La comida en serio
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La comida en serio

 


Lo que podría pensarse para la mayoría de las y los lectores de esta columna como un acto cotidiano y, hasta cierto punto, superfluo, es uno de los bastiones más complejos de nuestro funcionamiento social. Comer es un acto que está intrincadamente vinculado con la biología, la cultura, la economía y riesgos ambientales.

Desde la sola producción de alimentos se amerita un estudio complejo. Desde qué producir, cómo y la cantidad, pasando por quiénes lo producen, para quiénes y las condiciones en la que lo hacen. Adicionalmente, los agroquímicos y los modos de producción son circunstancias a tener en consideración.

La distribución y acceso es otro eje. No para todos y todas es igual el acceso para cierto tipo de alimentos, además de las consideraciones económicas que implica poder costear lo que uno necesita o desea comer.

La disposición de los desechos de los alimentos, como bien sabemos en Oaxaca, también resulta en otra conversación con amplia trascendencia no sólo sanitaria sino hasta de gobernabilidad. A esto, agregar el acceso al agua, que es crucial para la producción y consumo de alimentos.

Y ¿a qué va todo esto? Pues resulta que a pesar de que las personas debemos comer varias veces al día, no existen políticas públicas articuladas que velen por que los procesos que se vinculan con este hecho cuenten con sostenibilidad.

Por un lado, desde la producción de alimentos, encontramos que existe una tendencia a la producción del monocultivo exhaustivo, lo que desde ahora nos está poniendo en aprietos con la disponibilidad y asequibilidad de los alimentos. No sólo eso, esta modalidad nos compromete como humanidad ante el calentamiento global, pues la pérdida de diversidad de los alimentos aumenta la vulnerabilidad de los cultivos (https://bit.ly/3SyiLtK).

Además, las maneras de producir se encuentran plagadas de violaciones a los derechos básicos de las personas que producen los alimentos, quienes viven en condiciones de precariedad a pesar de que la vasta mayoría de la población depende de su invaluable trabajo para subsistir (https://bit.ly/3ddNtbG; https://bit.ly/3JHrsOE)

Por otra parte, a pesar de que existe un alto volumen de alimentos que son desperdiciados diariamente (https://bit.ly/3BLtuv3) un gran número de hogares en México no tienen las condiciones para contar con alimentos suficientes y adecuados para cubrir sus necesidades básicas, es decir, sufren de inseguridad alimentaria. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2021, la prevalencia de inseguridad alimentaria en los hogares encuestados, fue de 60.8 por ciento; de los cuáles, el 34.9 por ciento es inseguridad leve, 15.8 por ciento moderada y 10.1 por ciento se calificó inseguridad severa (https://bit.ly/3QhWcrG). La incapacidad de contar con alimentos para las familias mexicanas cruza por aspectos económicos y de disponibilidad, mismos que se profundizaron durante la pandemia (https://bit.ly/3zCw6IX) y que se siguen complicando con la alza de los precios debido a la escalada de inflación a nivel global (https://bit.ly/3BIeeir).

Todo esto, además, cruzado por fenómenos de “gurmetización” en los que muchas de las prácticas comunitarias para la producción de alimentos son extraídas por agentes foráneos, provocando que estas no sólo sean arrancadas de las localidades, sino que incluso hacen inaccesibles para los pueblos de origen la reproducción de sus propias costumbres debido al costos y acaparamiento de recursos.

Carecemos pues de políticas públicas integrales para una de las cosas más básicas que las personas necesitamos: comer. Y si eso hace falta… ¿cómo estará lo demás?

@GalateaSwanson