La advertencia que nadie quiso escuchar
Por años, Rodolfo “Fofo” Márquez se exhibió en redes sociales como un joven privilegiado, con una vida de excesos y una actitud de desprecio hacia quienes no compartían su mundo de lujos. Se burló de la pobreza, cosificó a las mujeres, hizo ostentación de su impunidad. Era una bomba de tiempo.
Ahora, ha sido condenado a 17 años y 6 meses de prisión por feminicidio en grado de tentativa tras haber golpeado brutalmente a Edith N., una mujer de 52 años, en un estacionamiento de Naucalpan. La agresión quedó registrada en video: un hombre fuera de sí, sin control. ¿Realmente sorprende que esto haya sucedido? No.
Fofo Márquez es el resultado de una cultura que normaliza la violencia masculina, que minimiza las agresiones contra las mujeres y que disculpa los estallidos de ira de ciertos hombres con frases como “se dejó llevar por el coraje” o “no es un mal tipo, solo cometió un error”. Y es aquí donde radica el verdadero problema: ¿cuántos más como él están sueltos, caminando entre nosotras?
La violencia de género no empieza con un asesinato. No comienza con una golpiza brutal en un estacionamiento. Comienza con comentarios despectivos sobre las mujeres, con la creencia de que son inferiores, con actitudes de control y humillación. Comienza con normalizar que un hombre pueda explotar en ira sin enfrentar consecuencias.
Fofo Márquez mostró estas señales de alerta por años. La sociedad lo vio hacer alarde de su desprecio por las mujeres y lo premió con seguidores. Hoy, su condena genera debate y, lo más preocupante, es que hay hombres defendiéndolo: “Le arruinaron la vida por un error”, “No se merece tantos años de cárcel por un minuto de ira”, “No fue para tanto”.
A esas voces habría que responderles: el feminicidio no es un accidente. La violencia contra las mujeres no es un lapsus. Un hombre que golpea con la brutalidad con la que lo hizo Márquez es un peligro para todas. No se trata de una “mala decisión”, sino de la culminación de un patrón de comportamiento que, esta vez, tuvo consecuencias legales.
Ayer, leía en redes sociales que no todos los feminicidas planifican, pero todos cruzan la línea. Muchos feminicidas no son asesinos seriales que planean sus crímenes con meticulosidad. Son novios, esposos, compañeros de trabajo, conocidos que, en un momento de ira, deciden que la vida de una mujer no vale. Que pueden golpear, violar o asesinar porque han aprendido que la violencia masculina es tolerable.
“Menos de un minuto. Eso es lo que tarda un feminicida en cruzar la línea. Menos de un minuto de furia para acabar con una vida. Menos de un minuto de ira para dejar a una mujer con secuelas físicas y emocionales para siempre.
Menos de un minuto para convertir una agresión “insignificante” en un feminicidio”.
Por eso, cuando un hombre justifica la violencia de Fofo Márquez, nos está diciendo que, en circunstancias similares, él podría hacer lo mismo.
Edith N. declaró que sigue viviendo con miedo. Que teme represalias de la familia del agresor. Que ni siquiera la condena le da paz. Y cómo culparla: en un país donde tantas víctimas de violencia terminan siendo revictimizadas, la sensación de inseguridad persiste incluso después de obtener justicia.
Pero la verdadera justicia no es solo encarcelar a los agresores. La verdadera justicia sería que no existieran más Fofos Márquez. Que no tuviéramos que advertir a las mujeres sobre los hombres que los defienden. Que ninguna de nosotras tuviera que vivir con miedo de ese “minuto de ira” que puede costarnos la vida.
Hoy, Fofo Márquez está en prisión. Pero cuántos más como él siguen ahí afuera, listos para cruzar la línea.
X @Natali_Cruz_