Austeridad opulenta, honestidad dudosa
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Austeridad opulenta, honestidad dudosa

 


Un funcionario de segundo nivel en el gabinete presidencial, adquirió suntuosa residencia de 24 millones de pesos en la ciudad de México y otras valiosas propiedades en Querétaro, sumando 40 millones. Se casó en Guatemala, rumbosa boda con 300 invitados. Se calcula que en realidad la casa vale mucho más de lo declarado. Era titular de la Unidad de Inteligencia Financiera, rastreaba todo movimiento en el sistema bancario. Dice que sus fabulosas propiedades las obtuvo con créditos bancarios.

Se ha propalado que el más alto mando en fiscalizar la justicia y jefe del ministerio público de la federación, puede comprar en un año más de un centenar de automóviles de lujo, valerse de testaferros para transacciones en paraísos fiscales, usar su cargo para perseguir a familiares por afinidad, acusándolos falsamente de homicidio; también involucrado en la ruptura de una prestigiada universidad en Puebla, todo por intereses crematísticos personales y de grupo. Es sabido que vive en la opulencia y tiene casas en el extranjero.

Al personaje de mayor confianza presidencial, el responsable del sector eléctrico, se le ha exhibido por más de una veintena de propiedades inmobiliarias de muy alto precio y nivel, que posee junto con su “no-esposa”, “no-concubina”; que ha transitado en los más altos niveles de poder político en México, famoso también por la trampa electoral de 1988 cuando “se cayó el sistema”. Es sin duda un hombre muy rico.

Operadores políticos del partido gobernante, depositan y obtienen fondos de manera indebida en “carrusel”, frente a ventanillas bancarias y luego son premiados con jugosos puestos en el gobierno federal. No se diga a familiares directos del mayor poder en el país, recibiendo bolsas con cientos de miles y millones de pesos, calificados por voz presidencial como “aportaciones para el movimiento”, cuando se trata de violaciones a las leyes electorales.

La invocada “austeridad”, la cacareada “medianía” juarista y, lo peor: la “pobreza franciscana” que a diario se predica en las mañanas, es más bien un mensaje a los pobres que dice defender, es para aquellos que puedan vivir con un solo par de zapatos, un mismo traje, una muda de ropa, un viejo cochecito a gasolina contaminante; para quien debe conformarse con las migas de los programas sociales que se tiran con los impuestos que paga la odiada clase media, de contribuyentes cautivos. “Sigan siendo pobres y que sean muchos más; me dan más votos”, parece el verdadero fondo de esa “honestidad valiente”.

Los cercanos al poder están exceptuados de la austeridad y de la medianía. De antemano son exonerados por el máximo jefe político, que clausuró Los Pinos para vivir en el suntuoso Palacio Virreinal, de una exuberancia y voluptuosidad que no tiene ningún otro presidente en Latinoamérica. Para el Ejecutivo, sus colaboradores son “incorruptibles” como Robespierre, que se ahogó y pudrió en su propia sangre por predicar pureza y honestidad, pero que era un criminal sanguinario, de una brutalidad sin límites.

La corrupción está viva, está presente en los altos círculos gubernamentales. La comunicación oficial es un monopolio y un monólogo que propala mentiras, que hace denuestos, que insulta, que descalifica, que estigmatiza, que odia, que divide, que polariza y que ha desarticulado al país, dejado ya en manos de la delincuencia organizada: abrazos para los pillos, mensajes amables a las bandas criminales, desprotección a la población, homicidios; impunidad absoluta, complicidades y alianzas con los enemigos del pueblo. Cárcel a opositores, persecución a periodistas, ataques a universidades y una suma de agravios a la sociedad que hoy parece indefensa. No hay mal que dure cien años.