Un juicio innecesario
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Opinión

Tómelo con calma

Un juicio innecesario

 


• FERNANDO A CALDERÓN Y RAMÍREZ DE A. (III y última parte) •

 

Volvió a tocar la puerta al no responder nadie la empujó y, quitándose el sombrero con la otra mano, contempló el interior: un cuarto sin humo ni lumbre y también vacío de cualquier otra cosa.
El tamaño y la apariencia correspondían a una casa bastante pobre, más propio de una choza grande de ladrillos que una vivienda de recreo. Había un hogar, al menos el sitio donde encender el fuego, a un lado una destartalada escalera de peldaños de madera ascendía a la buhardilla y una puerta que se balanceaba presumiblemente daría a una bodega. Chelsy se sintió un poco sorprendido no contaba con que una vivienda tan pobre tuviera una bodega. En la habitación no había mueble alguno, no había ningún signo de vida. En realidad estaba totalmente vacía.
Al bajar vio que en realidad era el único lugar en donde debería de haber un fuego pero éste no existía, pero si había humo, de donde salía se preguntó. Había un frio húmedo que se transformó de mortal calor húmedo que le penetraba por nariz y boca. La fantasía de la vida sin conocimiento se materializó, hostil en el aire.
El calor lo había espantado pero no hasta el punto de hacerle huir, aun cuando escucho pasos por el sendero que se dirigían a la casa. Sería otro buen samaritano pensó Chelsy y esperaba disfrutar de su conversación.
Era o parecía ser un hombre, de talla corriente, vestido con una especie de abrigo ancho y oscuro que le bailaba. Llevaba la cabeza descubierta, sorprendentemente tampoco llevaba nada en la piernas ni en los pies, atravesó la puerta ansiosamente inclinado hacia el interior no se le veía la cara y durante un momento Chelsy dudo de hablar, después el desconocido alzo el rostro y el Lord lanzó un sonido inarticulado. Era un rostro extenuado más allá de todo lo imaginable, el estado de inanición en que se encontraba hacia dudar que pudiera estar de pie o andar o mover la espantosa calavera de un lado a otro. Volvió Chelsy a lanzar un grito y echó a correr pero en aquel momento los ojos hundidos de la cara se encontraron con los suyos de frente y lo detuvieron. Una sola vez había visto en su vida unos ojos que se parecieran a aquellos. Una vez cuando dictó una sentencia de muerte contra un desgraciado que se había desmoronado tras la prologada tensión del proceso y se puso a pegar gritos en la sala. La locura había mirado a Lord Chelsy el jurista desde el banquillo pero al menos lo miraba y lo veía, estos ojos no. Buscaban algo: comida, vida o quizá algo a lo que odiar. Y con esa fuerza se movía el desconocido, comenzó a dar vueltas por la habitación cruzando y volviendo a cruzar el cuarto, los huesos que tenía por piernas y pies subían y bajaban a tirones, la cabeza se volvía de un lado a otro. Corría dando vueltas y más vueltas.
Se detuvo por el agotamiento se volvió y retorció al caer quedó en el suelo en forma grotesca a cuatro patas, el abrigo se salió del cuerpo y empezó a morderse la muñeca y el brazo y Chelsy se percató una vez más del efluvio de calor que brotaba a su alrededor, cuando de repente el hombre con un movimiento brusco volvió a ponerse de pie sus ojos de fuego se grabaron en los de Chelsy quien con el temor y las náuseas cerró los suyos al tiempo que perdía el equilibrio por obra de la forma que se alzaba, sólo lo recobró cuando abrió los ojos y se encontró en otra nueva esquina del mundo. La criatura, un parpadeo demacrado de pálidos movimientos bailaba y giraba hecha una llama blanca delante de él.
El humo le quemaba los ojos y estaba entre dormido y despierto, abrió los ojos, pero no a tales cosas, sino a la criatura que en el umbral de este lugar, algunos segundos o algunos años antes él había palpado y le había gustado palpar, en la realidad de su odio.
Había surgido en su interior de súbito como un manantial de fuego, y fuera de él y a su alrededor se sucedían a toda prisa dentro de una espesa nube de humo ardiente las imágenes del hombre que odiaba. El humo le quemaba los ojos y le obstruía la boca, veía la nube de los pecados que había cometido en su vida.
Toda la cabaña estaba llena de humo pues la cabaña y el mundo eran humo y éste brotaba por todas partes a su alrededor. Por un instante se hizo totalmente visible a sus ojos corporales una criatura que sus ojos reconocieron, pero que en sí era de otra naturaleza. Él giraba, se retorcía, se agachaba, tenía grandes mareos y sus sentidos sentían el paso de los años y la conciencia del paso de los momentos.
El fuego penetraba en su interior y las náuseas aumentaban se daba cuenta que nada era el final sino el principio, había odiado a su cuñado haciendo infeliz a su hermana quien no lo merecía ya que solo le había prodigado cariño y ayuda no lo volvería a hacer nunca más si pudiera pero no había remedio él ya había muerto y el también ahora se evaporaba viendo como en el cielo se formaban las estrellas.

 

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