¡Que se nos queman los bosques!
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¡Que se nos queman los bosques!

Hay una escena en la magistral película “El proyecto de la Bruja de Blair” (1999) en la que los tres muchachos cineastas que quieren capturar con sus cámaras la imagen…


Hay una escena en la magistral película “El proyecto de la Bruja de Blair” (1999) en la que los tres muchachos cineastas que quieren capturar con sus cámaras la imagen de una bruja que aterra por años a Blair (Maryland), se internan en un bosque siniestro.

Es de día y caminan por veredas abandonadas. Poco a poco se alejan más y más de la civilización. Bajo sus pies se escucha el rechinar de las hojas secas que pisan mientras avanzan en busca de su objetivo… Sus pasos casi metálicos cortan el silencio mortecino del entorno…

El bosque tiene esa apariencia que quisieron darle los directores de la película (Daniel Myrick y Eduardo Sánchez): Siniestro, callado, silencioso, apenas algunos ruidos como en sordina, apenas el sol que penetra lúgubre, apenas un aire que se respira opresor.

Por las noches es peor aún: silencio aterrador, oscuridad absoluta, ruidos extraordinarios por aquí o por allá. Vidas ocultas. El clima exacto para generar pánico en el espectador.

En todo caso el personaje que da sentido a la película filmada a modo de documental y que aporta esa sensación de miedo-terror-pánico, es el bosque. El bosque que está ahí y es testigo silencioso de lo que ocurre y de la verdad o no de la Bruja de Blair; de la vida o de la muerte…

Y eso. A los bosques se les atribuyen virtudes como defectos; se les atribuyen vida, pero también misterio y peligro.

Son el pulmón del mundo, se dice, y también son el espacio en el que muchos encuentran una forma de vida, otros encuentran un refugio o acaso un escondite inexpugnable. En ellos conviven miles de especies animales o entes vivientes que encuentran su hábitat propicio para su desarrollo y vida…

Por siglos los bosques están en el imaginario humano. Son espacios al mismo tiempo privilegiados en los que ocurren las más grandes hazañas del hombre, como también el lugar que es refugio para quienes quieren ocultar su vida y sus actos, pero sobre todo nadie, en ningún momento, reprocha a los bosques su existencia: es parte de nuestra vida, de nuestro entorno, de nuestra solución…

Oaxaca es pródiga en bosques hermosos. Montañas. Sierras. Cumbres. Hondonadas. Ríos aún cristalinos, cerros cubiertos por la vegetación más variada y asombrosa que los ojos habrán visto. Claro que hay valles y planicies, playas y lugares insospechados y ajenos al ojo turista, por fortuna.

Pero estamos en los bosques. No hace mucho en un recorrido por la sierra de Ixtlán de Juárez, Oaxaca –en un lugar de cuyo nombre me acuerdo pero que no diré porque no quiero que pierda su humildad y su grandeza– nos encontramos una mañana en un bosque de olorosos encinos, majestuosos y cubiertos de hojas lozanas en sus ramas que se mecen inquietas, airosas y alegres…

Es un bosque imponente al que se llega por una vereda de tierra, subiendo y bajando algunos peñascos hasta llegar a un gran cantil cuya altura, vista desde abajo, nos hace sentir insignificantes por su grandeza, la que resguarda un espacio cuya naturalidad está a la vista: un río caudaloso cuya agua cristalina baja fría de la montaña y que al reflejo del sol da la impresión de ser miles de fragmentos de cristal luminosos.

El río corre tempestuoso como interminable. Uno puede entrar en su corriente y sentir la fuerza del agua, pero al mismo tiempo su generosidad y frescura. A la ribera están rocas enormes y pequeñas piedras ancestrales de río, como si fueran pequeños huevos petrificados. Mis primos levantan una, la más hermosa y me la obsequian: la guardo.

Los árboles del bosque están ahí, mirando el paso del agua por años–años–años. Incansables disfrutan su estancia en un lugar que es casi el paraíso. Solitario y seguro, porque sus pocos habitantes lo reciben a uno con gran alegría y cordialidad.

Ahí está la naturaleza en toda su virginidad dispuesta viéndonos sin temores ni reparos. La naturaleza viva ahí, y nosotros pequeños seres humanos que la disfrutamos y la respetamos…

Y como este lugar, hay millones en todo el mundo. Según el informe de Evaluación de los Recursos Forestales Mundiales 2020 (FAO) el área total de bosques en el mundo es de 4,060 millones de hectáreas, que corresponde al 31 por ciento de la superficie total de la tierra.

México tiene 655 mil 643 kilómetros cuadrados de bosques. Según el Programa Nacional Forestal 2020-2024 publicado por la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat); México está catalogado como uno de los 12 países megadiversos que, en conjunto, albergan 70 por ciento de la flora y fauna terrestre a escala mundial.

Pero todo monumento a la vida humana, que se dibuja casi bucólico y emotivo, tiene enemigos. Muchos enemigos. Y tantos peligros como locura humana existen: El fuego es uno de ellos. La tala inmoderada y rapaz, también. Los pillos y sus cómplices asesinan a nuestros bosques, por desgracia.

En nuestro país, de un tiempo a esta parte han estallado incendios en bosques. Muchos. Según datos oficiales hasta el 28 de marzo habían ocurrido 1,091 incendios forestales en distintos estados de la República, lo que ha afectado a 37,409 hectáreas de bosques. Miles de hectáreas de superficie herbácea han sido afectadas también.

Los estados de la República en los que han ocurrido la mayor parte de los incendios en 2024 son Estado de México, Tlaxcala, Veracruz, Morelos, Chiapas, Durango, Michoacán, Oaxaca, Puebla e Hidalgo, que representan el 88 % del total nacional, según el Servicio Meteorológico Nacional.

De pronto una chispa. De pronto una botella rota que reproduce el calor solar y quema la hojarasca. De pronto fogatas mal apagadas. De pronto un cerillo arrojado a la hoja o hierba seca. De pronto una mano criminal que incendia a propósito con fines aviesos un bosque, una zona de hierba seca, un espacio que se cultivó por años y que de pronto está en llamas.

Porque si bien muchos de los incendios forestales son producidos por causas naturales; en muchos otros tiene que ver la mano del hombre y su ambición criminal.

De todo hay, pero un sólo resultado: la quema de bosques y espacios susceptibles de vida vegetal y, por supuesto, de vida humana, porque son los bosques los que acumulan el agua tan necesaria hoy para todos:

‘Mantienen la provisión de agua en calidad y cantidad. Generan oxígeno. Controlan la erosión, así como la generación, conservación y recuperación del suelo. Coadyuvan en la captura de carbono y la asimilación de diversos contaminantes.’ …

‘El consenso científico sostiene que mientras mantengamos gases que atrapan calor, como el CO2, en la biomasa [el tejido vivo de los árboles] podremos reducir los cambios relacionados con el clima como las tormentas poderosas, inundaciones y sequías grandes. Los árboles, por lo tanto, nos protegen.

La realidad supera a la fantasía, se dice. Y es cierto. Pero la fantasía también nos recuerda lo importante que son los bosques para el ser humano en su vida, pero también en los sueños y aun en sus pesadillas nobles:

El bosque de “Blanca Nieves” y su feroz Lobo Feroz; Isherwood, el bosque de “Robin Hood” en donde sus hazañas serán siempre recordadas en su lucha en favor de los pobres; en las historias de los hermanos Grimm, los bosques de Reinhardswald, en Alemania, se convirtieron en el lugar donde lo mágico puede llegar a ocurrir y la fantasía que es recuerdo…

Como también muchos personajes fantásticos de obras literarias cargadas de imaginación viven en lo más profundo del bosque. También muchos de ellos son villanos, especialmente las brujas. Allí tienen sus casas, que muchas veces son encontradas por los protagonistas, normalmente niños, de una manera fortuita.

Por ejemplo, en “Hansel y Gretel”, cuando llegan a la casa de chocolate y dulces de la bruja, quien finalmente los captura. ¿Y “Bambi”? ¿Y “El último de los Mohicanos”? ¿Y “El sueño de una noche de verano” de Shakespeare? ¿Y “Ivanhoe”? o ¿“El corazón de las tinieblas”? … qué harían, qué sería de ellos si no hubieran ocurrido en un bosque… en el bosque que es de todos… O qué sería de “En busca del rey” si su gran amigo Blondel no hubiera cruzado los bosques más inhóspitos para encontrarlo y salvarlo…

“En un bosque de la china, la chinita se perdió. Como yo andaba perdido nos encontramos los dos. Era de noche y la chinita tenía miedo, miedo tenía de andar solita. Anduvo un rato y se sentó. Junto a la china, junto a la china me senté yo…: Y yo a que sí; ella que no…”.