Crónica: “A comer”, sin los estorbosos cubrebocas
El cubrebocas parece incomodar a un joven robusto mientras camina por el Andador Turístico de la capital, donde cientos pasean y observan la decoración que por Día de Muertos se muestra en diversas calles y establecimientos.
De camiseta blanca y pants negro, cabello alborotado y tenis blancos, el joven decide retirarse el cubrebocas mientras se aproxima a un vendedor de paletas de avanzada edad, que detiene su carrito y abre el contenedor, al mismo tiempo que pregunta cuántas va a comprar.
El joven se acerca al carrito y pide una de limón para calmar el calor del mediodía, mientras el vendedor jala el cubrebocas hacia la nariz, al percatarse que el comprador lleva la mascarilla en el cuello y no respeta la sana distancia.
A unos metros, una familia: mamá, papá y dos hijos, caminan por el mismo andador con vestimenta casual, mientras conversan y proponen algunos sitios para ir a comer.
“Le dije a mi mamá que nos viéramos en algún restaurante del zócalo, pero no le precisé en dónde. También podríamos ir a comer al mercado”, dice el padre de familia, mientras los menores de entre cinco a siete años corren y juegan sin cubrebocas; sus padres llevan un N95.
En el lugar, varios comercios colocan en sus fachadas una serie de calaveras y adornos de todo color, donde la imagen y el nombre de la muerte se hace presente a cado paso, en clara advertencia que puede llegar y aparecer en cualquier momento.
Niños, niñas y jóvenes pasean y se divierten con las imágenes que ofrece Oaxaca por el Día de Muertos, mientras cientos de adultos buscan espacios de convivencia familiar y decenas de personas de la tercera edad se juegan su suerte.
Miles retaron a la muerte, en unos días sabrán si habrá efecto.