Por: Cynthia García
Hace tiempo atrás en un pueblo viejo y abandonado, se encontraba una casona, con un gran jardín donde podrías imaginarte diversos escenarios para jugar, donde serías capaz de soñarte siendo un granjero, un astronauta, una artista, o lo que tu quisieras. En ella vivía la señora Gómez y su hija Sofía, una niña de aproximadamente 9 años, para Sofía la casa era espléndida, con rincones para jugar a las escondidas y jamás ser encontrada, con salones amplios, grandes ventanales donde se colaba la luz del día, pero había un detalle, por las noches todo era lo contrario, los rincones de escondite y juego se volvían oscuros, fríos, con ojos grandes y rojos.
Una noche, después de la cena sonó el teléfono y la señora Gómez mientras atendía la llamada y se dirigía a su habitación en la tercera planta de la casa le pidió a su hija lavar los platos, por lo que Sofía entendió que debía apagar todas las luces de la casa, lo cual ella temía hacer, pues imaginaba que detrás de ella saldría un enorme y peludo monstruo. Pese a eso, tenía que hacer lo que su madre le pidió, de lo contrario sabría que habrían consecuencias, cuando terminó de lavar los platos, se dispuso a apagar las luces, comenzando por la sala, seguido del comedor, y finalizando con la cocina, pero cuando llegó al interruptor, escucho un ruido que provenía de la alacena, lo que en ella causó una escalofrío que le recorrió todo el cuerpo, y mientras tomaba la decisión de voltear o no, se escuchaba el rechinar de las puertas abriéndose y de la alacena alguien saliendo, Sofía solo podía imaginarse un enorme monstruo de dos metros, delgado, pelaje color morado, uñas afiladas y esos grandes ojos rojos que había visto en otros rincones de la casa, y mientras la pequeña Sofía se imaginaba la forma, tamaño y color de este Ser, no podía moverse, parecía estar congelada, pero por un momento se le vino a la mente una frase que había leído en el aparador de una tienda “vemos las cosas como somos, no como son”, respiró profundo y comenzó a tararear una canción que le encantaba para olvidarse de todo y tomar valentía, y así, mientras exhalo el aire volteó poco a poco, hasta ver lo que se encontraba parado detrás de ella, y se sorprendió al encontrar a un Ser totalmente diferente al que ella imaginó, era naranja, con pelaje suave, ojos saltones de color negros y en lugar de garras tenía grandes dedos, pero en lo único que no se había equivocado era en el tamaño, era alto y delgado, a simple vista se veía adorable, ella sonrió y alzó la mano para saludarle y el monstruo hizo lo mismo, Sofía le ofreció una vaso de leche con galletas de la alacena. Y así fue como aquella niña de nueve años convirtió sus miedos en una gran amistad.
Así como Sofía logró superar su miedo a los rincones oscuros de su casa, tu puedes hacer lo mismo, por ello, te invito a que asistas este jueves 17 de enero a la experiencia Bestiario de plastilina”, donde podrás apropiarte de tus miedos y disgustos para crear arte.