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SIN PERMISO, SIN MIEDO

Febrero, el mes del amor, trae consigo romanticismo que se manifiesta en flores, serenatas y en las bodas colectivas que se organizan en distintas partes del país. Sin embargo, en medio de esta celebración del matrimonio, es imposible olvidar la huella que por más de 150 años dejó la lectura de la Epístola de Melchor Ocampo, un texto que, con su carga ideológica, consolidó una visión profundamente desigual sobre los roles de hombres y mujeres en la vida conyugal.

Mi mamá, como muchas otras mujeres, escuchó este discurso el día de su boda. Lo que hoy puede sonar absurdo, durante décadas fue considerado una verdad incuestionable: la mujer debía ser dócil, obediente y servicial; el hombre, protector, fuerte y proveedor. Esta construcción de género se convirtió en el molde del matrimonio patriarcal, donde la familia monogámica servía como mecanismo de control social y económico.

La Epístola de Melchor Ocampo afirma que el matrimonio es el único medio moral de fundar la familia y suplir las imperfecciones del individuo. ¿Imperfecciones? Desde su concepción, este discurso niega la autonomía individual y reduce la relación matrimonial a una necesidad biológica y social, no a una decisión basada en el afecto o la equidad.

El texto llega a ser más explícito en su lógica de sumisión cuando señala que el hombre, dotado de “valor y fuerza”, debe brindar protección, alimento y dirección a la mujer, mientras que ella, en un acto de abnegación, debe entregar obediencia, agrado y asistencia. En otras palabras, se nos dijo durante generaciones que éramos la costilla del hombre, un ser incompleto cuya única misión era acompañar, servir y no incomodar.

Este discurso no solo reforzó el modelo de familia tradicional sino que legitimó la explotación del trabajo doméstico de las mujeres. Mientras los hombres salían a ejercer sus profesiones y participar en la vida pública, las mujeres sostenían el hogar, sin reconocimiento ni remuneración. Así, se estableció un pacto social en el que el trabajo femenino fue invisibilizado, considerado un deber natural y no un aporte económico y emocional fundamental para la sociedad.

La Epístola no solo perpetuó un modelo de esposa obediente y madre sacrificada, sino que también impuso un ideal de feminidad basado en la pureza y la devoción. El cristianismo, con su veneración a la Virgen María, reforzó la imagen de la mujer como un ser virtuoso, incapaz de expresar enojo o deseo propio.

Este modelo de feminidad no solo ha sido dañino para las mujeres, sino también para los hombres, quienes fueron educados bajo el mandato de la dureza, la falta de emoción y la superioridad. Así, el amor romántico se convirtió en un contrato desigual donde una parte debía someterse para mantener la estabilidad del hogar.

Resulta irónico que el mismo Melchor Ocampo, autor de esta epístola moralista, haya sido en su vida privada un hombre que eludió las responsabilidades que tanto predicaba. Padre de cuatro hijas fuera del matrimonio, tres de ellas con su nana, Ana María Escobar, demostró con sus actos la contradicción entre su discurso y su realidad. Cuando Escobar quedó embarazada, Ocampo huyó a Europa y la dejó en el abandono, mientras su hija era enviada a un internado como expósita.

Si bien en 2007 el Congreso aprobó la eliminación de la lectura de la Epístola de Melchor Ocampo en las bodas civiles, su impacto sigue presente en la manera en que concebimos el matrimonio y la familia. Aún hoy, la sociedad espera que las mujeres asuman la carga del hogar y los cuidados, mientras se cuestiona la validez de aquellas que eligen no casarse o no tener hijos.

Hoy, más que nunca, es necesario redefinir el amor y el matrimonio desde una perspectiva de equidad. Las cifras del INEGI nos muestran que los modelos de pareja están cambiando: el 33.1 % de la población adulta en México es soltera y la tasa de divorcios ha aumentado de 15.1 a 32.9 por cada 100 matrimonios en los últimos 12 años. Esto no significa el fin del amor, sino el fin del amor impuesto.

Las relaciones de pareja no deben basarse en la obediencia ni en la jerarquía, sino en la libertad y el respeto mutuo. Construyamos vínculos donde el amor no sea un contrato de sumisión, sino una elección consciente y equitativa. En este mes del amor, celebremos un amor sin ataduras, sin epístolas, sin dueños ni dueñas.

 

Maestra en Comunicación Social y Política

Consultora Política

Políticas Públicas con Perspectiva de género

X @Natali_Cruz_

Correo: [email protected]

 

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