Hablar y escribir bien
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Hablar y escribir bien

 


Resulta muy común que alrededor de estas fechas, en la que se conmemoran diversas efemérides patrias, el nacionalismo de muchas y muchos se pone a flor de piel y se manifiesta en inesperadas formas.

Una de ellas, muy peculiar, por cierto, es una infundada exigencia de hablar y escribir bien en español. Se rinden grandes alabanzas a la Real Academia de la Lengua Española y se exclama con convicción la lealtad irrestricta a ese buen hablar, al buen escribir.

Generación tras generación afirma que su español es el correcto. Que la siguiente generación lo usa mal. Que, además, existen esfuerzos específicos para que ese español, de abolengo y buena estirpe, sea erradicado debido a modas e influencias del exterior. Hay otros señalamientos también, en ese mismo sentido, pero que se fundamentan más en prejuicios clasistas y racistas, mismos que buscan la exclusión de voces muy necesarias y válidas únicamente basados en la observancia de ciertas formulaciones gramaticales consideradas dignas para ciertos estratos.

Lo cierto es que no hay un buen español. No existe. La lengua española se ha transformado desde el inicio de su conceptualización y sistematización, y así como todas las lenguas, se seguirá transformando hasta su eventual y fatídica desaparición. Sólo como ejercicio, quizá podríamos imaginar que ese español primigenio es el buen español, pero seguro que lingüistas e historiadoras e historiadores nos corregirían rápidamente la plana señalando que esa lengua se sirvió del árabe y el latín, entre muchas otras tradiciones lingüísticas para construirse, y que el español de antaño que muchas y muchas añoran, jamás existió.

Ni siquiera hoy podemos referirnos a la existencia de un español único. Las expresiones lingüísticas del español como lengua van de región en región y de hablante a hablante. No es lo mismo referirse al español que se habla o escribe en Los Andes, de la misma forma a aquel practicado en Colombia o al de España. No es igual hablar y escribir español en Arizona, que en Tlaxcala o en Chahuites. Y todas y cada una de ellas es válida, correcta y adecuada para su contexto.

La lengua es una herramienta de comunicación, solo eso. Claro, requerimos de codificaciones, sistematizaciones y reglas para que esta herramienta pueda en efecto cumplir su objetivo con la mayor claridad posible (lo que de por sí ya nos mete en un amplio debate), pero reducir su efectividad o incluso condicionar su validez a partir de la observancia de tales normas es un sinsentido y, sobre todo, una necedad.

Finalmente, resulta imprescindible señalar que nadie, absolutamente nadie, está obligado u obligada a hablar o escribir español; mucho menos “bien”. Si bien la alfabetización es una importante forma de conservar y transmitir conocimiento, no es la única ni la más importante. 

Como lo señala Jhonnatan Rangel (extraordinario lingüista que pueden seguir en Twitter como @Jo_Ran_) ya es 2022, dejemos de fiscalizar las prácticas lingüísticas de otras personas.

@GalateaSwanson