La resiliencia anahuaca
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Toltecáyotl

La resiliencia anahuaca

 


A los desmemoriados, esos que no saben de dónde vienen, ni quienes son, esos que exaltan lo ajeno, desconocen y desprecian lo propio, los sin rostro y sin corazón. Esos compatriotas que no tienen Madre cultura. Que desprecian a su gente y al mismo tiempo son despreciados por aquellos a los que se quieren “igualar”. A esa gente les dedicamos esta reflexión de todo corazón.

Hace unos días me estacioné justamente enfrente de la entrada de urgencias del hospital del IMSS, en la ciudad de Oaxaca. Sería como medio día y el sol reverberaba sus emanaciones, haciendo del asfalto y el concreto un horno de cuarenta grados. Traté de leer un libro que llevaba para la espera, pero después de un rato lo tuve que dejar, el calor era insoportable.

Me puse a observar el entorno. Había muchas personas, como yo, esperando. Pero el sol pegaba perpendicular y en la acera en que estaba tenía un poco de sombra. Me fijé que sobre la banqueta estaba una familia de personas que, tal vez, podrían ser de la Sierra Sur, por su fenotipo y vestimenta. Por su forma de espera, eran anahuacas, talvez chatinos o zapotecos. Una mujer grande, tal vez la abuela, con todas las arrugas en el rostro, la más serena de todos. Una madre joven que amamantaba a un bebe en brazos. Una joven que entretenía a una niña, un joven como de veinte años y un hombre como de cuarenta, que se veían gente del campo.

Unos sentados en cuclillas, recargando su espalda en la pared. Las mujeres estaban sentadas sobre unos cartones, lo que revelaba que tenían días en la espera. Bolsas tejidas de plástico, en donde guardaban ropa, alimento y cobijas. Los hombres y la anciana calzando huaraches y las mujeres sandalias. Gente de tierra caliente. Platicaban en voz baja, a pesar de la angustia que exudaban, reían y las mujeres usaban pedazos de cartón como abanicos.

Los estuve observando de manera discreta, tal vez unas dos horas, cuando pasé inadvertido para ellos, porque al estar sentado en el auto, en el lugar del conductor, quedé casi a su mismo nivel.

Los observé con el corazón, con empatía y con mucho respeto. Entendía que llevan cinco siglos de resiliencia, con una capacidad inconmensurable para resistir aún más, otros cinco siglos. El tiempo está de su parte, ellos son los maestros de la resistencia. Han resistido una invasión injustificada, alevosa y perversa. Los invasores los masacraron, les quitaron sus tierras, los echaron a las montañas, a lugares verdaderamente inhóspitos. Después de ser los dueños de los valles, los arrinconaron y los despojaron de sus bienes materiales, intangibles y los espirituales. Les quitaron sus lenguas, sus milenarias tradiciones y costumbres. Los usaron como esclavos en las haciendas y minas. Durante tres siglos tenían que vestir obligadamente de blanco, no podían hacer música, ni bailar. A sangre y fuego les quitaron su milenaria espiritualidad y les impusieron una religión traída del Medio Oriente, en la cual, ellos estaban excluidos.

En los dos últimos siglos, los criollos, dueños del país que crearon para ellos y solamente para ellos en 1824, los han traicionado una y otra vez. Han participado en todas sus guerras y batallas, los criollos ponen las banderas y los discursos, ellos han puesto todos los muertos. Fueron engañados en 1810, cuando Hidalgo les gritó, “es hora de matar gachupines”. Cuando los conservadores o los liberales se los llevaban de leva, o Santa Anna se los llevó al Norte a defender la patria, donde los traicionó y los vendió a los gringos. El mismo Juárez, los usa en sus luchas y los traiciona con las leyes de Desamortización de Manos Muertas, que les quitó sus tierras comunales que habían logrado mantener en el Virreinato. Lo mismo en la revolución, los anahuacas fueron la carne de cañón en todos los bandos. La revolución institucionalizada siempre los usó como voto cautivo.

Ahora que Occidente está dando sus estertores de muerte, que la modernidad llegó a la quiebra y las democracias de los banqueros han demostrado la fuerza brutal de la dictadura del dinero. Ellos, siguen ahí. En un rincón del sistema. Defendiendo sus tierras, que ahora las empresas trasnacionales les quieren quitar. Ellos, los resistentes, los capaces de esperar en la calle, día y noche, un pequeño espacio para mantener la vida, una mínima oportunidad para la familia.

Las cosas en el mundo no marchan como debieran. El impero está herido de muerte. Los imperios, no luchan “por algo”, los imperios luchan por TODO. Y cuando sienten que pierden, actúan para que nadie obtenga algo. Si hubiera la posibilidad de sobrevivir a la hecatombe a la que se encamina la humanidad, pensé, seguramente estás viendo a los sobrevivientes de la estupidez de la humanidad moderna. Educayotl AC. Educar para el futuro con la sabiduría del pasado. www.toltecayotl.org