Búnkeres, olvidados y vandalizados
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Arte y Cultura

Búnkeres, olvidados y vandalizados

Construidos como parte de una línea de defensa soviética, unos 23 se encuentran en ruinas en 75 kilómetros de la costa lituana


Sólo en 75 kilómetros de la costa lituana, Stalin levantó 23 búnkeres; pero de nada sirvieron.
Sólo en 75 kilómetros de la costa lituana, Stalin levantó 23 búnkeres; pero de nada sirvieron.

En el olvido. Abandonadas. Ocultas entre la densidad del bosque y hundidas en las arenas de las playas del Mar Báltico, se levantan las ruinas de decenas de búnkeres utilizados por soldados soviéticos y nazis durante los horrores de la Segunda Guerra Mundial.

Se trata de una serie de fortificaciones abandonadas en las costas de Lituania, levantadas por la Unión Soviética temiendo cualquier agresión del Ejército alemán, a pesar del Tratado de no Agresión signado por Hitler y Stalin.

El líder soviético no se fiaba. Y, a inicios de los años 40, construyó unos 700 búnkeres en lo que se conoce como la Línea Molotov, que marchaba desde los Montes Cárpatos, en Ucrania, hasta las costas de Lituania, cruzando Europa indistintamente de sur a norte.

Sólo en 75 kilómetros de la costa lituana, Stalin levantó 23 búnkeres; pero de nada sirvieron. Los nazis atacaron a la URSS el 22 de junio de 1941 y la hicieron pedazos, en muchos casos ocupándola.

Hoy, muchos de esos búnkeres están en ruinas, vandalizados; otros han sido sellados por las autoridades y, unos más, han sido devorados por la mancha urbana.

Actualmente son sitios con muy mala publicidad, porque son literalmente oscuros y desatan sensaciones desagradables. Sendas masacres se llevaron a cabo en esos lugares durante la guerra y algunos vecinos hablan de apariciones, sombras o, por lo menos, psicofonías.

En la turística ciudad de Palanga existen dos búnkeres en los suburbios del norte. Uno de ellos está ya a una cerca de distancia de un complejo habitacional, al lado de un espacio de juegos infantiles, lo que representa una gran paradoja.

El segundo búnker está a un kilómetro al oeste, entre el bosque que disipa el poderoso viento que llega desde el Báltico.

Al primero se puede entrar a través de un boquete que está abierto en una de las gruesas paredes de concreto. Al entrar, debe hacerse con una buena linterna, el aire se enrarece; y, de entrar encogido, uno puede ya ponerse de pie. Un pasillo lleva a las cuatro cámaras, en las que se divide la fortificación soviética venida a nazi y, luego, a nada.

Herrumbre y hollín cubren las paredes interiores. Unos tres hoyos al ras del piso podrían ser peligrosos para el aventurero. Dos de ellos tienen agua; otro, arena.

En dos de las cámaras pueden apreciarse todavía las mirillas de acero, desde las cuales los soldados podían avizorar al enemigo.

Tristemente, las autoridades han dejado el búnker olvidado. Pintas y basura se acumulan ahí. Pero no deja de ser un espacio fascinante.

El siguiente búnker fue cerrado por las autoridades lituanas.


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