Lo que comenzó como un acto de violencia individual terminó en un estallido social. La brutal agresión contra Misael, un joven frutero de 22 años, a manos del dueño de un taller y su hijo, detonó una ola de indignación que culminó con ciudadanos tomando justicia por su cuenta, incendiando un vehículo y dañando una vivienda en pleno centro de Tehuacán, Puebla.
El caso ha reavivado el debate sobre la justicia ciudadana, la inacción inicial de las autoridades y la creciente tensión entre el hartazgo popular y los límites del estado de derecho.
El origen: una sombra que costó sangre
El hecho que encendió la mecha ocurrió en la esquina de Independencia Oriente y 27 Norte. Donde Misael —reconocido en la comunidad por vender fruta junto a su familia desde hace más de una década— fue brutalmente golpeado por Julio Flores Cabrera y su hijo. ¿El motivo? El joven se había colocado bajo la sombra de un árbol, sin obstruir el paso, pero frente al taller de los agresores.
Según testigos y un video que se hizo viral en redes sociales, el hijo comenzó a ahorcar a Misael mientras el padre lo golpeaba, exigiéndole que se quitara del sitio para estacionar una camioneta en plena banqueta. El joven, al ser soltado, cayó y se golpeó la cabeza contra el borde de la acera, sufriendo convulsiones. Fue trasladado de urgencia al hospital, y su estado de salud fue reportado como grave. La escena se completó con su fruta regada por la calle, destrozada, como símbolo de una violencia absurda y desproporcionada.
La indignación ciudadana se transforma en acción
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— El Imparcial de Oaxaca (@ImparcialOaxaca) May 22, 2025
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El video y los testimonios sobre la agresión rápidamente se difundieron por redes sociales, generando un oleaje de indignación. En cuestión de horas, ciudadanos enfurecidos se concentraron frente al domicilio de los presuntos agresores, exigiendo justicia.

Ante la falta de detenciones inmediatas, la protesta escaló. Algunos manifestantes prendieron fuego al local comercial ubicado en la misma dirección, dañaron la fachada de la casa de los Flores Cid. Y más tarde incendiaron un vehículo que fue sacado del domicilio cuando la policía se retiró del lugar.
La policía, rebasada y tardía
Durante el momento más crítico de la protesta, elementos de la Policía Municipal de Tehuacán lograron sacar y resguardar a Rosa Cid Huerta, madre del agresor, en una maniobra rápida para evitar consecuencias fatales. Sin embargo, los uniformados se vieron rebasados por el número y la furia de los manifestantes.
Incluso, tuvieron que detonar armas de fuego al aire para evitar que motociclistas y ciudadanos ingresaran a la casa. No obstante, al retirarse, los manifestantes sacaron el vehículo del inmueble y lo incendiaron en plena vía pública, sin resistencia.
Una justicia ausente que enciende a la sociedad
Este caso no solo exhibe la deshumanización de la violencia cotidiana, sino también el vacío institucional que permite que ciudadanos tomen la justicia en sus propias manos. La ausencia de una respuesta oportuna por parte de la Fiscalía y las fuerzas del orden generó un vacío que la población intentó llenar con fuego, gritos y destrucción.
“La gente está harta de ver cómo los agresores quedan libres mientras las víctimas se debaten entre la vida y la muerte”, expresó un ciudadano que participó en la manifestación.
¿Y Misael?
Hasta el momento, Misael permanece hospitalizado, con heridas de gravedad y una historia que ha generado una ola de solidaridad en redes sociales. Su familia ha pedido justicia por los hechos y responsabiliza directamente a Julio Flores Cabrera y su hijo, a quienes acusan de intento de homicidio.
Los agresores, por su parte, no han sido presentados ante las autoridades ni se ha informado de alguna orden de aprehensión en su contra. Lo que mantiene encendida la indignación en la comunidad.
¿Qué sigue?
Tehuacán está frente a un espejo incómodo: el de la impunidad que provoca justicia por mano propia. Lo ocurrido no solo revela una fractura social, sino también la urgencia de fortalecer los mecanismos legales y de respuesta ante agresiones, para que la ley no se aplique con tibieza ni se vea sustituida por la furia de la calle.