(Parte I)
El feminismo interseccional es mucho más que una corriente teórica. Es un prisma que nos permite ver cómo diversas formas de desigualdad, como el sexismo, el racismo y la exclusión económica, no operan de manera aislada, sino que se entrelazan y refuerzan mutuamente. Esta perspectiva es vital en México, donde las mujeres indígenas y afrodescendientes enfrentan una realidad marcada por la marginación histórica, la violencia estructural y la discriminación cultural.
En comunidades indígenas de Oaxaca, las mujeres no solo deben enfrentarse a la violencia de género, sino también a prácticas culturales que perpetúan su opresión. Frases como “de qué vas a vivir si te separas” o “los hombres no van a cambiar” son parte de un discurso normalizado que justifica la violencia y limita su autonomía. Además, las estructuras racistas y coloniales que han saqueado sus tierras y negado su cosmovisión las siguen despojando de derechos fundamentales, tanto en el ámbito privado como en el público.
La violencia que viven las mujeres indígenas no se reduce a un solo tipo de agresión. Según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH), un 59% de las mujeres indígenas ha enfrentado violencia en alguna de sus múltiples formas: emocional, física, sexual o económica. La violencia sexual, en particular, afecta de manera desproporcionada a las mujeres indígenas, con 29.6%, reflejando su situación de vulnerabilidad frente a un sistema que las deshumaniza y discrimina doblemente: por ser mujeres y por ser indígenas.
Históricamente, hay que decirlo, el movimiento feminista ha estado dominado por las voces urbanas y mestizas, lo que ha llevado a la invisibilización de las luchas de las mujeres indígenas y afrodescendientes. El feminismo interseccional nos invita a romper este esquema y a construir un movimiento inclusivo que reconozca la diversidad de experiencias y luchas.
Integrar las voces de las mujeres indígenas y afrodescendientes implica entender que su opresión está atravesada por factores específicos: el despojo territorial, la exclusión educativa, la pobreza y el racismo institucional. La violencia ejercida sobre sus cuerpos refleja también la violencia ejercida sobre sus territorios. Ambas son expresión de un sistema colonial que sigue intentando someter aquello que considera diferente.
¿Cómo integrar estas voces en la agenda feminista? En un estudio de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, es urgente el acceso a la justicia, garantizar que las denuncias de violencia presentadas por mujeres indígenas sean procesadas con seriedad y sin discriminación. Esto requiere capacitar a jueces, fiscales y policías en perspectiva de género e interculturalidad.
Además, el conocimiento de formas específicas de violencia: La violencia que sufren las mujeres indígenas tiene particularidades que deben ser reconocidas. La violencia sexual, el matrimonio infantil, la trata de personas y la militarización de sus territorios son algunas de las problemáticas que deben abordarse desde su cosmovisión y contexto cultural.
Políticas públicas inclusivas: Promover políticas que reconozcan la diversidad cultural y lingüística de las mujeres indígenas y afrodescendientes, y garantizar su participación en la toma de decisiones que afectan sus vidas y comunidades.
Fortalecer su participación política: Impulsar la representación de mujeres indígenas y afrodescendientes en espacios políticos, comunitarios y nacionales es clave para que sus necesidades y derechos sean atendidos integralmente.
Combatir la discriminación interseccional: Reconocer que estas mujeres enfrentan múltiples capas de opresión y diseñar estrategias para desmantelar estereotipos que las presentan como inferiores, sexualmente disponibles o víctimas eternas.
La discriminación y la exclusión no son accidentes históricos, sino expresiones de una violencia estructural que niega derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales a las mujeres indígenas. Esto perpetúa la desigualdad y refuerza el estereotipo de que son sujetos inferiores.
Por ello, es fundamental adoptar una perspectiva de género e intercultural que guíe las políticas públicas, la investigación de casos de violencia y el diseño de programas de prevención. No basta con incluirlas en la agenda: es necesario transformar las estructuras de poder que han sostenido su opresión durante siglos.
El feminismo interseccional nos invita a mirar más allá de las experiencias individuales y a reconocer la complejidad de las desigualdades que afectan a diferentes comunidades. Esta visión nos muestra que no podemos hablar de justicia de género sin hablar también de justicia racial, económica y territorial.
Las mujeres indígenas y afrodescendientes de Oaxaca —y de todo México— no pueden seguir siendo las más violentadas entre las violentadas.
Integrar sus voces no es un acto de caridad ni de paternalismo, sino una cuestión de justicia. Sus luchas son las luchas del feminismo. Y su emancipación es también la emancipación de todas. Porque, como dice el lema del feminismo negro, “Si no somos libres todas, entonces ninguna lo es”.
X: @Natali_Cruz_