El “impuesto de guerra” los expulsa de Honduras
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El “impuesto de guerra” los expulsa de Honduras

En Tegucigalpa están cansados de que el dinero no les alcance. Están hartos de un impuesto, el que se cobra “por la Guerra” y que se destina por fuerza a las arcas de las pandillas.


El “impuesto de guerra”  los expulsa de Honduras | El Imparcial de Oaxaca

Si todo sale bien, Édgar pasará el fin de año en Nueva York, cerca del árbol de Navidad más grande del mundo, de la Quinta Avenida, del Carnegie Hall, lejos de su natal Tegucigalpa, de donde salió en los brazos de su padre, también de nombre Éder, y de su madre, Jésica, con quienes desde el sábado descansa en la plaza central de Tapanatepec.

Su historia parece inusual pese a la normalidad con que la cuenta Jésica. De la partida de la caravana migrante hacia México y Estados Unidos se enteró por la radio, un día antes de que partiera. Ese mismo día decidió dejar de un “jalón” su vida como vendedora de comestibles. Se enteró de la noticia y en ese momento ella y su esposo hicieron las maletas, lo que significa en condiciones como las de la mayoría en la caravana tomar lo mínimo necesario, o ni si quiera eso, para caminar 4 mil kilómetros hasta Tijuana.

Para cuando llegaron a San Pedro Sula, de donde partió el contingente, ya había inscritas cinco mil personas al éxodo.

En Tegucigalpa estaba cansada de que el dinero no alcanzara, de que los útiles para la escuela de Eder fueran tan caros, de que no hubiera ofertas de empleo, pero sobre todo estaba harta de un impuesto, el que se cobra “por la Guerra” y que se destina por fuerza a las arcas de las pandillas.

“Ahí hay falta de trabajo, de educación, está peligroso por las pandillas, la situación política, tenía una tienda, pero si usted tiene un negocio y lo atiende allá le cobran la mitad los pandilleros, ‘impuesto de guerra’ le dicen ellos”, cuenta Jésica, de 23 años.

Lo mismo pasaba con el dueño del restaurante de comida rápida donde trabajaba su esposo. Tener que pagar el ‘impuesto de guerra’ significa pagar menos a los trabajadores. Tener que decidir un sueldo a partes iguales con la mafia significó no poder vivir en Honduras.

En los 16 días en la caravana ha juntado además de un gran cansancio, experiencias como haber violado la frontera entre México y Guatemala aventándose desde un puente hacia un río.
“Me crucé con un gran esfuerzo, pero imagínate, caminar tanto para que nos detuvieran ahí”, dice recordando el pasado 19 de octubre, cuando Enrique Peña Nieto decidió en una actitud acorde con la era Trump, cerrar las puertas de la frontera sur.

El sábado pasado hubo otro jalón de ánimo, cuando lograron vencer el bloqueo de la Gendarmería en Arriaga.

En la caravana hay algunas reglas: las mujeres tienen preferencia en los “jalones”, los viajes en los que un conductor ofrece su vehículo para trasladar migrantes. Si un hombre trata de ganar un lugar será insultado hasta obligarlo a bajar, aunque en ocasiones se salga con la suya.

Otra regla, el que llegue más rápido toma un mejor lugar para descansar, y eso es vital, es la diferencia entre tomar un lugar bajo el techado de la cancha municipal de Tapanatepec o tener que dormir en una banqueta.

Sobre la propuesta de pedir refugio en el país dice que le vendría bien a quienes tienen familia en el país, no a ella, “no tengo aquí ni familia ni nadie, nosotros tenemos familia en Nueva York, por eso queremos ir ahí”. A Nueva York, donde si todo sale bien, Eder pasará el fin de año, recordando o no la travesía que a sus seis años le han regalado sus padres.


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