La Semana Santa en Oaxaca es sinónimo de tradición, fe y cultura, pero uno de los momentos más representativos de las costumbres locales se celebra en el Istmo de Tehuantepec, específicamente en Juchitán de Zaragoza. Donde el Domingo de Ramos tiene un significado muy especial para la comunidad zapoteca. Este día, lejos de ser solo una festividad religiosa, representa un singular reencuentro entre los vivos y los muertos, un evento que atrae a miles de personas al panteón de la localidad, un lugar sagrado donde las tumbas no solo se adornan, sino que se convierten en el punto de encuentro entre dos mundos: el de los vivos y el de los espíritus.
UN ENCUENTRO ESPIRITUAL ÚNICO
Desde primeras horas del domingo, el panteón “Domingo de Ramos” se llena de vida. Familias completas llegan para limpiar y decorar las tumbas de sus seres queridos con flores de colores brillantes, velas y otros adornos que dan color y frescura al lugar. Esta práctica, que ocurre en muchas otras fechas del año, cobra una importancia particular durante el Domingo de Ramos. Ya que es el día en que los juchitecos creen que los espíritus de sus difuntos regresan a visitar a los vivos.


El encuentro no es solo de respeto y recuerdos, sino también de celebración. Es común que las familias se reúnan en el panteón para compartir comida, beber y hasta bailar. En algunos casos, incluso se observa que algunos se emborrachan en honor a sus muertos, una costumbre que refleja el profundo sincretismo religioso de la región, donde la influencia católica se mezcla con las creencias ancestrales zapotecas. El Día de Ramos es un símbolo de respeto y convivencia, un espacio donde se cree que los muertos tienen permiso para regresar a la tierra y compartir con los vivos una jornada llena de emociones.
UN MERCADO DENTRO DEL PANTEÓN
Además de la solemnidad de los rituales, el panteón se convierte en un mercado lleno de vida. Las calles cercanas al camposanto se llenan de vendedores ambulantes que ofrecen una variedad de productos que van desde antojitos típicos de la región, hasta dulces tradicionales y aguas frescas. Entre las delicias más curiosas destacan los tamales de iguana, una especialidad del Istmo que no falta en las mesas durante este día.
El ambiente festivo, cargado de aromas, risas y música, se mezcla con la solemnidad del lugar, creando una atmósfera única en la que la muerte no es vista como un fin, sino como una continuidad del ciclo de la vida. Las familias juchitecas se sienten en paz al saber que, por al menos un día, sus seres queridos fallecidos pueden regresar a compartir un momento de alegría y espiritualidad con ellos.
LA IMPORTANCIA DE LA TRADICIÓN
La celebración del Domingo de Ramos en Juchitán es una manifestación clara del respeto por la muerte, pero también un recordatorio de la conexión espiritual que existe entre los vivos y los muertos. A través de los años, esta costumbre se ha mantenido vigente, adaptándose a los tiempos pero conservando su esencia. La comunidad zapoteca sabe que en ese día, el panteón se convierte en un espacio sagrado donde los espíritus son parte activa del ciclo vital, y donde los vivos tienen la oportunidad de rendir homenaje a aquellos que ya no están físicamente presentes.
UN EJEMPLO DE COSMOVISIÓN ZAPOTECA
Este reencuentro, marcado por la alegría y la espiritualidad, es un ejemplo de la cosmovisión zapoteca, que entiende la vida y la muerte como un ciclo inquebrantable. En la creencia zapoteca, los muertos no son figuras distantes o irreales, sino parte activa de la comunidad. Esta perspectiva única refleja la riqueza de la tradición indígena del Istmo de Tehuantepec, donde la muerte no se celebra con tristeza, sino con amor y respeto.
En resumen, así, el Domingo de Ramos se transforma en uno de los días más esperados del año por los juchitecos, quienes año tras año mantienen viva esta costumbre que representa el verdadero espíritu de la comunidad: la unión, el respeto y el recuerdo perpetuo de sus muertos.