18:00 horas del sábado. El primer desfile de delegaciones se alistaba en la fuente de las Ocho Regiones para seguir la ruta hacia la Plaza de la Danza y la iglesia del Ex Marquesado.

Un día antes, casi a la misma hora, Luis Fernando Ramírez tenía su propia calenda. La “Oaxaca Magic Experience” era su respuesta a la afrenta sufrida de parte del gobierno de la Primavera. El joven, primer ganador del concurso para la imagen de las fiestas de Guelaguetza, encaró a las autoridades que meses antes le prometieron 50 mil pesos por su gráfica “Bordados de tradición e identidad”, en la que recreaba el baile creado para dar una identidad a la Cuenca del Papaloápam.

Pero horas después le quitaron el premio al ceder a la presión de las “benditas redes sociales” que no veían en esa representación de Flor de Piña el colorido de las fiestas. Un colorido que en el desfile de delegaciones también parecía ausente entre las bailarinas tuxtepecanas con listones negros en señal de luto.

En el crucero de Fonapaz, cientos esperaban el paso de las delegaciones del primer Lunes del Cerro. Este parecía un lugar privilegiado por el que no habían pagado los 1,500 o 1,000 pesos que costaba la vista privilegiada desde la terraza de una galería de la calle Aurelio Valdivieso. A donde nunca llegó el desfile, como sí lo hacía hasta el año pasado.

Al inicio del contingente, de un blanco pulcro, iban los chirimiteros. Les seguían las marmotas, los monos de calenda y los toritos de pirotecnia. Francisco Toledo (1940-2019) no parecía muy afecto a las celebraciones ni a las multitudes. En 2015, por su exposición en la estación Zapata del Metro salió agobiado por la prensa y el gentío. El artista zapoteco no quería volver más a la urbe. Pero aquí, en su natal Oaxaca, era resucitado en forma de un mono de calenda que no mostraba temor ni repudio alguno ante los miles de visitantes y locales reunidos para el desfile de delegaciones.

“¡Hey primo!”

Como en clave, uno de los asistentes exigía su dotación de mezcal, bebida que ha caracterizado al estado y por la que a la par de la feria oficial un grupo de productores de Matatlán ha decidido tomar las riendas de lo que ha pasado de ser tradición a industria.

No era el aniversario de la guerra de Independencia, pero las vivas no faltaban. Ya sea por la tehuana (mujer del Istmo de Tehuantepec), por Oaxaca o por la Guelaguetza. O por la Costa, por la que el pueblo afromexicano se presentaba con la danza de los diablos.

El olor a copal impregnaba el ambiente con el paso de la cultura mazateca, con sus huipiles y sones de Huautla de Jiménez.

Después vendría el penetrante olor de la pólvora con las Chinas de Casilda y sus canastos de carrizo adornados con figuras de flor inmortal, faroles e imágenes religiosas. Y de las que surgían los destellos que tanto atraían al perro Mazapán. Él, que vivía en situación de calle, ya no era la atracción. Su vida había dado un giro y ya con su familia salió horas antes, pero no para celebrar sino para protestar, para exigir justicia por los de su especie y otros animales sintientes víctimas del maltrato a manos de los humanos.

Tuxtepec, la Cuenca del Papaloápam, no podía omitir el luto. “¡Báilale, prima!”

A la delegación de la Flor de Piña, aquel hombre que cada tanto exigía mezcal, le demandaba a las bailarinas mostrar la alegría que año con año, desde 1958, irradian en la otrora Rotonda de las Azucenas (por la flor que solía crecer en los cerros) y ahora auditorio Guelaguetza.

Esa alegría y sonrisa que junto con las piñas hace ver a sus integrantes, todas mujeres, como seres capaces de elevarse algunos segundos por el aire. Pero que hoy, en el desfile, y enlutadas las hacía más cercanas a su condición terrenal. La ausencia de alegría que muchos veían en el grabado de Luis Fernando Ramírez se hacía realidad.


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