Réquiem por la Constitución
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Réquiem por la Constitución

 


Hay una frase que constituye una sentencia de muerte para la Constitución, para las leyes y para todo el orden jurídico que debía imperar en México: “no me vengan con el cuento de que la ley es la ley”. Esa frase se ha convertido en el más oscuro designio que debe padecer esta nación, subyugada ya a la voluntad unipersonal, a deseos y ocurrencias que permiten dominar (que no gobernar), al margen de nuestras instituciones que el Derecho Positivo mexicano había consagrado y que, a pesar de las luchas internas y de las diferencias ideológicas o partidarias, nos empezaban a encauzar por el rumbo democrático, aspiración legítima de un pueblo que hoy, sin duda, está siendo traicionado, amordazado y reducido al sometimiento y a la humillación colectiva.

Esa sentencia fue pronunciada el 6 de abril de 2022, fecha que debe ya sobreponerse al 5 de febrero, día conmemorativo de dos constituciones mexicanas: la de 1857 y la de 1917. La primera, surgida de la revolución de Ayutla y provocadora de una guerra civil (1858-1861), nunca fue acatada a cabalidad ni por el mismo Juárez, que pretextando ese conflicto y poco después la intervención francesa y el Segundo Imperio, dispuso gobernar por medio de “facultades extraordinarias”, soportando éstas en un congreso sumiso y a modo de quien se asumió durante 14 años como presidente de México, años funestos para nuestro país que no concibió ninguna democracia y que tampoco propició el crecimiento económico, sino todo lo contrario.

A diferencia de Juárez, Francisco I. Madero, iniciador de una desastrosa revolución en 1910, tenía por lo menos intenciones democráticas y lo animaba un sentimiento de legalidad y obediencia a la constitución de 1857, que en realidad sólo hubiera sido necesario realizarle algunas enmiendas para actualizar los nuevos procesos sociales a que aspiraba Madero. Lo cierto es que una débil administración de sólo quince meses, con un gabinete cargado de nepotismo estaba condenada a caer por muchas de sus propias torpezas. No puede decirse cabalmente que Madero haya sido un buen presidente, no hay elementos para saber si iba a cumplir su lema de la no reelección: murió asesinado arteramente dejando también muchos pendientes y un clima de divisionismo y revanchismo que nos trajo siete años de guerra, desolación y muerte.

Carranza se ufanaba de hacerse llamar “Primer jefe”, pero su actitud al frente del gobierno era exactamente de corte imperial y trató de consagrarse formando un congreso constituyente a modo y dictó una constitución para quedar su nombre grabado con letras doradas en los recintos camerales. Esa constitución de Querétaro contiene más de 700 modificaciones, enmiendas, ajustes, correcciones que responden a los intereses políticos de cada presidente que ha transitado desde ese año. Ese modelo constitucional carrancista sólo sirvió para propiciar una sangrienta guerra, la Cristiada, que dejó más de un cuarto de millón de muertos y una persecución religiosa contraria a la libertad de creencias y cultos. Esa constitución facilitó algo que hoy se condena como pecado capital: la incursión de empresas petroleras extranjeras, privilegiadas por los gobiernos revolucionarios, gestando así cierto tipo de violaciones a la soberanía, cosa que cambió en 1938.

Pero a pesar de los errores y desaciertos de Madero y de Carranza, esa “carta magna”, violada transexenalmente, es motivo de solemne juramento presidencial para su estricto cumplimiento, so pena de que “el pueblo y la nación se lo demanden”, conforme lo dispone el Artículo 87 constitucional y el juramentado se compromete “leal y patrióticamente” a cumplir con el ordenamiento máximo.

La conclusión verídica y vergonzosa es que la Constitución es una historieta y las leyes simples cuentos llenos de fábulas. En la Realpolitik  ya no hay en México Estado de derecho; se pretende gobernar por acuerdos y decretos evadiendo, eludiendo y repudiando nuestras instituciones jurídicas. Estamos en manos de la criminalidad organizada y protegida desde los torreones de un palacio imperial que fue de virreyes y de emperadores.