Hoy celebramos la Nochebuena, el Advenimiento del Redentor, el nacimiento de Jesucristo. No es una fecha común. Es, en todo el mundo cristiano, una efeméride memorable, de unidad, fraternidad y perdón. En todo el mundo occidental hay una especial devoción por la también llamada Natividad. Es fiesta esperada por todos; tiempos de tregua en zonas de conflictos; de mensajes de paz y fin de los conflictos. Presumimos que los grupos criminales mexicanos, cebados en sangre y muerte, también estarán dentro de esos parámetros, luego de una carnicería feroz que ubica a México como uno de los países más violentos del mundo, por encima de Siria o Afganistán. En guerras declaradas la tregua es uno de los alicientes en las zonas de conflicto, porque creyentes o no en el Nacimiento del Redentor, las partes beligerantes saben que quien quiere la guerra, “es que no le ha visto la cara”.
Obras escritas por historiadores y costumbristas oaxaqueños hablan de que en la Noche de Navidad se acostumbraba, en el pasado, el desfile de carros alegóricos y las calendas, en las que participaban aquellos que no tenían para la cena navideña, para el pavo, el pollo o los buñuelos. Los barrios citadinos festejaban de manera diferente. La cena de Nochebuena ha sido una imitación occidental que poco o nada tenía que ver con nuestras costumbres ancestrales. En efecto, la Nochebuena se festejaba asistiendo a la Misa de Gallo o en la Iglesia, escuchando el sermón del sacerdote, en el que llamaba a la concordia, la amistad, la unidad y el perdón. Es evidente que parte de eso ha pasado sencillamente a la historia. Sin embargo, la modernidad y sus burdos esquemas de imitación han borrado esa tradición, con toda su secuela de religiosidad.
Todo lo anterior no obsta para desearles a todos aquellos que nos favorecen con el favor de su atención, en la adquisición de nuestro medio impreso, la consulta en la página web, quienes no siguen en redes sociales y contribuyen con su opinión o comentario a enriquecer nuestras páginas, muchas felicidades y nuestros mejores deseos. De la misma forma, a toda la familia periodística de EL IMPARCIAL. El Mejor diario de Oaxaca; a nuestros suscriptores, clientes, anunciantes, directivos, reporteros, columnistas, editores, colaboradores, etc., que la felicidad y lo mejor reine en sus hogares. Que la bendición de Nuestro Señor, cuyo nacimiento festejamos hoy, llene sus hogares.
Percepción personal o mediática
Desde que los medios de comunicación iniciaron, a partir del arranque del gobierno de Alejandro Murat, una serie de cuestionamientos, en torno al preocupante clima de inseguridad que prevalece en la entidad, los titulares de la Secretaría de Seguridad Pública, primero el Capitán de Fragata, José Raymundo Tuñón Jáuregui y a la salida de éste, el abogado, Raúl Ernesto Salcedo Rosales, han buscado justificaciones, algunas de ellas, rayando en el absurdo. Con las cifras que hemos publicado en nuestras páginas, que no son invenciones sino de organismos civiles e incluso, del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), se les ha cuestionado, teniendo como respuesta evasivas y vaguedades. Para el primero, la visión sobre la inseguridad que padece la entidad era una “percepción mediática”, es decir, que hemos sido los medios los que percibimos que hay inseguridad. Para el segundo, es una “percepción personal”, contraria a la visión institucional.
Lo que hemos puesto en tela de juicio –e insistiremos en ello- es el discurso oficial de que Oaxaca es una de las diez entidades más seguras, con un panorama de más de 1 mil 170 homicidios dolosos en el año. Lo hemos dicho en otras ocasiones: el discurso debe cambiar, ser más realista y dejar de representar una ofensa a la inteligencia de los oaxaqueños. No es instrumento del buen gobierno dejar de reconocer cuando el problema existe. Por ello afirmamos que en el tema de la seguridad hay dos visiones: una, la del discurso oficial, de que somos una entidad segura y la otra, la que percibe la sociedad civil, en el sentido de que si bien no estamos en los parámetros de otras entidades, Oaxaca ya no es el remanso de paz del pasado. Las operaciones del crimen organizado son más que evidentes y la pasividad de nuestras fuerzas policiales lo son también.
La muestra de que la inseguridad se ha convertido ya en un problema social en Oaxaca, es la postura enérgica de los grupos empresariales. Y es que en general más que mensajes lo que se requieren son acciones eficaces de los organismos gubernamentales al respecto. La Cuenca y el Istmo, pero no son los únicos, que se han convertido en teatros criminales cotidianos, por lo que urgen de medidas y la acción gubernamental. No es un asunto menor. En realidad de nada sirve seguir sorprendiendo a la ciudadanía. Ya lo dijo hace poco más de un mes el Arzobispo de Antequera: dejen de engañar al pueblo y mejor pónganse a trabajar.