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Democracia sin demócratas

Parece mentira, pero hoy, en pleno siglo XXI, los mexicanos vivimos una etapa crítica en lo político y social. Y sobre todo en nuestra democracia.

Nuestra soberanía está amenazada. Nuestras instituciones que conforman a la República están siendo derruidas en favor de un régimen. La democracia, esa que tanto se presume como forma de gobierno está en fatal decadencia. No hay oposición política de peso que garantice los equilibrios necesarios, no hay un sentido de país en el gobierno, sí lo hay en el sentido de supervivencia del régimen.

Somos un país, cuyos habitantes, han luchado incansables por consolidarse como Nación, Estado, Patria. Y se han creado instituciones que buscan ser los pilares de la convivencia política, social, económica y cultural. Esto ha sido así desde que México consiguió su Independencia el 27 de septiembre de 1821.

Pero el camino recorrido ha sido arduo para ser México. No exento de logros que saben amargos. No ausente de luchas entre grupos de pensamiento distinto para dar un sentido particular a la Nación. No carente de traiciones, bajezas y, en contraste, ejemplos de dignidad y heroísmo, de inteligencia y amor a México. De todo esto, mucho.

México vivió dictaduras y golpes de Estado en el siglo XIX. Vivió una etapa porfiriana de consolidación aunque alargada por ambición de poder. Y cuando se creyó que los mexicanos estábamos listos para la democracia comenzó la lucha de facciones por hacerse del gobierno. Fue la Revolución Mexicana. Costó más de un millón de vidas y otro tanto salió del país para resguardarse de los horrores de la guerra. Un siglo XX de vaivenes, traiciones, engaños, mentiras y sí, crecimiento también.

Y cuando pensábamos que la democracia estaba a punto de consolidarse todo cambió. La llegada de un gobierno que prometía ser de izquierda se transformó en un régimen que en muchos casos sustentó su fuerza en un discurso de mentiras y engaños. De dádivas económicas con las que garantiza su mayoría electoral a sabiendas que México es un país de mayoría pobre y que requiere ese apoyo en moneda. Pero también esa pobreza sirve para ganar votos.

Pero se requiere más el trabajo. Las fuentes de trabajo. La fortaleza educativa. La fortaleza en salud y, sobre todo, fortaleza económica en una nación cuyas oscilaciones un día garantizan la fortaleza y otro muestran debilidad. Nada garantiza la certeza de que México está fuerte para que su gente viva en el sano decoro de la dignidad y el orgullo.

En tanto se insiste en que México es un país democrático. Si. Y no. La Constitución nos define como un país con régimen democrático. Que para que el gobierno federal, estatal, municipal y el Legislativo se integren deben someterse a la prueba de la aprobación mayoritaria por la vía electoral.

Pero nada. Esa democracia establecida en la Constitución no ocurre necesariamente en los hechos. Los hombres -digo, el factor humano- hacen que las cosas se salgan del orden democrático cuando imponen desde los gobiernos a sus candidatos, manipulan el proceso electoral, desmotivan la participación si va en contra de sus intereses…

O crean mecanismos no democráticos para disfrazarlos de democráticos, como es el caso de la elección para nuevos jueces, magistrados, ministros… del Poder Judicial al que, con esto, asestan un golpe mortal porque lo someten a los intereses políticos de la 4-T-Morena-et al. Una elección hecha por tómbola y a la que, dicho por el señor Fernández Noroña, se han colado gente vinculada con el crimen organizado.

Como también es antidemocrática la ahora latente reforma Constitucional en Telecomunicaciones por las que intentan controlar no sólo a los medios tradicionales, o a los medios digitales, también plataformas que permitan el desahogo democrático de la libre expresión. Que no es censura, dicen. Pero de aprobar este tipo de reformas constitucionales queda claro que sí lo es.

Y ¿qué pasa con la democracia entre los ciudadanos de México que viven el día a día de estos fenómenos que podrían atentar en contra de sus libertades y derechos constitucionales? los que le son intrínsecos al ser humano, como es la libertad de pensamiento, de expresión, de imprenta.

Hay un vacío democrático entre la población nacional. Una especie de dejadez. Una especie de dejar hacer-dejar pasar: “De todos modos hacen lo que quieren” dicen en tono de desahogo, pero tampoco se hace mucho para retomar lo que también le es obligado e intrínseco a los ciudadanos: ser demócratas.

No se es demócrata con el solo hecho de acudir a las urnas, con o sin consigna en el sentido del voto-. Se es demócrata todos los días, minuto a minuto y segundo a segundo. Es parte de las responsabilidades sociales, de convivencia y de acción política. Exigir cumplimientos puede hacerse por vía democrática de pensamiento y de expresión.

Un país que se dice demócrata sin ciudadanos demócratas no tiene sentido. No existe así la fortaleza del pueblo que manda a los mandatarios. Que pone las reglas y las compone de acuerdo con el valor nacional, con la preservación nacional y la salvación de México. Poner al país en manos de los políticos puede ser un peligro a la soberanía y a la seguridad nacional.

Y aquí la arenga por la que en el viejo Aragón, se mandaba para obedecer: “Nosotros, de quienes uno es tanto como vos, y junto más que vos, os hacemos rey para que cuides nuestros fueros y privilegios, y si no: no”.

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